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1811 6 Abril 2015

 

 

Selma
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- Acabo de ver la película Selma, un drama dirigido y escrito por Ava DuVernay. Aunque se basa en las marchas por los derechos al voto, de Selma a Montgomery, el protagonismo de Martin Luther King (un David Oyelowo actuando en estado de gracia) abarca por completo el film.

Sin ser una obra maestra, rememora a un personaje histórico que tampoco fue perfecto en su vida privada, pero que creció como mito colosal desde que, a la misma edad que tengo ahora, le metieron un balazo en la garganta en el balcón del Lorraine Motel, en Memphis, Tennessee. 

Me emociona imaginar a Luther King escribiendo sin dormir un discurso para leerlo en un mitin, como cierre de una de sus marchas masivas. Horas antes de iniciar el acto se había desencantado; tuvo una flaqueza: pensaba hablar ante cien mil personas y no se juntaban más de veinte mil. “Que sea lo que Dios quiera”, susurró a su esposa.

Cuando llegó al Monumento a Washington donde iniciaba la marcha, Luther King se encontró con el milagro de la reproducción masiva: más de 250 mil personas llegando a pie, en camión urbano, en bicicleta, en carro, muchos en silla de ruedas. El Lincoln Memorial era un hervidero de gente en torno a un ideal.  

En punto de la una de la tarde comenzaron los discursos y las canciones. Luther King habló al final. Fue disciplinado en leer lo escrito en los primeros minutos, hasta que lo inundó una inspiración casi mística. Y al subir al cielo su voz de barítono evangelizador, la multitud enmudeció: los testigos del milagro vivieron su ración de eternidad.

Repitió dos o tres veces la célebre frase. Entonces el mundo cayó en la cuenta de cómo la palabra a veces se vuelve mística. Años más tarde lo mataron de un tiro en la garganta. ¿Fin o comienzo de un ideal? Más bien, continuación por otro curso de la esperanza humana.  

I have a dream (“Yo tengo un sueño”), de Luther King, fue corolario poético de una serie de éxitos previos en la lucha de los derechos civiles bien narrados en la película de Ava DuVernay. Éxitos prácticos: King ya había conseguido lo imposible con acciones efectivas.

O sea que discurseaba en poesía pero actuaba en prosa: un soñador pragmático. Meses antes consiguió que los industriales de Birmingham contrataran negros sin criterios discriminatorios. Logró que la autoridad levantara cargos contra manifestantes presos y que se creara un comité para la integración racial, entre otros acuerdos. Cosas sencillas que se volvieron símbolos universales. Se aprende del dolor ajeno.

 

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