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2096 9 Mayo 2016

 

 

El hijo, el padre y el Bronco
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Una de las últimas veces que vi a mi padre fue en una cita secreta, él y yo solos, en el asilo donde se internó al final de sus días. Sucedió en los primeros meses del 2015, pero hacía calor y yo estaba empapado de sudor. Nos sentamos en una mesa de jardín.

Apenas podía o quería moverse. Usaba un andador. Comía lo mínimo. Estaba bajo de plaquetas. Le temblaban las manos pero el médico descartó Parkinson: era su forma de llamar la atención. Se enfundaba una camiseta deportiva, una gorra vieja y unos shorts con elástico en la cintura (no le gustaban con bragueta).

Sé quejó de las enfermeras, de las asistentes, del ayudante de la estancia. “Esto es un vil negocio. Todo lo hacen para sacar dinero. No son altruistas”. Mi padre, chapado a la vieja usanza estatista, no entendía la fórmula del comercio: todo lo veía desde una óptica pública. Creía que el asilo donde vivía tenía que administrarse como una paraestatal.

Me preguntó por las campañas políticas. “No sé qué vaya a suceder, papá. La candidata del PRI no repunta y el Bronco crece en las encuestas”. Meditó largo rato. Mi padre era leal al PRI. Esperaba un Mandatario fuerte. Creía en la disciplina partidista, en la fidelidad al viejo sistema político mexicano.

Le irritaba que el Bronco hubiera renunciado al PRI: “eso no es de hombres”, sentenció una y otra vez. Entonces le dije que Jaime Rodríguez era, en el fondo, el clásico militante priista. Eso de ser candidato independiente no se la creía nadie.

Meditó otro largo rato. Se caló la gorra vieja: “Entonces va a ganar las elecciones”, remató; “la gente está fastidiada de chamacos que juegan a la política. Quiere un padre, busca la figura paterna que la meta en cintura, que represente la ley, que la regañe, que sea Bronco, aunque trate mal a la madre”.

Mi padre se cansó pronto de opinar. O se cansó de mí. Estaba harto de todo y de todos. Me tomó del brazo para incorporarse y se apoyó en el andador. Para despedirse besó mi mejilla y me dio como siempre un par de cachetadas leves. Un niño regañado. Pero me sirvió el consuelo, así fuera figurativo. Yo, que me sentía huérfano de padre, aunque mi padre aun no estaba muerto, volví por unos segundos a asumir el papel de joven imberbe, en tránsito a la madurez.

El Bronco ganó las elecciones. La gente obtuvo a su padre atrabancado y regañón. Yo perdí al mío pocos meses después..


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