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2109 26 Mayo 2016

 

 

INTERÉS PÚBLICO
Luis H. Álvarez
Víctor Reynoso

 

Puebla.- Ortega y Gasset escribió que hay dos formas de buscar al buen político: en nuestra cabeza, con nuestras ideas y especulaciones, o en la realidad política e histórica. Él menospreciaba la primera y optaba por la segunda. ¿Es Luis H. Álvarez, fallecido la semana pasada, un paradigma de buen político para México?

Su carrera política abarcó seis décadas: desde que se postuló como candidato a gobernador por el PAN en Chihuahua en 1956, hasta su muerte en 2016. Siguiendo la periodización clásica de la política mexicana, la participación de Álvarez puede dividirse en tres etapas: durante el sistema hegemónico, en la transición y después de la transición.

En la primera destaca su candidatura a la presidencia de la República en 1958. Fue una campaña tensa e intensa. Como candidato opositor conocería la cárcel: un munícipe serrano consideró intolerable que hubiera un candidato distinto al de su partido, y lo encarceló. Lo acompañaron dos oradores que después destacarían en sus carreras, lejos de, incluso contra el PAN: Hugo Gutiérrez Vega y Manuel Rodríguez Lapuente.

La campaña de Álvarez movilizó ciudadanos en varias regiones del país. Y generó el entusiasmo de los líderes panistas. Cuando los resultados electorales estuvieron muy lejos de sus expectativas, vino la desilusión. Por primera y única vez el PAN se retiró del organismo electoral federal y rechazó los seis diputados federales que supuestamente había ganado en esa elección. La salida del PAN, única oposición real en esa época, puso en crisis al sistema de partidos y dio lugar a la reforma electoral de 1963.
Después Don Luis tuvo participaciones discretas al interior de su partido, pero una de ellas decisiva, al formar parte de un comité que ayudó a resolver la crisis interna al PAN a fines de los años setenta.

Aparecería públicamente hasta el inicio de la transición: en 1983, como candidato a alcalde en la capital de Chihuahua. Ganó, y con otros triunfos del PAN en ese estado dio lugar a algo que no se había visto en el país: la mayoría de los chihuahuenses iban a ser gobernados, en el ámbito municipal, por partidos distintos al PRI. Ahí empieza, en mi opinión, la transición mexicana: cuando la sociedad encuentra en las elecciones una vía para el cambio político.

En 1986 quiso ser candidato a gobernador, pero pierde la elección interna frente a Francisco Barrio. Lo que no impidió que fuera el principal militante contra lo que los panistas consideraron un fraude electoral en ese año. Don Luis realizó una huelga de hambre que, dicen, puso en riesgo su vida.
Con estos antecedentes ganó la presidencia nacional del PAN en 1987, desplazando al grupo que había controlado al partido los últimos años. Álvarez dirigiría a su partido dos trienios. Fue la etapa más polémica de su carrera política. Alonso Lujambio consideró que Carlos Castillo Peraza (político cercanísimo a Don Luis) es uno de los “maquiavélicos con grandeza” de fines del siglo XX mexicano. Lo mismo podría aplicarse a Álvarez.

¿Qué es un maquiavélico con grandeza? Hay que distinguirlo de su opuesto, el maquiavélico miserable: el que utiliza los medios de la política para beneficiarse a sí mismo y a su grupo, para acumular bienes y poder, sin importarle qué tanto daña con esto el interés público. El maquiavélico con grandeza, por el contrario, centra sus acciones en los bienes públicos. Sabe que la política no es un juego de niños: que hay que enfrentar dilemas y responsabilidades muy complejos.

Todavía hoy se le critica a Don Luis que haya pactado con Carlos Salinas. Llegó ciertamente a un acuerdo con el presidente, pero fue un acuerdo tenso y condicionado. Hay dos tipos de legitimidad, planteó el entonces presidente del PAN al presidente de la República: de origen y de ejercicio. Usted no tiene la de origen; las elecciones de las que resultó presidente no son legítimas. Pero sería muy costoso para el país anularlas. Vamos a retarlo a que adquiera una legitimidad en el ejercicio de su poder, empezando con una reforma electoral.

Y se inició, en 1989, el ciclo de reformas electorales que dio lugar al IFE. Fue un proceso gradual. Los que no pueden o no quieren ver más allá del “todo o nada”, consideran que lo que logró Don Luis fue nada. Pero fueron pasos indispensables para que el país transitara a otra etapa.

Si en extremo está el maquiavélico miserable, en el otro está el perfeccionista. El que considera que si no se resolvió todo, entonces no se resolvió nada. Pero casi nunca la realidad política es así. Sus dilemas exigen optar por resolver un problema a costas de otro. En esto, creo, Don Luis fue un buen político. También en que sabía escuchar y ver a sus más cercanos y a la realidad global del país y del mundo.

Ojalá su muerte no sea una metáfora del fin de algo fundamental para el panismo, o del fin del panismo mismo.

* Profesor de la UDLAP.


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