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1934 24 Septiembre 2015

 

 

Corrupción de ediles
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Tenemos que cambiar: dejar de ser simples contribuyentes para convertirnos en ciudadanos. La tragedia de Escobedo nos recuerda que confiar vida y patrimonio a los politicastros que en mal momento llevamos al poder es como jugar a la ruleta rusa con el tambor del revólver abastecido con las seis balas.

No se trata simplemente de baches, calles oscuras, nudos viales, policías al servicio del narco, tránsitos mordelones y burócratas groseros. Los tres niveles de gobierno incumplen de tal manera su tarea que un día sí y otro también nos llevan a la frontera entre la vida y la muerte.

César Cavazos nos sale con la novedad de que nunca se enteró de las denuncias que le hicieron cientos de vecinos sobre el peligro que representaba para ellos el almacén de aceites industriales que ardió en días pasados.

La corrupción de César Cavazos y de su antecesor, el ex edil Sergio Elizondo, provocó la muerte de dos adolescentes. César Cavazos no necesitaba que nadie le dijera nada.

Los aceites, altamente combustibles, corrían por las calles, a pocos metros del palacio municipal. Ya basta. Quejas y denuncias no nos llevan a ninguna parte. Tenemos que adueñarnos de la calle, cerrarle el paso al funcionario, gritarle que es ineficaz, deshonesto, corrupto. Hacer plantón frente a su casa, avergonzarlo –si es que tiene vergüenza– ante su familia.

Durante décadas, los hombres del Sistema nos han estado robando. Ahora nos asesinan. Los dos jovencitos que llegaron de Torreón con ánimo de forjarse un destino estarían vivos de no ser por la estulticia de César Cavazos y su desprecio hacia la vida. Esto es, la vida de los otros. Sobre todo si es gente humilde, sin voz ni presencia.

Mucha de la culpa es nuestra. Nos da miedo encarar a la autoridad. Nos asusta exigir nuestros derechos. No hemos aprendido a gritar. Alcaldes, gobernadores y Presidentes son, en el mejor de los casos, seres humanos, no dioses. Ni siquiera semidioses. Peor aún: la mayor parte de ellos ni siquiera son personas inteligentes.

Desde niños nos enseñaron a someternos a sus atropellos y arbitrariedades. Ahora vemos hasta dónde nos ha llevado el servilismo que nos inocularon en la sangre.

Llegó la hora de la verdad: damos la batalla por la dignidad o nos resignamos a ser siervos de la gleba.

Pie de página
Hay tíos tan majos que, a décadas de su óbito, se convierten en leyenda. Te los encuentras en todos los gremios, oficios y profesiones. Yogi Berra es uno de ellos: enorme como un King Kong italoamericano, tan feo que, dicen, como cátcher no necesitaba hacer visajes para asustar a bateadores y ampayers. Astro del beis con los yanquis de Nueva York, naturalmente. Sin pretenderlo, nos enseñaba a vivir. “Esto no se acaba hasta que se acaba” es un canto que prohíbe la capitulación. 

hugo1857@outlook.com

 

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