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1960 30 Octubre 2015

 

 

Elogio del político discreto
Eloy Garza González

 

Monterrey.- En una reciente reunión con el gobernador Jaime Rodríguez, en el hotel Gran Reforma, de la ciudad de México, los miembros de su equipo que le acompañaban se quejaban, en corto, del mismo mal: el Congreso del Estado, la prensa, los partidos políticos, no los dejan gobernar.

Son un estorbo, un lastre, para la buena gestión pública. “Pues menos mal que es así”, les respondí.

Por muy mal intencionados que sean los diputados locales, por muy mezquina que sea la prensa “antibronca”, por muy frívolos que sean los partidos que ya no están en el poder, juntos forman un sistema que irónicamente protegen a los ciudadanos de la posible mala intención, la probable mezquindad y la hipotética frivolidad del Ejecutivo estatal.

El problema con la anterior administración estatal, la de Rodrigo Medina, era justamente lo contrario: el Congreso estaba sometido al Ejecutivo, una buena parte de la prensa estaba comprada; los partidos políticos de oposición vivían como aletargados, sin dientes ni garras.

Ese sistema de pesos y contrapesos no siempre es amigable, es incómodo y estorboso para la buena gobernanza, suele caernos mal, pero es lo que en esencia se define como democracia. Y en sociedades complejas como la nuestra, eso significa gobernar, es decir, estar insatisfecho con el orden natural de las cosas; con los legisladores que tenemos, con la prensa que leemos, con los partidos que padecemos. Dejado a su libre curso, el Ejecutivo estatal se quedaría en su zona de confort y estaría políticamente satisfecho. Así, dejaría de gobernar convenientemente.

Decía Freud que hay tres profesiones imposibles: educar, curar y gobernar. Y son imposibles porque lo ideal es que la gente se eduque, se cure y se gobierne por sí sola. En realidad, el maestro es un agente que ayuda a educarnos por nosotros mismos, o sea, a forjar nuestro propio criterio y pensar por nosotros mismos. Igual el médico: en el fondo es alguien que nos receta sustancias químicas para ayudar que el organismo se recupere, pero la curación, la sanción corre por nuestra cuenta. El buen maestro, como el buen médico, a la larga se vuelven prescindibles.

Con el político pasa algo parecido. A la larga, la sociedad tiene que autogobernarse. Si necesitamos que un iluminado, un mandón o un redentor venga a gobernarnos, malo el cuento. El buen político tiene que ser un servidor público discreto, que ayude a la gente a que se organice por sí misma. En suma, el político, el gobernante, tiene que ser un sujeto prescindible. Y para alcanzar ese fin están, ni mandados a hacer, todos esos supuestos estorbos, rémoras o lastres, que según el gobernador, no lo dejan gestionar bien la cosa pública.

¿Suena anarquista? Quizá. Pero gobernar significa generar procesos que de alguna manera vuelvan superflua la tarea de supervisar o estar encima de la gente para que la sociedad marche bien. No hay cambios sociales profundos que no vengan directamente de la misma sociedad, no de una dependencia pública y menos de un político independiente. Elogiemos pues, al político discreto.

 

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