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1889 23 Julio 2015

 

 

El temple deslumbrante de Daniel Sada (III y último)
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Parte de la crítica literaria en México ubica a Daniel Sada como un evasor de géneros: pretendía abarcar todos los estilos de golpe, sin respetar compartimentos estancos.

Como recordará quien tenga nociones de navegación marítima, los compartimentos estancos son las secciones de un buque que pueden quedar aisladas de las adyacentes, con lo que en caso de que alguna de esas secciones se inunde de agua, basta con cerrarle las puertas y escotillas para evitar que la nave zozobre. Los escritores que no quieren encasillarse en un género, que rebasan fronteras y límites, incurren en una aventura arriesgada; pueden hundirse junto con sus obras y su reputación como creadores. Sada corrió el riesgo de mezclar estilos, combinar categorías épicas, líricas y dramáticas, desde que leyó siendo niño todo lo que caía en sus manos en el árido pueblo de Sacramento, donde los dos únicos entretenimientos eran la biblioteca pública o abanicarse con un cartón, sentado en una mecedora. Sada hizo ambas cosas.

A los escritores, aun los más sedentarios, suelo relacionarlos con gimnastas y atletas. Hay cuentistas que son saltadores de altura, novelistas que son corredores de vallas, estilistas que se contorsionan en barras de equilibrio. A Sada siempre lo vi como un lanzador de peso: tomaba un artefacto macizo de giros de lenguaje, arcaísmos y retruécanos, sólidos como el acero, y lo lanzaba a través del aire a la máxima distancia posible. El lector veía volar el peso de la lengua como si le salieran alas y luego caer en una zona lejana, inesperada. Porque parece mentira... carga muchos kilos de palabras, pero su vuelo funciona, propulsado por un atleta que maneja todos los léxicos del español antiguo y moderno, universal y coloquial a un tiempo. Sin embargo, su método para trasgredir géneros se frenaba al escribir textos no narrativos. Ahí sí se ajustaba a las reglas convencionales. En el ensayo, Sada era un ortodoxo. Lo cual no significa que a veces le saliera el tiro por la culata. Tan original e irónico era como narrador, que esas virtudes le brotaban sin querer en cada resquicio de sus reseñas y prólogos.        

¿Un ejemplo? el artículo Un himno profético donde Daniel Sada es víctima de su propia ironía. Desde las primeras líneas Sada escribe que “en Alejandría los poetas eran dados a predecir catástrofes, mismas que rara vez se cumplían”. Lo cual no quita, según el autor, que “bastara que se aproximaran a las verdades futuras para conseguir el rango de demiurgos”. ¿Pero qué pensar de una novela como Porque parece mentira... donde una protesta social en contra del fraude electoral es reprimida, y los padres de familia buscan a sus hijos desparecidos? ¿No era ésta una larga predicción de las recientes catástrofes y una aproximación a una dolorosa verdad futura que ya es nuestro presente?

¿Qué pensar de un novelista que, años antes del caso de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, inicia su novela así: “Llegaron los cadáveres a las tres de la tarde. En una camioneta los trajeron –en masa, al descubierto– y todos baleados como era de esperarse. Bajo el solazo cruel miradas sorprendidos, pues no era para menos ver así nada más paseando por el pueblo tanta carne apilada. ¿De personas locales? Eso estaba por verse. Y mientras tanto gritos por ahí, por allá, por los demás...”

Podrá decirse que el mítico pueblo Remadrín no anticipa el caso de Guerrero por parte de un demiurgo literario –al propio Sada le hubiera molestado esa alusión de hechicero– y podrá argüirse que la violencia campea en México antes y después de publicado tal libro. Pero la casualidad es mucha, y yo, por las dudas, a la menor provocación de un rijoso, sacaré debajo de la barra de mi bar, no una escopeta para espantar al entrometido (costumbre propia de las cantinas y congales de Coahuila) sino cualquiera de las novelas de Daniel Sada, para espantar la ignorancia y a los enemigos de la cultura, verdaderos causantes de tanta violencia que asola a nuestro país y que la literatura pone al desnudo, para vergüenza de propios y ajenos, con sus artes de encantamiento verbal.                 

 

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