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1786 2 Marzo 2015

 

 

Manifiesto solitario contra la burocracia
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Hay entornos sociales como el de Nuevo León que casi cancelan cualquier intento de conversión al pensamiento liberal. Quienes rebasamos los cuarenta años de edad nacimos en un ambiente colectivista, donde el Estado ordena y manda, los comerciantes son el diablo y “quien vive fuera del presupuesto vive en el error”.

Nos criamos bajo la doctrina política del nacionalismo revolucionario: una ideología que conjugaba el Estado asistencial, la política clientelar, la segmentación ciudadana en sectores corporativos (a la usanza fascista) y un panteón de héroes y mártires patrios, entre los cuales, por cierto, casi no se honraba a innovadores exitosos en el campo del comercio. Los emprendedores son los grandes ausentes de esa religión secular.

La mayoría de los miembros de mi generación –con excepciones que confirman la regla– fueron programados mentalmente para trabajar como burócratas del Estado y escalar peldaños en el servicio público, o vivir a costillas de la dependencia pública, incluyendo algunos periodistas parásitos que forman parte de componendas secretas entre profesionales del poder.

El sistema político en general (incluyendo al PRI, al PAN y a varios candidatos picudos que ahora se dicen independientes), repudia como acto reflejo cualquier tentativa ciudadana por rebelarse a la coerción del gobierno. Se acepte o no, todavía seduce el glamour del gobernante todopoderoso.

¿Puede uno, en este entorno económico viciado, apostarle al “caos productivo del mercado”, como lo definió Carlos Marx? ¿Es posible que la mente de un burócrata pueda distanciarse paulatinamente del decadente Estado regulador, intervencionista, planificador y formador de monopolios? ¿Es posible escapar de los abusos coercitivos del aparato gubernamental? Lo cierto es que son preferibles los “fallos del mercado” a los “fallos” del gobierno, facultado según él para corregir esos defectos, cuando es la única enfermedad que cree ser su propia cura.

Quienes se dedican al comercio, compensan la formación personal en el uso de modelos matemáticos con vivencias –muchas de ellas amargas– de economía aplicada, de la oferta y la demanda y de la lucha tan injusta como desproporcionada por sobrevivir a las trabas corruptas que nos impone el ente gubernamental, parásito que monopoliza el poder político y se inmuniza de la influencia de los ciudadanos, al grado de coartarles su libertad.

Tengamos claro qué cosa no es un ciudadano liberal: no es un ciego seguidor del burocratismo, no es un acólito de esa religión secular llamada estatismo y menos de sus oficiantes los políticos, mentirosos compulsivos, enfocados en aumentar, a como dé lugar, el poder del Estado a costa de la sociedad. Desde este punto de vista, y en razón de lo que vivimos diariamente en Nuevo León, el “interés público” es una fantasía.  

Ahora bien, la libertad no es un evangelio, es simplemente un espacio para que los individuos comercien, intercambien bienes y servicios y cooperen voluntariamente. De estas condiciones se benefician todos los agentes económicos involucrados.

La meta no consiste en desmantelar el Estado decadente –aunque ganas no nos quedan– sino en evadirlo y demostrarle que no le conviene meterse con ciudadanos que pensamos libremente: en el fondo, es un llamado para que la burocracia y sus tentáculos dejen de asfixiarnos.

Ya llegarán los tiempos cuando al Estado le resulte más caro dejarnos emprender nuestros asuntos por nuestra cuenta y riesgo, y él se dedique a tapar los baches de las calles y frenar la inseguridad pública. Fuera de eso, como diría el poeta, burocracia nada te debo, burocracia estamos en paz.

 

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