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1753 14 Enero 2014

 

 

Canto al fin del mundo
Eligio Coronado

 

Monterrey.- En Canto al fin del mundo*, de Vanessa Garza (Los Mochis, Sin.), la violencia es la protagonista principal. Los escasos personajes que aparecen (Juan El Moro, su mujer Beatriz, su hija Carolina, Cindy Tuerto, su padre el senador y los Descerebrados) son víctimas o están en proceso de serlo.

El epicentro de esta barbarie es Monterrey, pero podría ser cualquier otra ciudad, una ciudad donde imperan las armas, la ley del más fuerte, la irracionalidad, el poder del puesto público, los grupos extremistas, los Descerebrados, el desinterés de las autoridades, la marea roja, etc.

La ciudad es un campo de exterminio: “De los hormigueros surgen bombas molotov. Explotan en pedacitos de vidrio y dejan fuego a su paso. (…) No sabemos quiénes son. (…) Unos dicen que son pandilleros, otros que vecinos enojados, sicarios, robots, un partido de oposición pagando a alguien para hacer esto” (p. 15).

Encima de esta plaga mortal hay otra que azota a la ciudad periódicamente: la marea roja: “La marea roja anuncia muerte: (…) Algunos alcanzan a refugiarse en las casas. No hace diferencia. La marea roja se los lleva en un remolino colorado de picos, plumas y hierba. (…) La bocanada caliente entra (…) y arrasa con todo lo que hay a su paso. (…) Se deshacen en ese remolino de sangre hirviendo. (…) La colonia duerme hasta que las olas rojas pasan por encima de las casas. Se llevan todo lo vivo. La gente está acostumbrada. Se resignan. Se callan” (p. 71).

En ese caos social, siempre al borde del estallido, la gente trata de tener una vida: Juan El Moro y Beatriz esperan la llegada de su hija Carolina y Cindy Tuerto prepara su boda. Juan El Moro cae en la cárcel por un delito no probado. El senador Tuerto lo rescata contratándolo a su servicio. Luego Juan El Moro se enreda con Cindy y es torturado en un rancho (La Yuca Vieja) de donde escapa disfrazado-metamorfoseado de jabalí para vengarse en la boda de Cindy, ayudado por cuatro Descerebrados (robots 2.7 creados por el gobierno para cuidar el orden en las cárceles, hasta que se les revela una faceta caníbal): “No hay testimonios; ese día la ciudad fue eliminada. (…) No hay una prueba que descifre qué pasó en la boda de la hija del senador. Eso sí, hay muchos cadáveres. Casi una generación política completa exterminada” (p. 20).

Después de esto, la ciudad toda se autodestruye, según cuenta Carolina desde su cuerpo muerto en el hospital: “Esa noche amaneció un pozo enorme de lo que alguna vez fue una ciudad. Ciudad que ardió en remolinos. Ciudad que se precipitó en sí misma en una fosa de muerte” (p. 132). Destino acorde a la espiral vertiginosa en que se hallaba inmersa.

 

* Vanessa Garza. Canto al fin del mundo. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Edit. Acero, 2014. 132  pp.

 

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