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2166 15 Agosto 2016

 

 

Gasolina al fuego
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Los aumentos de precios en los servicios públicos técnicamente se justifican con los gastos del gobierno; no pueden dejar de hacerse por los compromisos de deuda, el costo del gobierno y su efecto multiplicador en la economía.

En ese tenor el gobierno gasta vía salarios e inversiones y contribuye a dinamizar el flujo económico y en esa lógica racional no parece importar mucho que la expansión de precios oficiales coincida con el estancamiento de los ingresos de la mayoría de las familias.

Menos todavía con aquel argumento que sostenía el Presidente y el coro mediático de que con la competencia bajarían los precios de las gasolinas. Nada de eso, todo va para arriba, y lo que antes estaba al alcance de las grandes mayorías hoy resulta para muchos un privilegio.

Los ingresos no son suficientes para satisfacer el consumo medio de una familia. Con ello queda hecha añicos la promesa peñista de que con las reformas estructurales la gente viviría mejor. El eslogan gubernamental se exhibe entonces como una mentira moralmente oprobiosa. Insumo inflamable en las mesas y redes. Y es que lo que está flote son los negocios que se hacen desde el gobierno. Algunos políticos comparten su tiempo entre las funciones de gobierno y las inversiones que ofrecen las reformas. No existe prurito alguno. Van descaradamente por lo que representa una oportunidad aun cuando exista conflicto de interés.

En tanto, los de abajo hacen economías, reduciendo las salidas, los consumos, optimizando el gasto. “No alcanza”, es la expresión más frecuente en muchos hogares y es que la verdad cada día menos alcanza no sólo a los más pobres sino a segmentos mayores de la clase media que hacen esfuerzos por conservar su nivel de vida. La hipoteca, el carro, las salidas de fin de semana o las vacaciones. Todo consumo se comprime o se posterga para cuando haya mejores tiempos.

O cuando el libre juego de la oferta y la demanda tienda a equilibrar la economía, dirían los más fundamentalistas del neoliberalismo, que en realidad es un grito de sálvese el que pueda. Hacer economías pero también incursionar en el mercado informal. Hoy, muchos mexicanos, tratan de salvarse con un changarro, una taquería banquetera, la prestación de un servicio personal.

Se trata de sumar ingresos para estar a flote. Pero, cuántos de ellos lo logran, uno de cada dos; de cada tres… Eso sin olvidar a la gran cantidad de jóvenes sin esperanza que deciden incursionar en el crimen organizado. Como yegua, sicarios o ladrones. Ese otro segmento de la  economía informal que se resiste a su condición de pobreza y va por lo suyo arrebatando a los demás incluso la vida. Haciendo sentir su poder mediante el arrojo y la violencia. No es casual que las primeras planas de los diarios tengan como nicho los actos violentos para saciar la morbosidad que muchos practican en aras de estar informados de lo que le sucede al otro, que puede ser cualquiera, él mismo.

Es la espiral de esa violencia que empieza en las decisiones de gobierno y termina por descomponer más el maltrecho tejido social. Es el político trajeado y perfumado que nada tiene que ver con la vida de los demás. Que vive en la burbuja glamorosa y es ajeno a las dificultades colectivas.

Es la flotilla declarada de 50 taxis de Enrique Ochoa y las cuentas millonarias de Alejandra Barrales, las mansiones de ambos con sus departamentos de lujo para los fines de semana. Vidas resueltas al amparo de la función pública. Ajenas a la de los muchos. Y son ellos, los que dice va contra los gobernadores corruptos del PRI o a mantener a los corruptos que no pudo expulsar Agustín Basave del PRD.

No parece haber salida ni económica, ni política o social. La gente se reduce al individualismo. A salir del hoyo estructural por sí solo. Se vuelve desconfiada, escéptica en el mejor de los casos y ajena a lo público. A los rituales de representación política. Ahí está el abstencionismo de las pasadas elecciones donde en el DF no participó ni siquiera el 30% de la lista nominal. No hay confianza en el sistema de partidos y el interés está perdido. Quiere solo suyo. Sacar adelante a su familia. Deplora a los que en su imaginario identifica como culpables de la situación de su entorno y personal.

Hay una depresión colectiva que busca urgentemente a un psiquiatra. Que lo dictamine y atienda con Prozac para quitarse esa desesperación que lo consume. No es casual entonces que Andrés Manuel, se haya vuelto el alter ego de las mayorías que son consultadas por las empresas demoscópicas, que periódicamente preguntan sobre identificación partidaria o a quién votaría si las elecciones fueran hoy.

En un país harto de corrupción, aunque en lo privado cada uno de los mexicanos todavía la práctica para solucionar problemas, cree que AMLO está destinado a ganar la Presidencia de la República. Y desde ahí, regenerar la política nacional, volver a sembrar la esperanza mediante medidas que habrán de tensar la nación. No es casual que en estos días aparezca Carlos Salinas y diga con cinismo que la salida para México no se encuentra en el neoliberalismo cuándo ha sido uno de sus principales artífices en los últimos 30 años, pero tampoco el populismo, sino en algo tan difuso como es el liberalismo social.

Un discurso negativo que aparece cada seis años. Que en realidad podríamos reducir al eterno enemigo que es Andrés Manuel y machaca todos los días que los culpables de la situación de pobreza y desesperanza, se encuentra en la llamada mafia del poder.

Que, dice, tiene la receta para reencauzar el país y meter a la cárcel a quien se haya aprovechado de los cargos públicos para hacer grandes fortunas. Quizá no es la solución, pero sí puede ser un buen empiezo para corregir esto que va de mal en peor y exige ya una urgente reingeniería económica, política, social, moral con el concurso de todos.


 

 

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