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2069 31 Marzo 2016

 

 

Donald Trump: los secretos del loco (III y último)
Eloy Garza

 

Monterrey.- Jugar a ser Dios y a creer que el mundo es tuyo no es fácil: implica que los consumidores vean tu nombre como marca en cada producto, en cada anuncio de televisión, en cada casino, en la cumbre de cada rascacielos, en cada portada de revista, en tu retórica antipolítica. La omnipresencia como símbolo de superioridad divina.

Es una especie de mezcla entre dios a la manera judía (pueblo a quien Trump menosprecia), y a la usanza pagana, que monta en cólera, que ostenta sus defectos, que condena a los infieles, que es vengativo y cruel, que expulsa a los mercaderes del templo global y a los fariseos del establishment. Pero que, a la larga, suele perdonar al caído y lo ajusta a sus reglas convenencieras.

Sin embargo, casi nadie suele aludir a una cualidad personal (no en balde el secreto mejor guardado de Trump) que suele ponerle los pies en la tierra y le atempera sus delirios de megalomanía: la negociación. “Los negocios son mi forma de arte”, escribe en Trump: The Art of Deal. Son la sanación a su espectro bipolar. “Me encanta cuando alguien viene con un precio de 10 millones de dólares y no quiere rebajarlo y yo acabo consiguiendo que sean 8 millones. Y ni siquiera tenía pensado rebajar el precio”.

Pero en su arte de negociación, Trump nos oculta la parte esencial, nos escamotea el elemento principal en sus innumerables libros sobre el tema: el gigantón del bisoñé rubio es más hábil en el proceso de venta que en el de compra, destreza común en los empresarios de bienes raíces. Y para eso, de entrada, levanta el listón muy alto, fija a la contraparte trancas muy elevadas, casi imposibles de sortear. Lo mismo en los negocios que en la política (aunque para Trump ambas sean la misma cosa), impone al posible comprador, “hipérboles veraces”, como él mismo las llama, cifras exageradas, condiciones superlativas, disposiciones insalvables. De ahí parte cualquier posibilidad de trato que en un principio aparenta estar cancelada. Y subraya que no estará dispuesto a ceder ni un milímetro.

Frente al divo, a la celebridad inclemente, al ícono del glamour con su sentido de pompa y boato, el interlocutor (así sea inversionista, aspirante a candidato presidencial o mandatario de alguna nación con expectativas de que tarde o temprano acordará con él en una mesa bilateral) se comporta intimidado y en franca desventaja. Lo cierto es que “la hipérbole veraz”, la exageración resulta  tan disparatada, que cuando Trump finge ceder en alguna de las cláusulas, el interlocutor se siente aliviado: ingenuo, cree que ya ganó parte del juego, aunque en el fondo todo sea una ilusión cognitiva. Que el pobre suponga que consiguió aflojar un pequeño músculo del gigantón de bisoñé rubio, le da la sospecha nunca confirmada del todo, de ser en cierta medida ganador y estar a la par de esta celebridad endemoniada.

Esta técnica de negociación la ha aplicado Donald Trump toda su vida: así construyó su imperio de rascacielos en forma de lingotes de oro, así se sentará a negociar (en el caso remoto de que sea Presidente) la no construcción de un muro fronterizo, a cambio de que el gobierno de México acepte condiciones más severas contra la inmigración de mexicanos a EUA. Así se sentará a fumar la pipa de la paz con cada persona que ha ofendido en los últimos años, se llamen Mitt Romney, John McCain, la Conferencia de la Unión Conservadora (CPAC) o su ex amiga, Hillary Clinton, sin descartar a su influyente esposo, Bill.

Sin embargo, Trump, que con esa capacidad ambivalente de cerrarse para luego ceder un poco en el momento más adecuado, levantó proyectos colosales como Grand Hyatt, Trump Tower y Riverside South, no podrá reconstruir las alianzas que pisoteó sin cansarse hasta humillar a sus contrapartes políticos como las comunidades hispanas, musulmanas y judías de EUA, o (lo que es peor) a los altos jerarcas que dominan el partido Republicano.

Quizá solo entonces (y ya será tarde para enmendar lo dañado y plantar algo en tanta tierra quemada) el gigantón del bisoñé rubio entienda que el arte de la negociación empresarial es una cosa, y el arte de la negociación política es otra. Y aunque se parecen en muchos aspectos (en especial en la búsqueda de beneficio personal para quien gana todas las fichas), sus reglas de juego son muy distintas y, en el caso de la política, salvajemente crudas, demoledoramente vengativas. Así te llames Donald Trump y pienses que el mundo es tuyo.


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