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2144 14 Julio 2016

 

 

INTERÉS PÚBLICO
Autonomía y discurso
Víctor Reynoso

 

Puebla.- Cuando en el 2000 el PRI perdió la presidencia de la República, los integrantes de este partido discutieron sobre la renuncia de la entonces presidenta nacional del mismo, Dulce María Sauri. Decidieron que se quedara. Fue en parte una decisión pragmática, pues hubiera sido complicado hacer el cambio en ese momento: no había mecanismos claros.

Pero fue también una decisión a favor de la organización partidaria, un reconocimiento a su autonomía. En este caso autonomía frente a coyunturas desfavorables.

No fue así en 2016. Los resultados electorales de este partido fueron inferiores a lo que su presidente, Manlio Fabio Beltrones, había declarado: que ganarían 9 de las 12 gubernaturas. El PRI ganó solo 5. Por primera vez este partido gobernará menos de la mitad de los estados, 15. Y ante este resultado el líder priista renunció.

La renuncia de un dirigente partidario ante un resultado no favorable es un asunto complejo. Pero desde la perspectiva de la autonomía y madurez institucional de la organización partidaria es algo negativo. Creo que es el caso del PRI hoy. No ha sido una organización autónoma. Tampoco es cierto que haya sido simplemente una dependencia del ejecutivo. Es algo más complejo, una pieza importante en el entramado político que gobernó y dio estabilidad política al país en buena parte del siglo XX.

Pero ese sistema terminó. De ese entramado sólo quedan vestigios. Como el dato señalado: el PRI gobernará a menos de la mitad de los estados, cuando entre 1929 y 1989 gobernó al 100%. La votación que obtuvo en las elecciones de gobernador de este año fue ligeramente inferior a la que obtuvo el PAN, poco más de 4 millones 200 mil votos.

Ante la nueva situación lo que más conviene a los priistas, y al país, si nos tomamos en serio aquello de que los partidos políticos son “entidades de interés público”, es un partido autónomo. Es decir, con vida propia, capaz de evaluar sus aciertos y errores, capaz de corregirse para estar más cerca de la sociedad y obtener más votos, más cargos de elección.

La renuncia de Beltrones y la llegada de Enrique Ochoa Reza va contra la autonomía del partido. Ochoa no viene de la organización partidaria, sino del poder ejecutivo. No es hombre del partido, sino de Peña Nieto. La primera impresión es que el grupo en el poder ejecutivo desplazó a Beltrones para controlar la sucesión presidencial de 2018. Lo mismo que se vio en el siglo pasado: el PRI como parte de un entramado en cuya cúspide está el presidente de la República.

Pero el contexto ha cambiado tanto que el otrora partidazo ya no puede funcionar así. Lejos de ser el todo electoral, el PRI es hoy una de sus partes, que en la última elección federal tuvo menos del 30% de los votos. Es una organización de la que muchos de sus cuadros y dirigentes se han salido para pasar a otros partidos, y lo seguirán haciendo si no ven en el tricolor las condiciones adecuadas para el desarrollo de sus carreras políticas. Sobre todo si a la organización no se le da voz y voto, autonomía, y si se le imponen decisiones desde fuera.

Otra posibilidad es que desde fuera llegue el dirigente que actualice al partido y lo acerque a la sociedad. El discurso de Ochoa Reza y de Beltrones van por el mismo camino: acercar el partido a la sociedad llamando a cuentas a los malos gobernantes. Es decir, combatiendo la corrupción y la impunidad. Este combate está en el centro del discurso de renuncia de Beltrones del 20 de junio y en de toma de posesión de Ochoa Reza el 13 de julio.

Volvemos a lo mismo: el combate a la corrupción y la impunidad está hoy en todos los discursos, hasta en los del PRI. Pero casi en ninguna de las acciones. ¿Se puede vivir en esta esquizofrenia indefinidamente?

* Profesor en la Universidad de las Américas, Puebla.


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