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1811 6 Abril 2015

 

 

Lo que le falta a la oferta electoral
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- En las recientes elecciones para el Parlamento Europeo, Syriza obtuvo el cuarto lugar y Podemos fue el más votado. Podemos es hoy, según encuestas, el primero en la intención de voto de los españoles, y Syriza por ahí va en la preferencia de los griegos. Los que hemos seguido de reojo la expectación que esos nuevos partidos han generado en la democracia plural europea, volteamos la vista a nuestro país y nos preguntamos: ¿por qué en México no ocurre algo así?

¿Por qué, si compartimos un momento irruptivo semejante al griego y al español, no surge en nuestro país un partido o un candidato que proponga algo distinto a la continuidad del desastre, alguien que oferte un cambio?

Las razones son múltiples y hasta hoy, insuficientemente analizadas. Se requiere tiempo para entender lo que está ocurriendo en Grecia y en España; ni siquiera se ha podido precisar la ideología que orienta a los partidos emergentes: mezcla de Marx, Lenin, Gramsci, y Carl Schmitt.

Pero lo que quiero destacar es que, a diferencia de los países en los que están surgiendo movimientos que cuestionan el modelo neoliberal, en el nuestro eso no ocurre. La contienda electoral, que sería el escenario ideal para ese debate, dista mucho de ser un espacio de confrontación de ideas. No hay proyectos de nación o ideologías que susciten la reflexión y deliberación. Nadie cuestiona la doctrina económica que origina los males sociales. El pensamiento es único.

Syriza y Podemos encontraron cabida en un mundo en el que la economía ya no se discutía y se votaba por izquierdas o derechas atemperadas, descoloridas, listas para alternarse en la gestión de los problemas que genera la aplicación continuada del mismo modelo económico. Pero lograron colarse y tener significativa presencia para intentar detener la continuidad. El proceso electoral, la contienda, y el voto, recuperaron contenido ideológico.

Pero nosotros seguimos igual. Ni partidos ni candidatos tienen ideas políticas distintas a las que provienen del sistema capitalista. El grueso de los electores, menos. Quienes no votan por conveniencia lo hacen por candidatos populistas que prometen resolver los problemas que el sistema –que no se atreven a cuestionar, menos a intentar cambiar– genera.

Los partidos con ideología, no van a la contienda electoral para vencer al Estado y quitarle el poder, sino para accederse a los mecanismos que éste posee y utiliza para cumplimentar ideas hegemónicas. Para esos partidos emergentes, el Estado no es el enemigo a vencer, es el medio para reconstruir al Estado de bienestar que está siendo desmantelado. En el poder del Estado está la esperanza para realizar el cambio.

La luchar por las curules se da para lograr la prevalencia de ideas. Para eso se requiere la mayoría de escaños en el Congreso. Como diría Chantal Mouffe, de lo que se trata no es de legalizar el conflicto político que se da entre amigos y enemigos (antagonismo), sino de superar la controversia de adversarios legítimos (agonismo) surgida de la tensa relación existente entre liberalismo y democracia.      

El problema no está en la opción entre la derecha populista o la izquierda también populista. No es así de simple. Como dice Pablo Iglesias (secretario general de Podemos), de lo que se trata es de escoger entre democracia o dictadura. Se está a favor de una democracia que otorgue igualdad de oportunidades en el reparto de la riqueza, o de la dictadura de los que la concentran y acumulan sin límite. Esa es la decisión de fondo, eso lo que está en juego. Esta es la oferta electoral.

El vacío que provoca la ausencia de ideas renovadoras, la falta de discurso crítico, y la carencia de proyecto, conducen a una oferta electoral en la que sólo se puede optar por el nombre del candidato a representante. No hay nada más que esté en juego. La oferta electoral se limita a proponer candidatos que piensan igual. La ideología que comparten es que no hay más ideología que la del capital.  

En un escenario así –al margen de los mecanismos de cooptación y compra de votos con que los partidos cuentan en sus territorios– la contienda electoral la gana el personaje más popular, el más anunciado, el mejor publicitado, el que más lana metió.

Y no es que la imagen le gane a las ideas, es que no hay ideas.

 

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