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2034 11 Febrero 2016

 

 

El mural acribillado
Eloy Garza González

 

Monterrey.- El último gran muralista mexicano nació en Tlaxcala. Lo conocí en su casa en el año 2000 y me sorprendió su ostentosa vena conservadora. Su segundo apellido es casi impronunciable: Desiderio Hernández Xochitiotzin.

A pesar de su fama, que trascendió hasta Europa, vivía en una casa de adobe, humilde y sin pretensiones.

Desde su camastro me mostró un lienzo sin terminar: dos guerreros tlaxcaltecas en guardia, a punto de liarse en una guerra noble pero sin cuartel. Me ofreció hospedarme en un hostal cercano y regresar por la tela dos días después. Por lo pronto, me invitó a visitar sus murales del Palacio de Gobierno. Un trazo geométrico, colorido y proporcionado. Técnica impecable. Pero la figura de un Juárez con rostro diabólico y faz desfigurada me apartó los ojos y la apreciación artística se sometió a mis principios republicanos: evité contemplar a un muralista que abjuraba del liberalismo. La ideología imperó sobre lo artístico. Peor para mí.

Su estilo, sin embargo, llamó poderosamente mi atención. Me recordó un fresco muy deteriorado que persiste en la ciudad donde viví parte de mi infancia: Reynosa, Tamaulipas. En la Zona Rosa, justo encima de la vinatería de una esquina, se alza un mural que describe con imágenes, el devenir histórico de la frontera tamaulipeca. Años después regresé a Reynosa y me topé con el fresco acribillado a balazos. Los huecos de las municiones y el olvido deliberado de los dueños, destinaron este maravilloso mural a la perdición inminente. 

Don Desiderio interrumpió mi disquisición: ese mural, pintado en el otro extremo del país, justo en la aduana fronteriza con Hidalgo, Texas, era obra suya. Me quedé mudo. No era posible tanta casualidad. Los reynosenses tenían una pieza valiosa al alcance de su pueblo y la dejaban morir, con su viejo muro encalado, cayéndose a pedazos, víctima de los nuevos tiempos de la metralla y el narcotráfico.

“Su mural está en zona de guerra, don Desiderio”, le dije, no tanto para alarmarlo, como para que intercediera con las autoridades de Tamaulipas. Fue inútil. Una dolencia renal lo dejó postrado los siguientes siete años. No le acepté el lienzo de los dos tlaxcaltecas peleando. Luego me arrepentí. Murió en 2007.

Del mural suyo en la Zona Rosa de Reynosa ya no supe nada. De hecho, pocos se atreven a hacer algo en esa tierra fronteriza, asolada por el narco y la desolación. Allá, por desgracia, el arte es lo de menos. De lo que se trata es de sobrevivir.

 

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