Suscribete

 
1822 21 Abril 2015

 

 

Entre Günter Grass y Carlos Fuentes
Eloy Garza González



San Pedro Garza García.- Carlos Fuentes fue un gran novelista. Quizá el mejor del México moderno, después de Martín Luis Guzmán, Juan Rulfo y un largo etcétera. Günter Grass fue un gran novelista. Quizá el mejor de Alemania después de Thomas Bernhard, Heinrich Böll, Anna Seghers y un largo etcétera.

A sus ochenta años, Fuentes todavía escribió “La voluntad y la fortuna” (2008), con su misma fuerza de lenguaje y sus personajes de cartón-piedra que fueron el sello de la casa. A sus más de setenta años, Grass aún publicó “Mi Siglo” (1999), una novela con sus peculiares defectos y manías, al punto de que a muchos lectores se nos cayó de las manos antes de terminarla. Pero era Grass y había que leerlo “para estar actualizado”.

A sus treinta años Fuentes publicó “La región más trasparente” (1958). Lo cierto es que entre tanta novedad narrativa metida a chaleco en su pretenciosa novela-mural, a Fuentes se le olvidó imprimir relieve a sus personajes. Ni Ixca Cienfuegos se salva de ser una abstracción sin hueso, muñeco de guiñol; más un mexican curious que personaje logrado. La mezcolanza se salvó a golpes de buena prosa.

A sus treinta años, Grass publicó “El tambor de hojalata” (1959). Esta novela inicial fue una revelación: realismo mágico a la alemana, adelantado al latinoamericano. Lo cierto es que entre tanta prosa farragosa, exceso de personajes, largos pasajes descriptivos, la novela se le volvió un río sin cauce. Sólo Oscar Matzerath se salva de ser un estereotipo para cobrar profundidad psicológica. La mezcolanza narrativa le impidió ser la mejor novela sobre la Alemania nazi, aunque fue uno de los proyectos literarios más originales del siglo XX. 

Como literato, Fuentes fue un publirrelacionista modélico: bien dice Pedro Arturo Aguirre que se volvió un “ególatra convertido en vaca sagrada y en amo del ministerio de la opinión para la progresía de su época”. Lo mismo Günter Grass, aunque en descargo de este último, su izquierdismo de salón fue más sincero. Ahora bien, tampoco representaba lo mismo apoyar al Presidente Echeverría, un demagogo desaforado como lo hizo Fuentes, que a Willy Brandt, uno de los grandes estadistas socialdemócratas, como lo hizo Grass. 

El mejor Fuentes está en sus novelas cortas. “Aura” (1962), para empezar, pero también los cuentos de “Los días enmascarados” (1954) y sobre todo “Cantar de ciegos” (1964). Pero quiso cultivar bosques como “Terra Nostra” (1975), o la ilegible “Cristóbal Nonato” (1975), cuando lo suyo era el bonsái. Un día se lo confesé al final de una conferencia que dio en la UNAM, en 1989, y se enojó conmigo.

Grass también fue un maestro de la novela corta; basta recordar “Encuentro en Telgte” (1979). Pero prefirió publicar mamotretos como “El rodaballo” (1977), que uno leía por obligación de moda literaria, sin confesar que nos provocaban bostezo tras bostezo. ¿Por qué nadie podía reconocer que estos libros nos hartaban hasta la madre? Porque la mayoría de los lectores mexicanos éramos unos esnobs insoportables. 

Pero Fuentes fue disciplinado, persistente y terco como el que más. Escribió como endemoniado, diariamente, de las 7 a las 12 horas y cualquier editorial le hubiera publicado hasta la lista del mandado. Tenía de la mosca la obstinación tenaz, como decía Renato Leduc. Igual Grass: no dejaba de escribir ni un solo día. Hasta que una mañana decidió dejar de publicar novelas.

No hay que olvidar, tampoco, que a pesar de su egolatría, ambos, Fuentes y Grass, fueron seres humanos con gran carisma, dueños de una memoria privilegiada, bailarines sobresalientes, cantantes entonados de música popular y una capacidad adicional para el dibujo y las artes gráficas. ¿Serán recordados como literatos? Sin duda. ¿Serán leídos? Selectivamente, como autores de algunas novelas ejemplares, no por sus obras completas. Pero con eso basta para ganar la inmortalidad, esa dama tan voluble como quisquillosa.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com