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1774 12 Febrero 2015

 

 

En su lata de cuatro ruedas
Saúl Escobedo de León

 

Monterrey.- Hace varios días, al salir de mi casa por Serafín Peña, una calle muy angosta donde los conductores de automóviles deben transitar a bajísima velocidad, asegurándome que no viniera un vehículo transitando a una distancia prudente y bajar de la banqueta a la calle montando mi bicicleta, un honorable señor en una camioneta a alta velocidad, me rebasó y le cerró el paso a mi bici en movimiento.

Después, al voltear por Padre Mier, me volvió a cerrar el paso al esperarse hasta que diera yo la vuelta y sin poner sus direccionales, da el volantazo hacia la derecha. Por último, frente al estacionamiento de la “Clínica de la Maternidad”, me volvió a cerrar el paso para entrar al estacionamiento sin aviso alguno e intempestivamente.

Tres veces atentó contra mi integridad este individuo. Se estacionó. Esperé a que bajara de su auto y lo abordé. Lo saludé cordialmente, me presenté y le hice saber que me rebasó en una calle demasiado estrecha y a alta velocidad y que me cerró el paso al menos dos veces. Arguyó que para qué me bajaba de la banqueta si veía que él venía circulando en su vehículo automotor. Le dije que no vi ningún vehículo que se acercara, y en todo caso que qué le costaba esperarse tantito a que saliera yo y agarrara velocidad. Sobre todo en una calle como Serafín Peña que es de baja velocidad por razones obvias.

El pináculo de su argumentación fue que los ciclistas tenemos prohibido circular por las calles. ¡Mentira!, le respondí, y le dije que llevo años transitando por las calles del centro y que la mayoría de los conductores son muy cordiales y amables, lo cual es cierto, salvo raras excepciones, como la que aquí expongo.

Termina advirtiéndome que tenga cuidado, que no me vaya a lastimar un coche. “Mientras no sea usted”, le devolví, mientras el señor caminaba de regreso a su vehículo, dándome la espalda, evadiendo el intercambio. Le deseé buenos días y me retiré.

Me pregunto si este usuario de la vía pública que es tan valentón sobre su caja de aluminio y que huye de un reclamo hubiera hecho lo mismo tratándose de un auto saliendo de una cochera bloqueando toda la calle. Seguramente se hubiera esperado para que no fuera dañada su amada lata de cuatro ruedas. Pero en su idea de la vialidad, como en tantas mentecitas regias, el ciclista no existe, o en todo caso es un intruso en la vía pública, un estorbo al que hay que darle una lección.

 

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