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2141 11 Julio 2016

 

 

Nunca viajaría a Estambul
Ernesto Hernámdez Norzagaray

 

Mazatlán.- Nuevamente no puedo resistir a la tentación de comparar nuestra violencia. Y es que la violencia que se practica en otras latitudes vista desde la lejanía alcanza otra textura, otra dimensión, otro eco.

Lejana a la nuestra, que se ha vuelto tan rutinaria, tan de nota roja, tan procaz e incapaz de atraer la atención de los grandes medios de comunicación, como no sucede, con los actos de terrorismo de Ankara, Estambul, Bangladesh, Londres, Bruselas o París. Practicamos una violencia común y corriente, no apta para la espectacularidad que tanto consume, no sé si también disfruta, el ciudadano medio frente al televisor en horario de alto rating.

Recuerdo los años que viví en Madrid. Era el primer tercio de los 90 y los cochesbomba estallaban un día en Madrid, otro en Vitoria, Bilbao o Sevilla. Los comandos de ETA viajaban en furgonetas por el territorio ibérico distribuyendo muerte y miedo. Muchos de esta organización nacionalista e independendista eran gente educada y tenía estudios universitarios. Personas con futuro que habían decidido dejar aulas y profesiones para reivindicar con las armas en la mano la independencia de Euskadi del Estado español.

Y uno que vivía en España, leía sobre la actividad compulsiva de ETA, o los GRAPO, que luego la prensa mexicana replicaba hasta en los diarios regionales. La televisión frecuentemente exhibía imágenes terribles de los destrozos que ocasionaban y los daños irreversibles a los autos y personas. No se diga el estado de los hombres y mujeres que morían entre esos metales retorcidos, quemados, humeantes.

Entonces, nos llegaban cartas, no mensajes de texto de Whatsapp, donde familiares y amigos preocupados nos recomendaban que nos cuidáramos. Que no fuera que un día estuviéramos en el lugar equivocado en el momento equivocado. Nosotros seguíamos con nuestras rutinas de ir diariamente a la Universidad, pasear los domingos por el Parque El Retiro o husmear el mercadillo de El Rastro, los viajes cortos de fines de semana en los alrededores de Madrid. Las noches de los viernes y sábados nos íbamos de copas a la plaza de Santana o en los bares de Moncloa. Vamos, no nos quitaba el sueño un atentado.

Caminábamos por las calles a altas horas de la noche y no pasaba de encontrarte un borracho insolente que peleaba contra sus fantasmas. Es decir, no teníamos el miedo que tenían nuestros familiares y amigos, y es que fuera de las noticias tremendistas que alcanzaban las primeras planas o los programas de alto rating, la calle seguía, y creo sigue siendo aun con la nueva violencia de Al Qaeda o ISIS, de los que viven en esa y otras ciudades españolas.

A veces les respondía en cartas hechas a mano a nuestros preocupados familiares y amigos que había más violencia en las calles de Culiacán que en toda España. No lo entendían y en contra argumentaban: “pero es que aquí no ponen cochesbomba y tiene alcances más destructivos”. Sí, les explicaba con la paciencia de Job, los etarras o los grapo, salvo excepciones a la regla, cometían sus crímenes cumpliendo objetivos políticomilitares. Nada qué ver ataques indiscriminados en un centro comercial o ataques a pueblos de alguna región de la comunidad de Madrid.

Claro, alguna vez salieron mal las cosas en Barcelona con el atentado del centro comercial de Hipercor, y se cargaron a 21 personas que había estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado.

Sin embargo, el número de muertes de violencia política de ETA en sus casi 60 años de actividad militar no llegó a mil personas. Lamentables sin duda cada una de ellas. Cuestionable como toda acción de violencia. Pero nada qué ver con los números de la violencia que han producido cualquiera de nuestros cárteles del narcotráfico en sus áreas de influencia. Vamos, los más de 7 mil homicidios dolosos y el número indefinido de desaparecidos durante el gobierno de Malova que no cierra todavía.

Y lo curioso es que la gente dice cosas como ésta: “Yo a Estambul nunca iría”, ahí hay mucha violencia. Los musulmanes ponen bombas por donde quiera y te puede tocar en el momento menos pensado. Cierto, puede tocar, pero uno en 100 mil. O sea, es más fácil que te toque en una calle, un bar, una oficina, un aula, un hospital sinaloense, que en una calle, un bar, una oficina, un aula, un hospital turco o madrileño.

O sea, quienes tienen una idea virtual del mundo frecuentemente desarrollamos una suerte de autismo esquizofrénico. Perdemos trozos del principio de realidad. Somos incapaces de ver y razonar la estadística de un País y otro, y en este caso de un País y un estado mexicano. Pero algo le pasa también a los que exhiben nuestra violencia en la prensa española, porque con lo que dice el diario El País en una edición, ningún español o europeo vendría no a Sinaloa, sino a los estados donde se aprecian circulando convoyes del Ejército, marinos, policías, barricadas, autos y pueblos quemados, asesinatos a mansalva.

En fin, entendámoslo, aun con todo lo distinto que son las violencias que lastiman al mundo, la nuestra que esporádicamente aparece en los medios internacionales de malas noticias, no es poca y no menos cruenta de la que sucede en el aeropuerto internacional de Atatürk de Estambul, o el Metro de Bruselas. Allá de un golpe matan a decenas de personas y aquí con mayor frecuencia hay “muertes hormiga”, que con su sistematicidad llenan las estadísticas por miles.

Allá el mundo entero y las autoridades locales reprueban los atentados, aquí se minimiza o de plano se banaliza, es la mala costumbre de negar la realidad.

Es la esquizofrenia de nuestras autoridades y nosotros mismos. Solo por eso, nunca viajaría a Estambul.


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