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1738 24 Diciembre 2014

 

 

MUROS Y PUENTES
Cosas y paseos urbanos
Raúl Caballero García


 
Dallas.- Hay entre las cosas cotidianas unas que de verdad posees entre tanta sinrazón; son las que sin duda te explican. En medio del torbellino diario que sacude nuestras vidas, aparece esa tendencia inmoderada de descubrir en tantas cosas una necesidad que te refuerza; notas de pronto el guiño –invisible por lo demás– del que no puedes sustraerte.

Es un impulso irresistible –psicológico o estético– con el que llenas huecos que no te conocías. Cada cosa que posees, todo mundo lo sabe, tiene un algo con el que intimas; eso explica las cosas que eliges traer a casa para que, en lo cotidiano, te hagan compañía. Lo mejor es crear tú mismo el artilugio de darle sentido a la compra –justificación clave de todo consumidor–, pero si las cosas no te llaman no son para ti.

La blancura de esta hoja (virtual) ya dejó de ser apabullante. Los párrafos anteriores son buenos escalones para pensar en un santuario de cosas del que quería hablar y no sabía cómo empezar: hay una tienda que nos encanta a Mita y a mí. Está lejos de casa pero manejar hasta ella vale la pena, lo hacemos de vez en cuando. Es una especie de bazar que expone todo tipo de cosas maravillosas, siempre nos perdemos separadamente por entre sus atiborrados estantes.

Cuando nos encontramos al azar entre un pasillo y otro vemos lo que cada uno ha escogido, las razones que nos identifican o las que abren la percepción de nuestro placer; a veces nos buscamos porque nos queremos mostrar algo; por lo regular intercambiamos pareceres sobre lo que cada uno ha seleccionado y luego dejamos en la canasta de los carritos las coincidencias y aprobaciones o devolvemos lo que descartamos para no traer a casa. Luego nos perdemos otra vez por largos ratos hasta nuestro siguiente encuentro cuando repetimos la exposición, etcétera.

En algún momento, en ese que consideramos el último encuentro, ya por cansancio, ya por lo mucho que llevamos seleccionado –y que desde luego hemos de devolver un bonche porque también hay que cuidar el presupuesto– constatamos que hemos vuelto a disfrutar un par de horas o algo más. Es una tienda magnífica (creo que ya lo dije arriba), es enorme y lo más placenteramente arduo es que casi todo nos gusta. Pero yo soy muy dado a inclinarme por cosas pequeñas, muchas de ellas las regalo –regalar es uno de los mejores gustos– pero tantas otras me las quedo, me rodean por la casa dándole sentido a cada hueco.

Tengo frente a mí, por ejemplo, sentada en la repisa del librero, una sirena que se alisa el cabello, mirándome con cierto misterio, ya que su rostro se difumina un poco en el material en que está esculpida… o aquella caja (14” x 8” x 4”) con forma de maleta con correas de cuero y trazado de mapamundi, en la que se puede guardar un cierto “equipaje de viaje”: textos literarios en reposo después de imprimirlos, porque al leerlos impresos siempre dan el tono deseado, y si se leen días después de su escritura, mucho mejor.

La sirena es una especie de musa marina que se divierte con lo que escribo, petrificada desde que me volví a verla reír en el estante de los sargazos y los caracoles. La profundidad de la maleta puede ser la del océano y a la vez su espacio para acomodar cada paisaje va más allá de las nubes… How Deep is the Ocean? How High is the Sky (ahí está Chet Baker cantándola, trompeteándola).

A propósito, otro paseo familiar y urbano son un par de sucursales metropolitanas de Barnes & Noble, la librería en la que igualmente nos podemos perder durante tiempo indeterminado; donde sin ponernos de acuerdo luego de vagar y divagar por los pasillos con estantes llenos de libros a diestra y siniestra, por entre las mesas de novedades, por los estantes de revistas, por la zona de música y películas, siempre establecemos un centro, un punto de partida y de llegada: una mesa en la cafetería donde a veces incluso el paseo se vuelve “salida a comer”.

Qué cosas los discos y libros, ¿eh? Los discos de Bola de Nieve y de Eartha Kitt merecen espacios aparte; los libros de Zepeda Patterson y Le Carré también, pero ensayemos un collage verbal y a manera de saludo apuntemos algunas semejanzas. Alejo Carpentier dijo que Ignacio Villa tenía el poder de poner de acuerdo a todos los intelectuales, por su musicalidad y carisma; el autor de El recurso del método y Concierto barroco –quien se distinguió por ser también musicólogo– al reconocer a Bola de Nieve recordaba –con una valoración singular– que éste fue amigo de Alfonso Reyes y que lograr el mencionado consenso en torno a su gracia y talento, se debía a que “creaba un ámbito”, coincidieron regiomontano y cubano.

Bola y Eartha tienen no pocas coincidencias; ella también destellaba gran habilidad y soltura, una graciosa inteligencia y original capacidad para el arte de la música, ambos se desempeñaron ampliamente en Europa y América, en los Estados Unidos triunfaron en grande; pero la coincidencia que me encanta es cuando cantan cada uno por su lado, hoy cada uno en sus discos, esa pieza de Armando Oréfiche: Mesié Julián (Bola) y con sus adecuaciones Mademoiselle Kitt (Eartha) y por supuesto con sus respectivos chispazos de gracia, belleza e ingenio. Oréfiche fue miembro y director de la mítica Orquesta Lecuona…

Pero ya. Acabemos: entre Jorge Zepeda Patterson y John Le Carré –qué cosas– encontramos que entre el humo o la niebla vemos los grandes ojos de una mujer dentro del espejito de una polvera, mirando a alguien que está detrás suyo, elemental mi querida Mita.

* Escritor y periodista regiomontano, es director editorial de La Estrella en Casa y La Estrella Digital, en Dallas/Fort Worth, Texas. E-Mail: rcaballero@diariolaestrella.com Twiter: @raulcaballero52.

 

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