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1787 3 Marzo 2015

 

 

Una reportera regia experta en Paco Stanley Kubrick
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Hasta hace algunas décadas, en Nuevo León se escribía una crítica cultural de relevancia nacional. Los periodistas de opera, teatro, arte gráfico se parangonaban con sus homólogos de la ciudad de México. Formaban una especie de casta de iniciados que resguardaban el patrimonio local de las Bellas Artes en secciones y suplementos que no se avergonzaban de llamarse “culturales”.   

Pero paulatinamente, salvo honrosas excepciones, el oficio de la crítica cultural en Nuevo León se empobreció. El lugar del crítico cultural lo sustituyó el reportero meramente informativo de eventos artísticos; más reseña de sociales, más fotos de gente bonita que textos de fondo. El experto abandonó sus recursos analíticos para ponerse al nivel del público y ser fácil y digerible; dejó de juzgar la calidad artística para anteponer la mera transmisión del placer superficial y del having fun. Y si nunca ha sido correcto refugiarse únicamente en la alta cultura, tampoco conviene promover sólo la baja cultura, o casi la nula cultura. 

El colmo fue una joven reportera de televisión que hace días ensalzó al aire, durante varios minutos, la exhibición en Monterrey del maravilloso pintor norteamericano Stanley Kubrick, de quien llegó a referirse como Paco. En ningún instante la imaginativa joven fue interrumpida por algún colega del mismo medio para aclararle que Kubrick no se llamaba Paco, que fue más bien director de cine y, que como no queriendo la cosa, filmó varias de las mejores películas de toda la historia.

Este caso de ignorancia mediática es similar a la bochornosa cabeza del más reciente número de la revista nacional ¡Hola!:Alejandro González Iñárritu se convierte en el más grande cineasta mexicano de todos los tiempos”. O sea, un desconocimiento imbécil del cine de Fernando de Fuentes que filmó esa obra maestra llamada “El compadre Mendoza” (1933), o de Emilio “El Indio” Fernández, o de Alejandro Galindo, con “Una familia de tantas” (1949), o de Arturo Ripstein, con obras portentosas como “El lugar sin límites” (1977).

Ahora, el crítico cultural de los periódicos y la televisión se ha convertido en un consumer critic, un vecino de San Nicolás o Guadalupe que bien pudo ser mecánico, tornero o taxista, pero que la vida lo llevó a orientar a los consumidores sobre la oferta artística de la localidad, mientras más mediocre mejor: presentación de motivadores huecos, autores de libros de autoayuda, gurús de lugares comunes, lectores de Tarot en rol de intelectuales, sampetrinas que recién publican libros con recetas culinarias de la abuela. Todos con el sueño inconfesable de ganarse el Nobel de Literatura, cuando menos. 

Es decir, ya no abundan los críticos culturales sino los promotores del arte como sinónimo de ocio y dispuestos a ponerse en los zapatos del espectador, usando su misma escala de valores ramplones: un regular guy que le habla a la regular people. Un amigo filólogo que abandonó recientemente la crítica literaria por falta de espacio en los periódicos, lo definió con patetismo: “la gente quiere difundir su propia opinión, no conocer la mía”. O como decía Julio César (que para información de la reportera de Kubrick, no creó la ensalada César), la gente cree sólo en lo que se acomoda a sus deseos. Y sus deseos actuales son lo ligerito y lo facilón.

 

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