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2060 18 Marzo 2016

 

 

Vasconcelos y los candidatos independientes
Eloy Garza González

 

Monterrey.- La primera vez que tuve noticias sobre un candidato independiente, no fue en un periódico reciente sino hace más de 30 años, cuando leí una vieja novela, disfrazada de memorias, que comienza con el deslumbrante volumen “Ulises criollo”. 

Su autor fue José Vasconcelos. Pero antes que precursor de candidaturas independientes, Vasconcelos fue modelo frustrado de personalización de la política.

El desbordamiento de su ego no ayudó a Vasconcelos a ganar ninguna campaña electoral. Por la buena o por la mala, las perdió todas, una detrás de otra. Primero quiso ser candidato a una diputación federal durante la Presidencia de Francisco I. Madero. Luego pretendió ser gobernador de su natal Oaxaca en 1924 y pese a su prestigio como ex Ministro de Educación, perdió estrepitosamente esos comicios.

Finalmente, voluntarioso incansable, se lanzó en 1929 como candidato presidencial por la libre. En realidad, no lo respaldó un partido ni un club antirreleccionista como al modesto político que fue Madero, sino un movimiento difuso pero apasionado que el propio líder embadurnó con su fastidioso narcisismo: lo llamó vasconcelismo. Sin embargo, la maquinaria del Estado lo atropelló sin piedad. En su nombre, murieron varios jóvenes seguidores suyos. Legalmente el candidato opositor, un pelele mangoneado por Plutarco Elías Calles, ganó con 99% de los votos. Vasconcelos se fue al exilio, con su egolatría a cuestas. Allá esperó pacientemente a que el pueblo mexicano se volviera a levantar en armas, para sentarlo cómodamente en la Silla del Águila. No tanto un iluso sino un aprovechado.

Digo que más que candidato independiente, Vasconcelos fue modelo de personificación de la política porque incluso anegó de justificación filosófica su inmarcesible vanidad. Sus lecturas de Schopenhauer y su delirio dionisíaco, combinación de sensualismo y sinceridad arrogante, le inflamaron su creciente mesianismo político. Albergó una convicción casi suicida en la fuerza de su voluntad, en el vitalismo que mueve a los pueblos y en la energía irracionalista que le impedía aceptar cualquier derrota tanto en la liza electoral como en los ámbitos del amor, contiendas en la que sí fue ganador frecuente.

Es verdad que su filosofía, su ética y estética es un batiburrillo de ideas prestadas, silogismos a medias y mezcolanza ilegible. Pero esa armazón de reflexiones inconexas opera adecuadamente como propulsor para cualquier político ególatra actual que pretenda autoafirmar su personalidad independiente. Su filosofía personal giraba alrededor del molino de una frase trivial pero resistente: “la fuerza de la voluntad, más que la fe, mueve montañas”.

Vasconcelos fue un educador sin parangón. Un fundador de instituciones, pero es también el antecedente directo del candidato independiente atado a una egolatría sin límites. Incluso su ejemplo, multiplicado en México y en otros países, nos hace concluir que no existe una cosa sin la otra.

Es decir, que los aspirantes a cargos electorales sin partido o con simples estructuras de movilización de electores que utilizan para entronizar su personalidad imperial, no pueden separarse, porque están indisolublemente unidas en el ámbito político.

Aunque no todos los independientes pueden jactarse (aunque así se la crean por ignorantes) de ser émulos del talentoso Vasconcelos.


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