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2025 29 Enero 2016

 

 

Don Miguel F. Martínez
Ismael Vidales Delgado

 

Monterrey.- La educación, vive desde la etimología y la semántica mismas, una terrible confusión, y a esto agregue, que cada vez hay menos maestros por vocación, y más dirigentes educativos neófitos en el tema.

La resultante es que  cada vez son más escasos los maestros con fortalezas pedagógicas y merecimientos humanos a quienes podamos calificar de “maestros por vocación y por convicción”.
        
Cuando hablo de vocación y convicción me refiero a esa pulsión innata que nos lleva a empeñar nuestras energías, destrezas y emociones para “hominizar” al hombre; ese compromiso voluntario con la niñez y la juventud de las que emana el lema de la Escuela Normal Superior buscado y propuesto por el MAESTRO (así, con mayúsculas) Humberto Ramos Lozano “En la vocación del maestro y en la nobleza de juventud, confiamos”;  esa entrega diaria con la esperanza de transformar positivamente a la Patria; ese darse a los hijos de los otros con el mismo amor con el que se da a los propios; ese diario hurgar en la palabra, la ciencia, el arte y sobre todo en la fantasía, el griterío de los niños y la actitud contestataria de los adolescentes.
        
Esa vocación magisterial seguramente es la que percibieron en el ingeniero Miguel F. Martínez los diputados de la XXXVII (37) Legislatura y el gobernador del Estado don Nicéforo Zambrano cuando en 1918 decidieron considerarlo como Benemérito de la Educación de Nuevo León.
        
El ingenieroMIGUEL F. MARTÍNEZes elprimer benemérito de la educación en la entidad, por el Decreto No. 56 publicado en el Periódico Oficial el día 20 de mayo de 1918.
        
Sin lugar a dudas, la mejor fuente documental para conocer a don MIGUEL F. MARTÍNEZ es la obra de su propia autoría “Memorias de mi vida” que editó la Secretaría de Educación del Estado, el Fondo Editorial Nuevo León y la Benemérita y Centenaria Normal “Miguel F. Martínez”, con prólogo del Doctor Alfonso Rangel Guerra.
        
La obra está formada de cinco cuadernos manuscritos que generosamente proporcionaron para su publicación los familiares de don Miguel y que en septiembre de 1997 se mostraron a la comunidad magisterial, transformados en un excelente libro, cuya presentación se llevó a cabo en una significativa velada realizada en el Palacio de Gobierno.
        
Don Miguel empezó a escribir estas memorias “para los suyos exclusivamente”, el 5 de julio de 1910 y las concluyó el 23 de enero de 1919. Once días después, el 3 de febrero, falleció.
        
Al leer estas memorias queda bien claro que las escribió un hombre bueno y generoso, de conciencia limpia y voluntad de servicio inquebrantable. De origen humilde, criado en la estrechez de la pobreza cumplió importantes tareas educativas en la ciudad, el Estado y el país.
        
De sus recuerdos de niñez, recoge el de don Fernando Guerra, su maestro y posteriormente subalterno, de quien escribe:
         “Este era un hombre cruel que golpeaba a sus alumnos y que llegó a darle de patadas a uno porque se resistió a recibir los palmetazos.
         ¡Qué impresión tan desagradable me causó aquel atropello y qué triste papel vi que hacía aquel maestro, desfigurado por la ira y loco de rabia!”

Continúa: en mi práctica de maestro, siempre que algún niño me hacía impacientarme, me venía el recuerdo de aquel cuadro y me contenía para no incurrir yo en la falta que cometió aquel maestro.
        
Miguel, joven, estudió topografía desde 1868 hasta 1871; y siendo alumno enseñaba a sus compañeros las matemáticas. El 31 de octubre de 1871 se tituló de ingeniero topógrafo y en las mismas fechas se inició como maestro. Estuvo en el ejército como teniente de ingenieros; y aprendió música para formar una orquesta. Fue ingeniero de la ciudad, regidor suplente, miembro de la Comisión de Instrucción Primaria, diputado suplente, miembro de la Biblioteca Pública de Monterrey, miembro y directivo de asociaciones y sociedades culturales y literarias. Él trazó la placita Hidalgo que está atrás del antiguo Palacio Municipal, hoy Museo Metropolitano.
        
Desde los 19 años empezó a dirigir una escuela en sustitución de otro Benemérito de la Educación de Nuevo León, don Serafín Peña. De esta experiencia cuenta que ...
         recibió la visita del Regidor del Ayuntamiento, a quien le molestó que estuviera enseñando geometría y geografía, exigiéndole que se limitara a enseñar a sus alumnos a leer, escribir y practicar las cuatro operaciones de aritmética. Esto porque según el regidor, despertaba en los niños pobres el deseo de ilustrarse, cosa que los desviaba de su destino de hombres de trabajo y, no faltaba más,    añadió el Regidor, que dentro de algunos años tenga yo que llamar “compañero” (él era doctor de medicina) al hijo de mi zapatero.

Don Miguel había cobrado buena fama nacional por su participación inteligente y propositiva en los Congresos celebrados en 1890 y 1891 por lo que la máxima autoridad educativa del país, don Justo Sierra, lo invitó a colaborar en la capital, tarea que cumplió desde el 3 de julio de 1901 hasta el mes de octubre de 1915, o sean catorce años. De regreso a Monterrey, el gobernador Pablo A. de la Garza lo nombró director de las escuelas normales.
        
De los cinco cuadernos que integran sus Memorias, el número 5 lo dedica don Miguel a su esposa que falleció el 23 de octubre de 1918, don Miguel sobrevivió a su esposa apenas tres meses y once días; al morir tenía  68 años y siete meses.
        
Es interesantísimo leer las Memorias de quien en ellas escribió:
         “...Nací el viernes 5 de julio de 1850, a la una de la mañana, en una vivienda de      una sola y pequeña pieza... mis padres fueron don Antonio Martínez Romero,         pintor de edificios, y la señora Francisca Pérez Montalvo...

Así de humilde, así de sencillo, así de grande fue don Miguel F. Martínez, primer Benemérito de la Educación de Nuevo León.

 

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