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2029 4 Febrero 2016

 

 

Carta a un alcalde
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Esta carta no es nada personal. Pero cuando aparece por televisión uno siente una especie de malestar. Y es que hay un insondable abismo entre lo que usted busca y lo nuestro, que nos vuelve seres incompatibles y distintos.

Entiendo que los chicos de la prensa lo han vilipendiado, como decían nuestros abuelos. Por eso se empecina en comprarles la conciencia, que es un eufemismo para decir que paga para que escriban de usted elogiosamente.

Como alcalde merece ganar lo suficiente y bien, si esos fueran sus únicos ingresos. Pero usted se toma prestaciones por la libre. Y se aumenta la quincena. Luego uno generaliza la manoseada convicción de que todos son iguales, cuando algunos son peores y otros más el colmo del cinismo.

Un día se le ocurrió cobrar de comisión el quince por ciento a la tremenda corte que forman sus proveedores.

Después se le hizo poco y les aumentó el veinte. Más adelante tuvo la gracia de imponerles otro diez por ciento para sacar los cheques del burocrático laberinto. Hasta volverse usted directamente contratista, porque a ojo del amo engorda el caballo. O inventar la vía rápida del broker fantasma, para ganar dinero contante y sonante. Y llegar al trabajo en Mercedes o Toyota.

Por eso le hago a usted una proposición atenta y decorosa: ¿Por qué un lunes o un viernes no toma una decisión altruista, se gasta una suma sin sospechas de desvíos, sin sombras de dudas, sin beneficiar compadres con fortuna, y se sale a instalar luminarias en una colonia pobre? ¿O rehabilitar un parque con arrayanes y banquitas? ¿O levantar una cancha polivalente? ¿O edificar una aseada y comedida guardería?

No invite a los medios. Olvídese de choferes, guardias y guaruras. Mande a casa a secretarios y asesores. Siéntese en un comedor popular y platique con la buena gente. Piense con ellos en qué invertirá los seis o siete millones que les destinará así, sin más. No toque ni un peso; tóquese el corazón y aguante el cosquilleo zumbón de su bolsillo.

¿Lo hará? ¿Cortará los pétalos de la flor de su quimera? ¿Verdad que es difícil dejar de ser súbdito de la ambición y la codicia?

Sepa que la vida es una y a la hora de nuestra muerte nos calificarán en el amor. Pero no se mortifique mucho porque al cabo usted, señor alcalde, no es mortal; usted es un espíritu eterno. Y como tal, al margen de cómo se porte en su Palacio, le saldrán alas para volar. Entonces vaya a probarlas en el acantilado. Ya luego nos contará.

 

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