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1945 9 Octubre 2015

 

 

Yo sí quiero ser señorita Uni
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Su destino será llamarse Joaquín, dijeron mis viejos al bautizarme con el alborozo propio de papis ingenuos y primerizos. Soy el mayor de una tribu de doce. Seis varones, cinco mujeres. Y yo.

Pudieron haberme llamado Clawdia Chauchat, como la dama etérea que le sale por los rincones al buenazo de Hans Castorp en la Montaña Mágica, la novela de T. Mann. Pude responder a apelativos felices como Jennifer o Remedios la Bella. Ni siquiera me tocó reintegro en la tómbola de los nombres eufónicos de mi familia ranchera: Feliciana, Edwigis, o ya de perdido, Eufemia. Mi papá se salió con la suya y me endilgó un nombre de pelado, como él. Se ha de arrepentir.

Cuando irrumpió Internet en sus salas virtuales yo charlaba y ligaba urbi et orbi, adrede me llamaba Susan Crisantema. Sagrario me funcionó perfecto para sonsacar rucos despistados que imaginaban en mí a una rolliza matrona de mejillas arreboladas y tetas rebozantes de miel bíblica.

Cómo me divertí en aquellos lustros próximos pasados. Hasta que me cachó un ex compañero de oficina y mi aventura naufragó. El pobre Raúl P. aún debe soñar pesadillas después del desengaño. Su compa caguamero y futbolista resultó vulgar cibertravesti con muchas identidades secretas en la telaraña digital.

Cuando las chicas del colectivo Quimera me abordaron en la Facultad de Filosofía para solicitar mi apoyo en la campaña contra el certamen “Señorita Uni”, dizque por misógino, retrógrado y discriminatorio, les respondí sorry, pero yo estoy a favor de la competición. Como aún soy damisela, y además adoro a la UANL, planeo inscribirme en el concurso que ellas repudian. Me llamaré Leopoldina I. Me encanta el cuento de Max y Charlotte, yo no sé por qué fusilaron al emperador más fino y hermoso que ha tenido México.

Feminismos trasnochados no pasan por mi trasero nivel Kardashian. No quiero irme de este mundo pagano sin mi corona de emperatriz y el cálido aplauso del respetable sector masculino de la Máxima Casa de Estudios, aunque sea puro vejete cascado que no paraguas ni con Viagra.

No hay nada más delicioso que las miradas de envidia entre las pobres diablas con mucho cerebro pero bien X en lo fashion. Me sobra pellejo para silicona y lipoescultura general. Hablo diez idiomas y además domino a la Simone de Beauvoir, autora intelectual de la causa de las chicas amargadas. Hay que darles de cucharazos con su propio chocolate. 

Quiero que Rectoría se humille ante mis encantos, colme de diamantina mi perfecto curly, me llene con monos de peluche y mil chucherías de tianguis que tanto agradan a las princesas de mi estirpe. Que me paseen trepada en el lomo del Tigrebús por esta ciudad de prietas y chaparras, me envíen como embajadora de la paz a Siria y me honren diez chambelanes de las fuerzas básicas. Billete y tiempo le sobran a la Uni, vean en qué anda gastando nuestros valiosos impuestos.

Si no gano, al menos le haré un secreto homenaje a aquellas locas valientes que se propusieron hacerle su baile de quinceaños a Rosendo Melitón, alias la Peggysú. De la parroquia la echaron a patadas cuando le descubrieron el truco. Pagamos a un cómico que hizo el numerito religioso y consagró al chico con vestidazo color púrpura.

La fiesta, recuerdo, fue inolvidable. Nos bailotearon puros galanes cholos de aspecto pandillero y corazón de terciopelo. Yo, espléndida y manirrota, obsequié dos pases dobles a la quinceañera para visitar Plaza Sésamo. Me vestí con la elegancia flemática que el importante ágape exigía. Me dijeron mis comadres, irritadas por el odio, que me parecía tanto a Isabel II con aires de Elba Esther Gordillo. Adorables perras.

Mis amiguitas contreras de Filosofía y Letras no imaginan lo importante que es para una mujer de mi linaje esta lid por la belleza. Midan su terreno, chiquillas. Si no se titulan de licenciadas en lenguas muertas, al menos cultiven las lenguas viperinas. ¿O qué? Quieren acabar como cajeras en un supersiete o cuidando chilpayates cagones. Niñas, despierten. Saquen sus garras de tigresas y todas a la pasarela con vestido de coctel, en traje folklórico, en bikini o como la divina Monroe: solamente ataviada con una discreta gota de Chanel. Y que triunfe la más bonita.

 

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