Suscribete

 
1989 10 Diciembre 2015

 

 

Entre el Bronco y Hank Rhon
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Es la ceremonia de inauguración de la FIL de Guadalajara, los discursos oficiales de los organizadores se desgranan como mazorca. Y uno termina por amodorrarse; un ejercicio de paciencia zen.

Medito como monje, en soledad de multitud. Como si la ristra de oradores se alargará hasta la eternidad. El infinito tiene forma de presídium.

Ni siquiera el galardonado con el Premio Juan Rulfo salva a la audiencia del tedio. Enrique Vila-Matas es mal expositor. Lee unas cuartillas deshilvanadas, con gesto de fastidio. Si por él fuera regresaría cuanto antes a su Barcelona. Así parece. Pero en las ceremonias oficiales, hasta el infinito tiene caducidad. Termina la larga paciencia y los invitados se diseminan como hormigas en fuga. Coincido en la salida con Jaime Rodríguez, el Bronco. “Te vi cabeceando, cabrón”. No lo refuto, pero no es cierto: me gusta la literatura, hasta en su formato de discurso aburrido.

“Vente a ver la prestación de mi libro”, me dice Jaime. Yo no sabía que el gobernador de Nuevo León hubiera escrito sus memorias, o su ideario político o algo así. Pero él mismo me aclara: “acaban de escribir mi biografía”. ¿Otra?, pregunto yo. Leí la que publicó Luciano Campos: El Bronco: claroscuros del hombre que derrotó al sistema, publicada por Proceso; luego otra muy elogiosa de una señora de San Pedro, presentada en la UANL, con todo y asistencia del rector. Le contesto que sí a Jaime y me voy a ver libros, uno de tantos motivos secundarios por los que la gente frecuenta la FIL.

En un descanso, en el stand de la editorial Planeta, me sirvo una taza de café. Estoy en una isla en medio de la marea de gente. Ahí me topo de nuevo a Jaime. “¡Qué bueno que viniste!”, me dice y me toma del hombro. En un rato presentará su libro. “¿Es el de Campos?”, le pregunto y me dice que no. “El de Campos está bueno, pero este que acaba de salir está fregón, me hizo llorar, cabrón”. Como yo no me conmuevo fácilmente, dudo que el libro Bronco, la nueva independencia, toque mis fibras sensibles. Habrá que ver.

Me presenta a su autor, Daniel Salinas Basave. Ya lo conozco, nos saludamos una vez en el Mandela. “No es una investigación”, me aclara Daniel, “es una versión novelada pero apegada a los hechos reales del Bronco”. Me agrada que sea Salinas Basave porque tiene buena prosa y sabe urdir historias atractivas para el lector. Le digo que leí su anterior libro La liturgia del Tigre Blanco, su biografía de Jorge Hank Rhon y Daniel me habla de supuestas similitudes con el Bronco. Lo dudo. Ambos son personajes curiosos de la farándula política, pero antagónicos en su origen. Uno es de buena cuna y el otro viene de mero abajo.

Antes, Hank Rhon me invitaba a sus fiestas de Tijuana, dignas de un faraón. Aún no enviudaba. Conocí su casino (el más grande de América Latina), su hipódromo, su zoológico de animales exóticos, su lienzo charro, su brebaje de tequila con testículos de tigre blanco, bilis de oso polar y una cobra muerta, ahogada en el fondo de la botella de vidrio en forma de falo. El ritual consistía en tomarse un caballito de ese tequila compuesto, sin hacer caras, y luego darse un abrazo. La consagración del kitsch; la pura esencia de la política mexicana.

“¿Y cuales semejanzas les hallas tu, Daniel?” le pregunto. Titubea el joven periodista. Jaime se pone tenso. “No tengo nada que ver con Hank”, dice. Trato de salvar la situación: “Se parecen en que a los dos les gustan los caballos”. Asunto arreglado. De nuevo sonrisas y felicitaciones. “¿Te quedas a la presentación de mi libro?”, me pide Jaime. Le digo que sí. En un descuido suyo, me escabullo con mi taza de café entre la gente. Voy al otro extremo de la FIL, al pabellón del Reino Unido. Cavilo mientras hojeo libros británicos. ¿Habrá más parecidos entre Jaime y Hank? No le doy vueltas: dejo pronto el juego mental de las semejanzas y las diferencias. Lo mío no es ensalzar egos.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com