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2037 16 Febrero 2016

 

 

La vida en Veracruz
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Avelino es el hombre más puntual del mundo o cuando menos de Coatepec, Veracruz. En su negocio de venta de café, que no cafetería, (aleros y balcones forjados, arrietes de orquídeas vivaces), atiende a su clientela a partir de las doce y media de la tarde: ni un minuto antes y acaso unos minutos después.

Y al que no le guste se puede ir mucho a cualquier otro comercio o a donde se le pegue la gana que a él le da lo mismo.

Don Avelino, piel de tierra mojada, ojos de tejón, espigado como las cañas, se toma su tiempo con los turistas (“tengo que encender la cafetera eléctrica y eso me lleva un rato”) y reclama a los clientes que quieren sentarse en su trío de mesitas (“aquí vendo café de altura, no es cafetería”). Luego acomoda los costales con los granos tostados, pesa cada bulto en medios kilos y prepara las bolsas de papel artesanal como si tuviera la tarde entera para terminarlas.

Don Avelino regaña a la clientela que le pide un poco de leche (“el café se toma solo y si no le gusta se puede ir mucho a cualquier otro comercio”) y explica los granos que arrojan las matas de su terrenito: tiene la versión expreso (“con mucha acidez para que tome cuerpo”) y el vienés ("delicado y de aromas suaves") y abre el abanico de gamas propia de los catadores expertos, hijos de Zimpizahua.

Don Avelino no sabe que en su Estado se mata a los periodistas y que recientemente pescaron al Chapo. Escucha a medias y le importa poco el incremento del patrullaje militar y de policías estatales por Xico, Naolinco y Perote; no conoce a los familiares del Chapo que, según los lenguaraces, viven en los alrededores; ignora a las mujeres que rezan fuerte a San Jerónimo, como plañideras de fiesta patronal, frente a su negocio de café, “que no cafetería”.

Don Avelino habla puntual de sus granos de café como si fuera maestro de escuela. Y de las cerezas que al secarse toman consistencia de cáscara fina hasta crepitar entre los dientes. Fluye entonces el brebaje exótico que él bautiza después de las doce y media como bebida solar, aunque crezca en la sombra húmeda, para dar sentido a su existencia como caficultor en uno de los cientos de pueblos profundos veracruzanos.

Don Avelino no comprende muy bien que agarraron al Chapo. No interpreta los informes policiales ni explica los misterios de lo que carece de nombre (¿qué ganaría con especular?) porque no es como esos sabihondos de Xalapa que suelen fantasear sobre lo que no conocen. Sólo sabe que en Coatepec, lo importante son sus granos de café y que aquí, en la vida verdadera, “no pasan cosas de mayor trascendencia que las rosas”.

 

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