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2037 16 Febrero 2016

 

 

La visita no cambia nada
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- El Papa llegó a México, se quedará unos días para luego regresar a Roma. ¿Nos dejará algo su visita? Sin duda, un acuerdo secreto entre el Vaticano y el gobierno de Enrique Peña Nieto. Y nada más.

Hay que pedirles perdón a los indios, nos dice en Chiapas. De acuerdo: lo hacemos. Con el llamado a la benevolencia de las etnias no borramos los siglos del infierno que ha sido y sigue siendo su vida ni garantizamos para ellos un futuro compatible con la dignidad humana. Es un gesto vacío.

En Ecatepec, plaza fuerte del crimen organizado, condenó a los traficantes de la muerte. ¿Y qué? Difícilmente los hubiera aplaudido. Unos 300 mil mexiquenses se arracimaron para verlo y pedirle milagros que Francisco no puede conceder porque él no es un santo: es, nada menos ni nada más que un hombre. Como tú, lector. Como yo.

El mexicano es un animal a la vez simple y complicado. El infelizaje gime en el abandono. El Estado distribuye sus dones entre las clases privilegiadas y da la espalda a los marginados. Lo mismo se puede decir de la Iglesia católica mexicana. En cada barrio hay, por lo menos, un templo donde los religiosos, atrincherados, se limitan, en el mejor de los casos, a esperar a que lleguen los fieles a los rituales.

Hay excepciones, claro. Está el Padre Chema, quien con gallardía defendió a los vecinos de Cadereyta afectados por la contaminación del río San Juan. Y esto es algo que no hicieron ni hacen el alcalde, los regidores, los diputados. Del gobierno del estado, mejor ni hablar.

En el laberinto de la soledad, como escribió ese mexicano de genio que es Octavio Paz, el mexicano se limita a tratar de sobrevivir. La miseria y la ignorancia abren la puerta a la confusión. Es entendible que muchos vean al obispo de Roma no como el representante de Dios en la Tierra –pero, ¿acaso no tenemos todos un trozo de Divinidad?– sino como el Supremo Hacedor. Esperan que sus manos y oraciones den pie a la piedad de la Providencia.

En el Hospital Infantil Federico Gómez, en la ciudad de México, la madre de Fátima Ramírez, de dos años, dice a El Norte-Reforma que su bebé “está en fase terminal” y ella espera “que el Papa me haga el milagro”. Esto no va a ocurrir.

Mi Dios es el viejo encantador a quien le canta Jaime Sabines: nos ama pero es torpón y con frecuencia nos rompe el cuerpo. Él nos hizo y nos regaló un mundo de maravilla que estamos empeñados en destruir. Pobló nuestro cerebro con neuronas y nos dio a escoger entre el Bien y el Mal. La decisión es nuestra.

El Creador nos deja hacer y deshacer. Se supone que, para ello, tenemos entendimiento. Nos matamos en Siria, Irak, Afganistán, docenas y docenas de países así como nos despedazamos hace días en el Topo Chico.

Tal vez el Señor puede estar en todas partes, pero no tiene por qué hacerlo: las leyes de la Naturaleza obligan a los padres a reconocer el libre albedrío de los hijos.

No, la visita del Pontífice no cambia nada. Los perversos no se redimieron en la nobleza. Los plutócratas no distribuyen sus tesoros entre la famélica prole. Los asesinos, si acaso, pagarán una misa por las almas de sus víctimas y seguirán matando.

La bendición del doctor Bergoglio no erradica la envidia ni la codicia: menos, todavía, la estupidez La culpa no es del Gran Arquitecto del Universo ni, mucho menos, del primer Papa iberoamericano. Somos los responsables de los crímenes y la codicia.

Dios y Satanás, escribió Dostoievski, libran una guerra eterna y el campo de batalla es el corazón del hombre.

hugo1857@outlook.com

 

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