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2025 29 Enero 2016

 

 

Nuestro Río Santa Catarina
Saúl Escobedo

 

Monterrey.- El Río Santa Catarina es una área de vastas dimensiones a la que en aras del crecimiento, la industrialización y la ‘modernidá’, se le ha arrebatado su vocación natural: dar cauce a lo que fue un importante río y remojar sus riveras dotándolas de condiciones para el desarrollo de flora y fauna.

Cuando era niño me preguntaba por qué el Río Santa Catarina no podía ser un río de a deveras. Una fresca alfombra azul que albergara paseos familiares entre árboles y flores de día y un espejo en el que se reflejaran las luces de la ciudad de noche. Por qué era como una especie de cloaca de la que todos nos sentíamos avergonzados, en lugar de que fuera un orgullo de la ciudad. Supongo que muchos niños que crecimos en esta ciudad nos hacíamos esas preguntas, pero dejamos de hacerlas a golpes de realidad. 

Nos avergonzamos tanto de esa cosa que mal llamamos Río, que lo cercamos con dos peligrosas barreras a todo su largo habitadas por la hostilidad de vehículos a toda velocidad.

Nos enseñaron a menospreciar nuestro río. A temerle. “Ahí nomás hay viejos mariguanos”. “Violan gente”. Lo que sea. Es un lugar inseguro e insalubre cuyo destino no nos debería preocupar en lo más mínimo. La historia es familiar.

Bajo la óptica tradicional ‘regia’ que es privatizadora, centavera y mezquina, todo lugar abierto que contenga verde o se conserve natural, es un desperdicio. Todo paraje que ofrezca belleza ‘gratis’ a la comunidad, es una oportunidad desaprovechada de ‘hacer billetes’ y habría que construir ‘algo’ ahí que genere ganancias. Lo que sea.

La cultura del cemento nos enseña que lo que no está hecho de ‘material’ se nos sale de control. Lo orgánico es un desorden que no podemos permitir.  Los árboles tiran demasiadas hojas qué limpiar.  El pasto aloja bichos. Las ramas son el hogar de las aves que cagan mi coche. El monte no tiene mayor utilidad y es feo porque nos recuerda nuestro origen reseco, huraño, agreste.  Todo ello debe ser convertido en una plancha gris. En bodegas. Estacionamientos. Fábricas. Canchas de futbol.

Ni cerros, ni valles, ni ríos, ni lagos merecen respeto. Nada es sagrado. Todo es para explotar hasta agotar.

Con la construcción de una presa nos prometieron regular el flujo de las aguas de nuestro río. Adiós inundaciones. Hola agua, mucha agua para saciar la sed de esta ciudad que prefiere el alcohol.

¿No será la construcción de esa presa la pieza que faltaba para privatizar el Río Santa Catarina? ¿Habremos pagado con los millones y millones que costó esa infraestructura hidráulica nuestro propio despojo?

Da coraje pensarlo. Hasta quiere uno temblar y nos sube la temperatura.

La idea de unir los dos parques más importantes de Monterrey, Fundidora y España, no es fantástica ni una joya de la inteligencia de nadie. Es una cosa de lógica. Es simplemente una vergüenza que ninguna administración municipal o estatal se haya tomado la molestia de asumir un proyecto para comunicar ambos ofreciendo a los regios más opciones de ocio y esparcimiento accesibles.

Para lograr ello no es necesario un estadio de futbol, como se argumenta.  Por el contrario. 

Un estadio en los términos de la industria del entretenimiento a la que pertenece ese espectáculo llamado futbol y que se vende como ‘deporte’, es en esencia un núcleo aplanado de recubrimiento plástico alrededor del cual se acomodan gradas que soportarán las ‘sentaderas’ de consumidores de cerveza llamados ‘aficionados’.

Otra capa de la cebolla, la más importante por sus dimensiones, consiste en el área de estacionamiento. Hermoso y lisito pavimento que proveerá espacio para acomodar los vehículos en los que llegarán los amantes del ‘deporte’. Todo aderezado por cámaras y pantallas que darán legitimidad a las actividades que ahí se lleven a cabo, pues todos sabemos que si sale en la ‘tele’, debe ser importante.

Dentro de estos círculos concéntricos el acceso es restringido y la ubicación que ocupe un individuo depende de la cantidad de dinero que esté dispuesto a pagar, pero en todas las áreas existen módulos estratégicamente acomodados para el expendio de todo tipo de productos comestibles y no.

¿Dónde queda en esta dinámica el paso para quienes queremos caminar de un parque a otro? ¿Para quienes no nos interesa el futbol o no tenemos dinero para pagar un boleto y sólo podemos acceder a los parque públicos?

A nosotros nos va estorbar un estadio y su respectivo estacionamiento, que será una plancha gris y deprimente. Además de ardiente en verano.

Quienes queremos disfrutar ambos parques requerimos sólo un caminito.  Un puente si acaso. ¿Un túnel bajo Morones Prieto que espejeé el que pasa debajo de Constitución? Infraestructura básica sin mucha carga al erario.

Ahora, si queremos lucirnos, podemos aprovechar el poder de la nueva presa para dotar al Santa Catarina de un caudal suficiente para que podamos llamarlo Río. Nuestro Río Santa Catarina. Entrar a chacualear en el agua cristalina. Bancas de picnic y árboles con columpios. ¿Unas lanchitas?  Diversión familiar. Momentos inolvidables para las nuevas generaciones que crecerán amando su ciudad.

Pero, ¿un estadio? 

¿Seremos los regios capaces de volver a permitir un despojo como el del estadio que pusieron sobre un bosque? ¿Estaremos todos borrachos? ¿Habremos perdido la razón con un balonazo?

Antier los regiomontanos pudimos apreciar un paisaje mágico. Todos como niños salimos a ver nuestras montañas para conmovernos con las cumbres heladas y blancas que conformaron un espectáculo generoso, hermoso, majestuoso y profundo. Un fenómeno natural que no fue producto de ningún programa de gobierno. Tampoco fue patrocinado por ninguna marca de alimentos industrializados o cerveza con colorantes.

Las montañas más grandes siguen ahí nomás porque no podemos alcanzarlas con nuestras máquinas, nuestras bulldozers y nuestro cemento. Otras no han corrido con tanta suerte. Otras ya fueron permanentemente afectadas.

Pero aunque no nos guste, aunque no queramos voltear a ver, aunque se nos salga de control, la naturaleza se abre paso sin remedio.

Podemos pavimentar el río “como en Los Angeles”, me comentó un amigo por Facebook.

Sí podemos. Pero, ¿por qué no mejor voltear hacia nuestro Santa Catarina y verlo no con los ojos de mercado, de ganancias y pérdidas, de rendimientos y ‘profits’?

Volteemos a verlo con ojos de niño. Con todas sus posibilidades. Con las ganas de meternos a refrescarnos, de brincar de un lado a otro. De un parque a otro.

Seamos capaces de ofrecer belleza, espacio y frescura a nuestros niños, a nuestros visitantes, a nosotros mismos. Sin necesidad de pagar un boleto de entrada o ceder nuestro patrimonio a un particular. Solamente dejando que la naturaleza siga su curso y nuestras creaciones se adapten a sus formas, ciclos y fluir.

¿No será el momento?

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