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1801 23 Marzo 2015

 

 

Cambio de tablero
Claudio Tapia Salinas

 

San Pedro Garza García.- No comparto el entusiasmo de quienes creen que se pueden obtener resultados distintos jugando las mismas reglas que hacen de la representación una simulación. Porque no se puede cambiar de juego si no se cambia de tablero

No hay democracia sin representación y no habrá verdaderos representantes mientras el juego electoral se de dentro de un sistema amañado y fraudulento. Ni siquiera puede llamársele sistema electoral al marco regulatorio de procesos en los que el voto resulta tan irrelevante como el representante supuestamente elegido.

Me cuesta trabajo entender en qué basan su optimismo los votantes que creen que un puñado de candidatos de buena fe –por el hecho de participar en la contienda para colarse al Congreso, a alguna alcaldía, o a la gubernatura–  sanará el corrompido sistema que se encuentra en fase terminal.  

Se han dado casos de algunos candidatos no comprometidos con algún partido o grupo de políticos profesionales que lograron accederse a un cargo de elección popular, pero la pregunta procedente no es cómo le hicieron para llegar sino qué fue lo que lograron. Porque de lo que se trata no es nomás de ganar o de impedir que lleguen los mismos de siempre.

Podrá, por ejemplo, una decena de diputados independientes lograr que un congreso integrado por 500, ya no se diga apruebe, sino que agende iniciativas legales para dar transparencia a la actuación y al uso de recursos de los servidores públicos, hacerlos rendir cuentas y sancionar a los delincuentes a más de obligarlos a regresar el botín. Habrá quien crea que esa mayoría, presionada por una minoría, aprobará algún día leyes que les impidan seguir robando y saqueando impunemente. ¿Con base a qué?

Podrá un gobernador o alcalde, por el sólo hecho de no provenir de algún partido, lograr los acuerdos necesarios para combatir con éxito la endémica corrupción de los funcionarios públicos y de sus coludidos socios civiles. Podemos esperar que una persona respetable, que le meta muchas ganas, acompañada de un grupo de colaboradores honestos (que por definición serán pocos), sanee el envilecido sistema de administración integrado por miles de “servidores públicos” corruptos. ¿Con base a qué?

Para lograr eso se requiere una aplastante mayoría de auténticos representantes. Y eso es justamente lo que el sistema impide. Para desmembrar el sistema fraudulento que convirtió la representación en impostura hacen falta muchos representantes de a de veras, pero como sólo permite que estos se cuelen por excepción, resulta imposible cambiar el sistema jugando sus propias reglas.

Es impensable que una mayoría  de votantes despolitizados, desinformados  y acívicos, logre poner en las urnas más votos que los que capturan los partidos, de socios, cómplices, clientes y acarreados. La regla es el fraude garantizado por un sistema electoral que hace que el voto de los restantes resulte irrelevante. El sistema electoral es el fraude. En él, da igual votar que no votar.
Esas son las fraudulentas reglas de nuestra democracia electoral, y ese su tablero.

Para acabar con ese juego, tenemos que cambiar el tablero. Mientras no lo hagamos, ni en este 2015, ni en jornadas electorales posteriores, no lograremos que legítimos representantes se accedan a los cargos públicos supuestamente creados para hacer más libre, justa, segura y disfrutable, nuestra convivencia.      

Si no hay cambio de tablero, no jugamos. El paro electoral es la forma de participar.  

 

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