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2095 6 Mayo 2016

 

 

Mi mamá me ama
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- ¡Hay que celebrar a las madres! La  consigna se escucha en estos días de contingencia ambiental. Todo vale con tal de echar a andar la maquinita del fanatismo matricial. A cambio de unas monedas se santifica cada 10 de mayo a las mujeres que se creyeron la patraña de la maternidad como única función en esta puta existencia.

Yo me suscribo al clamor del escritor Fernando Vallejo. El excelso colombiano exige una solución radical para poner fin a la locura demográfica que comienza en los ovarios de mamaíta y nos tiene al borde del suicidio como especie. Propone el exterminio total de la desaforada paridera.

-¡Alto a la proliferación criminal de los humanos!

Lo bueno es que ahí viene el tupé atómico de Donald Trump. El millonetas desbocinado sí va a poner orden en el furor uterino que tiene al planeta al borde del colapso. Bendito hijo de perra.

El día de la matrona es la celebración más espantosa del calendario machista que se celebra en casa, por encima de los clásicos futboleros, las fiestas patrias y las navidades. Qué repugnante escuchar hasta el retortijón a la cantante Denisse de Kalafe en todas las tiendas, todos los porches, todos los patios, en las sagradas horas del insomnio:

-“A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espacio/ A ti que cargaste en tu vientre dolor y cansancio…”

Al querubín en pantuflas, apergaminado, fatigado y cornudo se le nublan los ojitos cuando oye la balada intragable. Asco de mami mustia, alcahueta y cursi. Sentadita la veo en la mecedora pedorreada, las canas Koleston teñidas de “rojo lleno de actitud”, mientras se abanica los bochornos libinidosos de la menopausia tardía:

-“A ti mi guerrera invencible/ A ti luchadora incansable/ A ti mi amiga de todas las horas…”

A ver, raza de bronce, pueblo mexicano, a ti te pregunto, ¿qué no hay otro modo menos mamífero para declararle nuestra resobada idolatría a la caverna natal? Obsequiarla, por ejemplo, con el libro de la escritora chilena Lina Meruane que lleva por sugerente título “Contra los hijos”.

Un regalo así no sólo elevaría el nivel intelectual de mami, en fase pre-alzheimer, sino que la pondría en guardia contra el chantaje sentimental que pretende romperle el espinazo en el onomástico dedicado a ella.

Porque ya se anuncian los claros clarines del arribo jacarandoso de los parásitos que el meritito May Day llega con su cauda de hijos, nueras, yernos, nietos y sobrinos. Chíngale, guerrera invencible, esclava del fogón, a cocinar fritangas, mole, tamales, bovinos y marranos para saciar las panzas aventureras. Regado el grasiento menú con cervezas a rabiar. Hasta rematar al filo de la media noche con pastelillos de Lety, que tienen de deliciosos lo que les sobra de glucosos.

-¿Quién crees que va a lavar la loza, limpiar los vómitos y asear el sanitario cuando tu amorosa tribu se largue de una vez, oh infatigable luchadora?

-Si ya sabemos, pa'qué preguntar, venerable ruquita. Es tu obligación y privilegio sacrificarte por puro amor incondicional.

Aguántate mamita. No es chisme, pero los güercos hiperactivos de mi hermana Ruperta andaban como chapulines en los sillones que compraste con lo poco que dejó el maldito huevón de tu marido que en paz descanse.

¿Te acuerdas? En una celebración escolar te bailé el Pávido Návido. Hasta colaboré con un acedo betún poético dedicado a las patricias matriarcas. Era apenas un imberbe, un rufiancillo incauto. Escribí un elogio hiperbólico dedicado a la tierna mamacita mexicana. Amo a mi mami. Abuelas, tías, madrinas, primas abortistas incluidas.

Y las sigo queriendo como te quiero a ti, mi niña de mil años. Los versillos infantiles no fueron pergeñados por mandato de alguna labor escolar, sino porque eres mi adoración, mamacita. Soy iluso e idiota, me creo capaz de descabezar el supremo parámetro lírico implantado por Manuel Acuña.

Por supuesto que cuando descubrí mis engendros literarios en una cajita donde atesoras tus recuerdos, mami, los sustraje discretamente y los quemé. Tan tán. No hay evidencia de mis crímenes ripiosos. Huelga mencionar que ni por asomo alcancé las simas incestuosas del malogrado vate saltillense:

“De noche cuando pongo/ mis sienes en la almohada,/ y hacia otro mundo quiero/ mi espíritu volver,/ camino mucho, mucho/ y al fin de la jornada/ las formas de mi madre/ se pierden en la nada…

-¿Las formas de mi madre? ¡Cristo no lo quiera!

A mí no me gustabas sexualmente, mami. No me excitabas tanto como me atraía el viejo. Qué papacito, qué cuero, qué bruto tan hermoso, mami. Te aplaudo por la elección afectiva que hiciste de tan fino semental. Quiero dejar bien claro que nunca conquisté a papi porque no podía competir contra doña Leónidas, la vecina viuda y chimuela. Nuestro católico padre, perfumado y engalanado con camiseta tipo Pepe el Toro, le hacía chambas de plomería. Muy de noche y gratis.

Pero qué ingenua fuiste, mami. Dejar a nuestro bombón a merced de una felina en celo. Como yo no tenía que cuidar a tanto mocoso que alumbraste, en un descuido fui y me asomé por una rendija. Con mis ojos maricas anegados de envidiosas lágrimas lo vi retozando en el lecho de la diabólica tetona. La comadrita apretaba la legendaria virilidad de papi mientras exclamaba: ¡Ay, compadre, qué pícaro ojo de venado tiene usté por aquí!   

“¡Que hermoso hubiera sido/ vivir bajo aquel techo./ Los dos unidos siempre/ y amándonos los dos;/ tú siempre enamorado,/ yo siempre satisfecho,/ los dos, un alma sola,/ los dos, un solo pecho,/ y en medio de nosotros/ mi madre como un Dios!”


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