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1824 23 Abril 2015

 

 

Corrupción mexicana sin fin
Samuel Schmidt

 

Ciudad de México.- Un colega inglés me pregunta con mucha seriedad: ¿Ha habido algún caso de corrupción en Pemex similar a los de Petrobras?
Los dos que estábamos en la mesa con él brincamos juntos, no supimos si era una forma sarcástica de iniciar la conversación, si se estaba burlando de nosotros, o si era una duda honesta.

Pero nos apresuramos a tratar de corregir su error. Yo solamente alcancé a decir que me parecía que los de Petrobras habían aprendido de Pemex, argumento ante el que reaccionó con sorpresa, porque creía que los brasileños se habían atrevido a mucho, pero qué lejos está de conocer México.

Este intercambio fue por supuesto el inicio de una conversación sobre el impacto de la corrupción en México, la que zanjamos estableciendo que había que hacer a un lado los temas de extorsión policíaca, y no es que sean menores, porque a final de cuentas en el caso de la frontera llegan a afectar el turismo, ya que muchos extranjeros no quieren verse expuestos a tener que “pagar” fast track infracciones de tránsito que no cometieron, pero tal vez hay que concentrarse en temas más severos, como por ejemplo la participación de policías en bandas de secuestradores, tema mucho más serio que los muchos o pocos pesos que paga uno por evitar una infracción de tránsito.

Nuestro argumento se concentró en el impacto estructural de grandes temas de corrupción, entre ellos el contenido moral de que un funcionario público robe, porque aunque para el implica un problema moral, para la sociedad representa un problema político, porque la impunidad gotea hacia abajo, mostrándole a los ciudadanos que “las leyes se hicieron para violarlas” y de ahí en adelante.

El impacto estructural de que haya una asociación cercana entre funcionarios públicos (los policías son funcionarios) y los criminales, produce una perdida de confianza que se generaliza al resto de las instituciones, de tal forma que todo lo que huele a política apesta.

Un aspecto cuya gravedad es indudable es el hecho que las consecuencias sobre los hechos de corrupción sean prácticamente inexistentes. No importa que tanto se denuncien los delitos y corruptelas de los funcionarios y políticos, el castigo llega solamente de forma excepcional. El fiscal general de Guerrero, por ejemplo, cree zanjado el tema de su nepotismo al no responderle a un reportero y seguramente no sucederá nada, porque la impunidad marca la conducta de los políticos.

El otro aspecto es la carencia de investigación nacional. Desde Estados Unidos nos hemos enterado de diversos casos donde los medios de comunicación y las autoridades de ese país investigan a funcionarios mexicanos (caso de las casas de la familia de José Murat investigado por el New York Times, ¿por qué será que a los priistas les ha dado por comprar casas de lujo?). Hay otros casos como el de un funcionario de la Comisión Federal de Electricidad o gobernadores con nexos dudosos con el crimen organizado o con el desvío de recursos públicos que se destapan allá mientras en México prácticamente son ignorados. Un periodista se sorprendía por el nivel de “manejo político” de las denuncias de la Casa Blanca, el helicóptero de Korenfeld y la casa de Osorio Chong, aunque la víctima fue aquel que menos daño hizo, sin contar la ley de aguas que nos dejó.

Aunque no hay consecuencias legales o políticas por la corrupción, económicamente siempre ha habido un daño mayúsculo, pero desde que nos globalizamos y hacemos esfuerzos múltiples para atraer inversión, ahora empieza a haber consecuencias desde el exterior como la cancelación de inversión china por la anulación de proyectos como el tren de Querétaro al DF y el dragón mart en Can Cún. Los chinos dicen que no llegarán al país hasta que no haya certidumbre, leyendo entre líneas nos dan a entender que esto sucederá hasta que llegue el próximo gobierno, lo que en parte tira las expectativas disparadas por las reformas.

Algo hay que hacer sobre la corrupción porque no se puede dejar que camine así nada mas. Hace tiempo propuse una amnistía de corrupción de un año, para darle un respiro al país, con el dinero que nos íbamos a ahorrar consolidariamos el crecimiento, y hasta rebasaríamos el fallido 3.5% de crecimiento. Pero no me hicieron caso.

Ahora propongo que en el país se empiece a robar como en el primer mundo, ahí se roba en gran escala, pero con un cierto nivel de respeto a los proyectos que deben beneficiar a las mayorías para que no se descompongan; si esto sucede, lograremos un mejor uso de los recursos públicos.

Esté usted de acuerdo conmigo, que soñar no cuesta.

 

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