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2140 8 Julio 2016

 

 

Historia del levantado
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Lo levantaron hace un año. Pero a lo mejor lo dejaron vivir, oculto en el monte. Al menos así alivian algo la pena de  su familia. En sentido estricto es un desaparecido: uno de tantos en Nuevo León. Su nombre es lo de menos.

Lo conocí hace dos décadas y sabía contar con los dedos dólares y compadres; dedos de prestidigitador para saludar policías y delincuentes (que en el fondo son lo mismo).

Usaba camisa vaquera y un acento gutural que lo predestinaba a la horca. Pero sabía malabarear al borde del abismo. Era norteño y aficionado a los gallos. Y a tomar cerveza. Y a contar chistes. Y a dárselas de macho que acá es de ordinario.

En la casa de cambio le ayudaba una chamaca morena, de Guerrero o Oaxaca, lo mismo da: trenzas gordas y sonrisa esquinada. No la trataba bien. Un día la cacheteó por contar mal un altero de dólares. Otra vez le metió a la fuerza la mano bajo la falda.

Él se ajustaba el cinto piteado y decía que los malos le pedían canjear por dólares, fajos de billetes mexicanos. Iba para eso un chalán en una troca sin mofles. Pasaba rapidito por las tardes, rayando llanta en la calle. Le aventaba los fajos de billetes sin contar y murmuraba una cifra al aire. Lo hacía para medir a mi amigo, para probar si era digno de la confianza de ellos, de los malos, sus mejores clientes.

Mi amigo nunca se equivocó. Aunque el chalán le dijera una suma menor, regresaba exacta la conversión en dólares. ¿Para qué arriesgarse? Contaba los fajos una y otra vez y evitaba las cuentas mochas.

Un  colega suyo, de otra casa de cambio, se había pasado de listo. Sacó del fajo un par de billetes porque el chalán le había dicho una cifra muy menor y creyó engañarlos. Lo levantaron. Hallaron su cuerpo días después comido por coyotes. Él no quiso ser el próximo.

Una mañana llegó a la casa de cambio el chalán de la troca sin mofles. No estaba mi amigo pero le arrojó el fajo a la morena aindiada. Cuando volvió mi amigo en la tarde se ajustó  el cinto piteado y contó uno a uno los billetes que le dio la chamaca; lo hizo con sus dedos de prestidigitador. Calculó la conversión en dólares y los guardó en el mismo sobre. Volvió en la tarde el chalán por su encargo y él personalmente se lo dio en las manos.

Por la madrugada lo levantaron. Ya no se supo más de él. Dicen que lo han visto merodear en los montes. Pero es mentira.

Lo demás son puros chismes. La morena indiada no volvió a mostrar su sonrisa esquinada. La vieron las siguientes noches en la lotería jugando con el alma desosegada. Las señoras del pueblo se preguntan cuántos billetes le quitó la morena aindiada al fajo, antes de dárselo a mi amigo: ¿tres? ¿cuatro? ¿veinte?

Así se vengó ella de tanto agravio y le bastó para firmar la sentencia de muerte de mi amigo. No la culpo: a su manera, es otra víctima más, u otra cómplice, lo mismo da.


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