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2095 6 Mayo 2016

 

 

El Estado mexicano en una nuez
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Mi generación es el resultado de un experimento ideológico que duró muchas décadas, en un país de orografía imposible y tradiciones culturales ilustres. Somos la generación tardo-priista.

La patria fue un enorme laboratorio político que ocultó fines inconfesables de la casta que nos ha mal gobernado y que se ha pasado el poder de padres a hijos: los Salinas-Ruíz Massieu, los Beltrones, los De la Madrid, etcétera. Con los años, el experimento fue variando de nombre, pero puede concentrarse en dos palabras: nacionalismo revolucionario. Algunos mandatarios le han endilgado sinónimos: democracia social, solidaridad, etcétera.

Este experimento ideológico volvió millonarias, sexenio tras sexenio, a varias familias de políticos del PRI, con rasgos de control social similares al fascismo italiano, al peronismo argentino e incluso al muy reciente movimiento bolivariano. Sufrió mutaciones e injertos, demagogia y excesos, matices y exageraciones, mentiras y éxitos que se anotó de cuando en cuando.

La marca de la casa fue el estatismo, la división social en sectores, el asistencialismo con fines electorales, un panteón secular de mártires con el mal hábito de ser fusilados, la insidia de que todo comerciante es un vampiro y vive de chuparle la sangre a sus empleados.

Este experimento ideológico cultivó una terminología muy propia: el tapado, el ungido, el dedazo, los reaccionarios, el fraude patriótico, el tricolor, el tlatoani, el Tata, el compadre del preciso, el que se mueve y no sale en la foto, la izquierda dentro de la Constitución, el Himno Nacional como oda a la guerra, el “sí señor”, el “es la hora que usted mande, señor”, la moral como árbol que da moras y el líder charro.

Otros términos de mala fama son los tecnócratas, los acarreados de los mítines, la banderita, el sombrero  y la torta, la caballada flaca, el caballo negro, los jilgueros, los cachorros de la Revolución, el chayotero, el cochupero, y un ramillete de instituciones sociales, deshuesadas y usadas por los gobernantes como caja chica, pero que sirvieron a su modo para conjurar cualquier conato de levantamiento popular. El secreto de este experimento ideológico fue tener medio contentos a toda la ralea de pedigüeños del gobierno bajo un lema patriotero: “silencio pollos pelones, ya les van a echar su maíz”.

Un buen día los electores amanecieron de malas y le dieron en la madre al experimento ideológico del nacionalismo revolucionario. Ganó un ranchero ignorante que dejó intacto el andamiaje, la correlación de fuerzas y las élites que mandaban desde siempre. Fue un sexenio tirado al basurero de la historia, con todo y la comadre Elba Esther. Otro buen día, los electores volvieron a amanecer de malas y remataron las posibilidades de cambiar el experimento político por una sociedad abierta. Nos volvimos una sociedad oscilante entre el crimen organizado y el crimen autorizado. Miles de muertos y el narcotráfico como gobierno paralelo.

Ahora han vuelto los de siempre: las familias que por varias generaciones han detentado el poder en los tres órdenes de gobierno. El tiempo quedó congelado por 12 años y regresamos al experimento ideológico más desvencijado que nunca. Entonces, como por arte de magia, llegaron los candidatos independientes. Casi todos son priistas renegados y uno que otro panista desperdigado, pero se dicen ciudadanos sin partido, o sea, casi santificados.

La clave de tantos años de control social fue la personalización de la política con un plazo de caducidad de 6 años. La clave de los independientes es la personalización de la política y la dependencia a todo tipo de intereses, menos al de los ciudadanos. Así se resume el cambio de mandos y la democracia a la mexicana, pero en los bueyes de mi compadre. Y ya comienza uno a creer que esto del poder no tiene ningún remedio.


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