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2079 14 Abril 2016

 

 

Evo Morales: el benefactor de la hoja de coca
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Su familia de lengua aymara, criadora de llamas, lo sacó de su pueblo nativo, Oruro, poco después de nacer en 1959, empujada por él hambre y la ausencia de expectativas de vida. Quizá por esos orígenes dolorosos, zafreros, que lo llevaron a pasar parte de su infancia en Argentina, Evo Morales es el gran dador, el padre severo pero consentidor de su pueblo boliviano, que viene de abajo y proviene de la naturaleza agreste.

Pero con una cualidad muy suya: siempre fue un indígena alegre, que le gustaba silbar. 

Desde que asumió la Presidencia de Bolivia en 2005, Evo ha mantenido una gestión controvertida, de estirpe socialista; una personalización que no acepta discusiones en la toma de decisiones públicas pero que ha sabido mantener el equilibro fiscal; eso no le evita desdeñar despectivamente a  la democracia formal, que él sustituye por un ecologismo trufado de ideología. Sin duda es un líder ambientalista con buena fe pero hondas contradicciones entre el decir y el hacer. Es exigente en sus mítines, su zona de confort, su hábitat, y casi obliga al público (hijos adoptivos a los que reprende cada vez más seguido quizá fastidiado por el tedio de mandar), aprendan guaraní o quechua. En esos actos, que a él le agrada que sean multitudinarios y festivos, quizá silbadores, las mujeres le ciñen el cuello con guirnaldas de hoja de coca.

Evo entiende las nacionalizaciones como un acto patriótico, que en él es sinónimo de gesto paternal. Adora la Reforma Agraria, aunque durante su gestión ha resuelto poco el problema de la tierra. Evo pone en la mira a las transnacionales: para él son el demonio. Condena la influencia de los EUA en el estilo de vida del pueblo boliviano. Pretendió formar una nueva Asamblea Nacional. Cambiar las cosas desde su cimientos. Nada fácil en un país sin caminos ni puentes, en el sentido metafórico pero también literal. Un país vapuleado por la pobreza. Pero donde el futbol es el olvido fugaz a tanto varapalo. El propio presidente práctica ese deporte; bueno para gambetear y que no se deja “faulear” por el equipo rival de la prensa o de los militares. Tampoco de la Iglesia Católica, con quien ha tenido sus encontronazos. Evo termina el partido ensopado en sudor. Así comenzó su carrera sindical: como secretario de deportes.

A Fidel Castro le gustaba en sus buenos tiempos el beisbol. A Evo lo seduce el futbol. A Hugo Chávez, poco deportivo a pesar de su disciplina castrense, lo que más le gustaba era cantar. Y gritar en contra del imperialismo en sus largos programas de radio de fin de semana. 

A Evo se le dificulta dormir. Desde niño le gusta interpretar sus sueños (una vez soñó con víboras y su madre le dijo: “Evito, ganarás mucha plata”; otro día soñó con que volaba entre tormentas y su padre le dijo: “Evito, serás afortunado”). Ahora, Evo, que ya no es Evito, se despierta cada 10 o 15 minutos durante la noche. Nunca llega al sueño profundo. Sufre un insomnio pertinaz. Sería interesante analizar cómo repercute en la toma de decisiones públicas no dormir bien. Hay una irritabilidad del humor estudiado por la ciencia médica. Pero Evo no lo tiene: es aparentemente apacible en su don de mando. Risueño y le gusta silbar, como cuando pastoreaba llamas. Dicen que aprendió a ser paciente y tolerante en los periodos que pasó en prision. Sin embargo, se perciben las tormentas en el alma. Es confrontativo: ha sido uno de los mandatarios que más nacionalizaciones ha realizado en el Continente Americano, comenzando con los hidrocarburos. Como sindicalista emprendió una marcha en defensa del gas para los bolivianos. Enseguida pidió destituir al presidente. Así era: extremista en sus pliegos petitorios.

A Evo le gusta viajar, para relajarse, al Área Rural de Chimoré, en El Chapare. Es la zona donde hizo sus pininos como líder sindical, ahí donde la hoja de coca es el principal cultivo y donde el manjar es un plato de yuca hervida y, cuando se puede, carne de oveja o llama. Fue líder del MÁS que ayudó a desestabilizar gobiernos hasta que él mismo, como diputado por el distrito de Cochabambo en las elecciones de 1997, entró a la política formal como defensor acérrimo y subversivo del indigenismo y las reivindicaciones sindicales. Se lanzó como candidato presidencial en 2005, luego se reeligió en 2009, luego en 2014, en cada uno de estos procesos electorales valiéndose de dos elementos infaltables en su retórica populista: la coca y el gas. Para él la coca tiene en su mayor parte, usos de cocina y medicinales, además de otros que se derivan de los hábitos tradicionales.

Como líder sindical de los cocaleros se enfrentó al gobierno del Presidente Hugo Banzer, un testaferro (dice Evo) que prometió a EUA destruir todos los plantíos de hoja de coca de Bolivia. Marchó en contra suya a la Casa de Gobierno, con una manifestación popular que crecía conforme pasaban de un pueblo a otro. Hasta que lograron contener la represión oficial. Esa marcha convirtió a Evo Morales en figura internacional. Emprendió una gira a Europa. Lo postularon para el Premio Nobel de La Paz.

De manera que en torno a ese discurso controvertido que para Evo es cuestión de supervivencia social (“la hoja de coca no es cocaína y no hay que confundir al cocalero con el narcotraficante”) ganó la elección presidencial en 2005 y prometió gobernar para los indígenas durante los próximos 500 años. Lo está haciendo, aunque biológicamente no le alcance la vida para ello; y extrañamente ahora lo está haciendo a costa de los indígenas andinos, de quienes cada vez se separa más, envuelto en su enjambre de asesores y su guardia casi pretoriana.

Ha perdido, con su década de mando continuo, sencillez y espontaneidad, a pesar de su vestimenta de chompa de alpaca, tan característica en él, como una segunda piel. Los mandatarios de izquierda comienzan a replegarse en América Latina y Evo, el líder cocalero que encabezó una larga marcha hasta las puertas del Palacio de Gobierno, se está quedando solo; un emperador de la coca que alguna vez fue un populista que creía en sus discursos incendiarios y que ahora parece haber perdido el Norte y ya no es alegre, ni le gusta silbar.


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