Suscribete

 
1934 24 Septiembre 2015

 

 

PUNTOS CARDINALES
Un saludo a Laco Zepeda
Óscar Palacios

 

San Cristóbal de Las Casas.- Con Laco, sin llegar a ser amigos cercanos, logré una fluida comunicación cuando charlamos en varias ocasiones. Especialmente en eventos o encuentros circunstanciales. Seducía con su sonrisa franca, cordial.

Siempre me atrajo su manera de exponer, de hablar, de decir. Genio e ingenio. Cuentista sólido y cuentero excepcional. Nos hermanaba la palabra. Hubo respeto y admiración.

Logró con su literatura hacer de lo regional, universal. Su obra sobrevivirá, entre otras razones, porque lleva la esencia espiritual de su tierra de origen. La muerte siempre es lamentable y más cuando se trata de un artista, de un creador, de la talla de Laco, un hombre que supo entrar con pasión a los diversos territorios de la comunicación.

Sólo me queda enviarle un abrazo solidario a su compañera, la poeta Elva Macías, y decirle a Laco, lo que le he dicho a otros compañeros de las lides literarias que han partido antes: que un día de estos nos encontraremos a la vuelta de la esquina del infinito.

En cuanto a su incursión a la política oficial, cuestionado en su tiempo, de una vez respondo a los que me han preguntado: fue algo efímero, circunstancial. La biografía real de un escritor es su obra. Si esa biografía se construyó con altura de miras. Ahí hay que juzgarlo. Por ello parafraseo una frase famosa: la culpa fue del tiempo y no de Laco. Léanlo y me comprenderán.

Y volvemos a esta realidad real. Aunque no soy afecto a escribir crónicas de viaje, quizá por pudor después de leer a diversos grandes autores que le dan magia a los textos del vagabundeo. Sin embargo, en esta ocasión, quizás por edad, por nostalgia o porque se acerca el Alz, les contaré de mi periplo por tres entidades norteñas. Sinaloa, Chihuahua y Sonora.

Poco puedo decir de Los Mochis. Ciudad moderna, eso sí, con amplísimas avenidas y calor apabullante. Fue el punto de partida para abordar el famoso tren Chepe que llega hasta Chihuahua. El  suave bamboleo del tren, adormece. La mirada atrapa el paisaje semidesértico que comienza a subir y subir y llegamos a una región subtropical y sigue ascendiendo hasta llegar a la montaña de coníferas.

En el transcurrir nos enteramos y vemos, un milagro de la tecnología en asuntos ferroviarios: 87 túneles le abren la entraña a las montañas y 47 puentes –varios enormes– que saludan a los anchos ríos y arroyos y la Presa Colosio, impresionante. Magia de neblina y llovizna discretísima como permitiendo que entre la luz y el azoro.

Los deseos cumplidos dan alegría al corazón. Tenía largo tiempo con el deseo de viajar a Barrancas del Cobre y no lo lograba, hasta que llegó la invitación para asistir a la Feria Internacional del libro del IPN, en Ciudad Obregón, Sonora y me dije: si está a un lado, aprovecho. Primera Parada: Barrancas.

Nací en Yajalón, un embudo formado de montañas, como lo defino y habiendo caminado Chiapas no deberían sorprenderme las montañas. No fue así. Una especie de vértigo me avasalló al observar la profundidad de las altitudes chihuahuenses. Hay algo místico. Nos obliga a dialogar con uno mismo. Reflexionar, autocriticarse, reirnos de nuestra extrema facilidad para complicarnos la vida. La inmensidad que me rodea, con esa niebla que se asoma tímida, mientras los rayos del sol la atraviesan y la bruma escribe el poema. Desde la terraza del hotel y con un tequila amable me llegó la nostalgia. La culpa fue de Tony Bennett. En el sonido ambiental se escuchaba su cálida voz con “Dejé mi amor en San Francisco”. Inolvidable canción que me llevó a gratos recuerdos de juventud.

Después de caminatas, de charlas con los amigos, amigas de circunstancia, de acercarse a la vida de los rarámuris, de sentir una intensa sensación de vacío al subirse al teleférico y recorrer suspendido, tres kilómetros, de no atreverme a volar casi un kilómetro en la tirolesa, abordamos de nuevo el Chepe para dirigirnos a Creel, pueblo mágico.

Creel es, sin duda, un pueblo interesante. La magia está fuera de lo que es el pueblo. Las rocas son una constante. Aquí la naturaleza esculpió en los valles con diversas formas pétreas. La región de los valles: de los hongos, de las ranas, de los monjes. El nombre original de esta última es “Visavirachi”, que en la lengua de los naturales quiere decir valle de los penes. Ya ven cómo somos de hipocritones y por ello el cambio del nombre. Cierto, hay formas fálicas bien definidas, pero también algo que semeja a una pareja, un nacimiento navideño y etcétera.  Son monumentales.

Era visita obligada ir a una cueva donde viven los rarámuris –les dicen tarahumaras, pero eso es el nombre de la región– y ofrecían dos. Una para turistas, donde se encuentra uno a una indígena con zapatos Nike y playera y todo ordenadito, como disfraza Televisa a la pobreza. Para mi fortuna, mi guía sugirió llevarme a una auténtica. La indumentaria colorida de las mujeres, los niños descalzos y caminadores, gallinas en el interior, el horno del fogón, el rostro trágico de la pobreza. Creo que hay que verlo para creerlo.

Sin embargo, cuando me comentaron sobre la situación precaria de los indígenas, advertí: al menos, comen bien: siembran en terrazas en la montaña o en los valles, frijol, maíz, papas, calabazas y los animales domésticos. Tienen también centros para albergar y alimentar a los jóvenes y educarlos. Finalmente fui al lago Arareko, que me hizo recordar a nuestro Montebello chiapaneco.

Retorno en el Chepe a Los Mochis para luego aborda un autobús rumbo a Ciudad Obregón. También una ciudad moderna, con un calor luciferiano. Vuelvo a observar las amplias avenidas y recuerdo que en Chiapas reducen las calles para que el funcionario en turno tenga en sus propiedades una banqueta amplia, como hizo el ex alcalde Martínez Pedrero en San Cristóbal, o en Tuxtla el transa prófugo Yassir.

Me integro a la XXXIV Feria Internacional del Libro del Instituto Politécnico Nacional. Ahí presento milibro En memoria de nadie. Agradezco al comentarista, José Luis Amparo, poeta de Cajeme, multipreamiado, por su participación; y a la poeta-narradora, activista cultural y social, Mara Romero, por la invitación. Una talentosa mujer que se multiplica su tiempo para atender a los participantes. Hay calidad y calidez. Y como dijo Noquis, la vieja novedad de la palabra nos acerca y  una charla amena con el presidente de la agrupación de escritores locales Juan Manz y un tequilero “combebio” con alumnos de nuestro poeta Balam Rodrigo, quien dejó grata impresión por aquellos lares.

Entre lecturas poéticas, música, danza, el espacioso Museo de la Revolución lleno de distintas editoriales. Festín de libros. Pero tiempo hubo para visitar Cócorit y su Museo Yaqui. Pequeño pero bien estructurado. Museografía con imaginación. Después a otro pueblo mágico: Álamos. Una ciudad colonial con bellísimos caserones. Muy bien cuidada. Se parace al centro histórico de San Cristóbal. La diferencia: 40 grados centígrados.

Otra experiencia que dejó honda huella es la vuelta a Cócorit, pero ahora para visitar el centro  de menores infractores. La otra cara de la realidad. Jóvenes que roban una gallina o  que cometen un agravio social de grueso calibre. Ahí, la sensibilidad de Mara la llevó a coordinar un taller de narrativa. Me pidió que platicara con ellos y acepté. Admito que me puse nervioso. Estoy acostumbrado a hablar de literatura frente a veinte o cuatrocientas personas. No frente a jóvenes que la marginación, la indolencia de una sociedad, los ha llevado a esa deprimente situación. ¿Qué decirles? Me fui por mi historia personal, por los errores que todos cometemos en el camino de la vida. Nadie nos enseña a vivir, nos construimos con tropiezos, miedos, equívocos. El hambre,con h o sin h, significa lo mismo. Afortunadamente, con mi humor característico logramos la empatía y nos comunicamos con soltura y hasta un rapero de quince años nos dio muestra de su talento. Gracias Mara por esa oportunidad. Volví a casa con algo más.

Me disculparán por esta mal pergueñada presunta crónica. Comprenderán que a veces fastidia hablar de Peña Nieto y sus pifias y la farsantería, como la de enviar a la secretaria de relaciones exterior por el drama de Egipto. Distractores pueriles. Hablar de Manuel Velasco Coello, quien persistiendo en la legalidad impone al presidente municipal de Tuxtla y a su superprotegido Eduardo Ramírez en una diputación local plurinominal que no le correspondía; o instalar (y eso que no hay lana y por eso le deben a los premios Chiapas tres meses de pensión) dos gigantescas V –Victoria de Velasco– en el parque de la marimba fálica en el boulevard a Chiapa de Corzo; o que cambia el régimen interno del Congreso, para tener a sus verdelincuentes manipulando a su favor.

Y hay muchos temas que los dejamos para entrega posterior.

Y ya con ésta me despido: México no es un estado fallido, sólo cataléptico.

ospal2@hotmail.com

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com