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2080 15 Abril 2016

 

 

Rafael Correa: el hijo que suplanta al padre
Eloy Garza González

 

Monterrey.- De los estadistas de izquierda, Rafael Correa, Presidente de Ecuador, es el más articulado en sus discursos, aunque sea frecuentemente acusado de ser el más autoritario. Especialmente en el tema de la libertad de prensa. Uno de los ejemplos más escandalosos de sus ataques a cualquier tipo de crítica periodística fue en 2010.

Tras un año de litigio, la Corte Nacional de Justicia de su país condenó al diario El Universo (uno de los más antiguos y prestigiados de Ecuador), a pagar al Mandatario 40 millones de dólares y sentenciar a sus directores editoriales, los hermanos Carlos, César y Nicolás Pérez a tres años de cárcel. Todo porque Rafael Correa sintió que había sido injuriado por ese medio. Quería “resarcir su honor”.

Al momento de conocerse la sentencia, los seguidores de Correa salieron a la calle y quemaron en una enorme pira miles de ejemplares de El Universo. El Presidente justificó este linchamiento público con una descalificación vengativa: “se puede juzgar no a los payasitos sino a los dueños del circo y los ciudadanos pueden reaccionar frente a los abusos de la prensa”. De pasada, dejó amordazada cualquier disidencia u oposición a su mandato por parte de los demás medios de comunicación, que han resuelto autocensurarse como “payasitos mudos”, antes de que opere la autoridad pública en contra suya.

Lo que no dejó claro Correa es que la sentencia en contra de El Universo, no reivindicaba la reputación de cualquier ciudadano, es decir, de cualquier hijo de vecina, sino del mismísimo Presidente de Ecuador. Y no es lo mismo atacar ciudadanos que criticar gobernantes, sujetos al escrutinio público, aunque los medios cometan excesos. No en balde, se le echaron encima a Correa casi todos los organismos de derechos humanos del mundo, por el atentado frontal y sin cortapisas a la libertad de expresión en Ecuador. Incluso una buena parte de las organizaciones indigenistas que lo habían apoyado le dieron la espalda.

Fue a partir de ese aldabonazo a la libertad de expresión, cuando Rafael Correa, un hijo de la clase media de su país, perdió piso y de ser considerado el más equilibrado y sensato líder de izquierda de América Latina, terminó en las antípodas de su reputación como economista católico que había adquirido en la Universidad de Lovaina y de Illinois. Y del prestigio como artífice del equilibrio fiscal que había buscado tras su ascenso al poder en 2005, acabó en un mesianismo típico de nuestros pobres países, aunado a una corrupción que mancha sus tres mandatos y una polarización social que convierte a Ecuador en una bomba de tiempo.

Y es que como si fuera el inicio del declive de su imagen pública, Rafael Correa ha vivido estos últimos años movilizaciones populares en su contra, cada vez más numerosas, sobre todo desde que tuvo la peregrina idea de gravar con impuestos desorbitados las herencias y la plusvalía de los bienes inmuebles. Correa determinó frenar esta iniciativa antipopular pero el daño ya estaba dado: las marchas en su contra van desde la oposición masiva a la reelección indefinida, la criminalización de las protestas populares y la derogación de las Leyes de Justicia Laboral y de Aguas. Esto, sin contar con que el año 2015 fue uno de los más difíciles para la economía de Ecuador, porque el barril de petróleo cayó a menos de 40 dólares, cuando las previsiones gubernamentales eran que se mantuviera en 80.

¿Qué sucedió en la mente de un hombre inteligente y culto, como sin duda lo es Rafael Correa, para que a lo largo de sus sucesivos mandatos, que comenzaron con los bonos personales muy altos, en 2006, y aún en su reelección de 2009, se convirtiera en un aspirante a dictador a partir de su tercera reelección en 2013, que odia visceralmente la crítica y sostiene la idea extremista de que, quien no está con él, está en contra suya? Correa pretende convertirse en el padre simbólico de los ecuatorianos. Un padre con principios originalmente sólidos, que se fue deslizando al lado obscuro de la luna.

Quizá venga a cuento en la psicología compleja de este gobernante, la figura de su propio padre: Rafael Correa Icaza fue también un narcotraficante de baja estofa, que traficaba cocaína en los años 60, antes de ser detenido en Nueva York. Fue condenado a cinco años y tres meses de prisión en Atlanta, Georgia, pero su pena fue reducida a tres y liberado en 1971, cuando su hijo Rafael júnior había cumplido ocho años de edad. La madre del futuro presidente no confesó de entrada a sus hijos el motivo real de la ausencia del padre. La verdad se supo a cuenta-gotas años más tarde. Por supuesto, el hijo ya adulto justificó los delitos del padre: “fue víctima del sistema, no un delincuente, un desempleado que desesperadamente buscó alimentos”. La respuesta no convenció a nadie. Tampoco era necesaria: Rafael hijo no tenía porqué cargar con los errores de Rafael padre, pero una obligación moral, brotada de un subconsciente lacerado, trataba de justificar lo que no tenía justificación alguna.

De personalidad dominante, Rafael junior trató de sustituir la imagen de su padre ausente en su familia, a pesar de que tiene dos hermanos mayores: Fabricio y Pierina. Luego sufrió las consecuencias psicológicas de otra desgracia familiar: una de sus hermanas pequeñas murió ahogada en una alberca. El padre sustituto no pudo evitar esa tragedia. Desde entonces, tendió un manto de silencio que disfraza sagazmente con una bonhomía de trato en corto. Como Presidente, Correa comenzó una andanada de acusaciones en contra del FMI, la OMC, en contra del imperialismo yanqui y en favor de lo que su socio estratégico, el ya fallecido Hugo Chávez, bautizó como el socialismo del siglo XXI. Correa se libró de una intentona golpista en 2010 que aglutinó a elementos de la Policía Nacional con la Fuerza Aérea Ecuatoriana. Él mismo resultó herido en el incidente que terminó por sofocar, acusando a la oposición política y a la mayoría de los medios de comunicación. Para ese entonces, Rafael Correa hijo centralizaba férreamente el poder político de Ecuador para sí mismo, una década más tarde de que Rafael Correa padre se suicidara de un balazo en 1995. Sin embargo, el Presidente de Ecuador ya había sido huérfano mucho tiempo antes, cuando asumió el rol de padre de su familia y después, como una consecuencia macabra, como padre de su patria.


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