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2114 2 Junio 2016

 

 

INTERÉS PÚBLICO
Los juniors de la transición
Víctor Reynoso

 

Puebla.- No recuerdo campañas tan agresivas como las que hemos visto este año de 2016. Veracruz y Tamaulipas han acaparado la atención, con acusaciones inusitadas, pero Puebla no va mal. Elecciones anteriores parecen juegos de niños en relación a ésta.

Un experto en teoría de juegos diría que no ha por qué preocuparse: este tipo de campañas no pueden durar a largo plazo porque no convienen a los jugadores. Hoy te destrozo, porque tengo con qué hacerlo; y tú mañana me harás lo mismo si cuentas con los recursos necesarios. De seguir así la clase política se autodestruiría, y nadie racionalmente se autodestruye.

Lo cual es cierto, pero a largo plazo y con actores “racionales”. Hay quien solo ve el corto plazo, y no le importa generar daños graves, al proceso electoral, a la democracia mexicana, a la clase política o a sí mismo.

Que este tipo de campañas donde se trata de destruir al adversario con informaciones ciertas o no, y con acciones moral y legalmente reprobables, generan daños es claro. El espectáculo ha sido tan lamentable que se habla ya de los “juniors de la transición”. Junior: un heredero que recibe beneficios por los que no trabajó, que nada le costaron. Y los dilapida. Un hecho conocido tanto por el saber popular como por la filosofía.

“Padre millonario, hijo caballero, nieto pordiosero”. “Ser rico no es malo, lo malo es ser hijo de rico”. Frases que se refieren a los juniors (y que no hay que generalizar: los casos en que no se cumplen son notables y numerosos).
Como es sabido, Ortega y Gasset elaboró su teoría de la rebelión de las masas sobre la misma idea. Su ejemplo de hombre masa es el heredero, el señorito español: alguien que degenera porque nace con la mesa puesta, con bienes que nada le costaron y que por tanto no aprecia.

La transición electoral mexicana, el poner fin a las prácticas clientelares y corruptas que caracterizaron a las elecciones mexicanas en algunos momentos y lugares del siglo XX, llevó años de esfuerzos de muchas gentes. Hoy tenemos al menos la base para elecciones razonablemente limpias. Una base que algunos se empeñan en erosionar siguiendo solo su interés particular: ganar a como dé lugar.

Hace unas semanas comparé estos procesos electorales, en particular el poblano, con los del siglo XX, solo que con cambio en los actores: el PRI como oposición está ocupando el lugar que entonces tuvo el PAN. Pero debo corregir: no se vio antes tanto encono, tanta presión a ciertos grupos, tal intento de maniatar a los opositores, tanta compra y coacción del voto.

Claro que hoy no tenemos toda la pintoresca del fraude anterior que dio lugar una terminología: alquimia electoral, urnas embarazadas, tacos, carruseles, ratón loco, padrones electorales inflados y rasurados. Y quizá ahora todo sea más visible porque la oposición, en el caso de Puebla el otrora invencible PRI, tiene más recursos de los que tenía la oposición el siglo pasado. Pero el espectáculo y sus consecuencias son lamentables.
Lamentables para la democracia mexicana, que sin duda se irá más al fondo de las valoraciones ciudadanas. Lamentables para la clase política en general, que será todavía menos valorada por los ciudadanos de lo que ya era antes.

Pero es probable que los autores de estas acciones también paguen costos. Que dentro de la misma clase política mexicana no quiera seguir jugando estos juegos, que finalmente perjudican a los políticos más que a nadie. Que hagan el vacío a ese tipo de jugadores.

Ganar con altos costos puede ser una victoria pírrica. Se gana un cargo, se pierde el prestigio político. No todo es el corto plazo.

* Profesor de la UDLAP.


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