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2192 20 Septiembre 2016

 



La resurrección de Nicky Jam
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Unos amigos contrataron al reguetonero Nicky Jam para que cante (es un decir) el 5 de noviembre en Monterrey. La industria del reguetón simboliza varios fenómenos sociales de EUA. Caduca la tesis de Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”: si los abuelos y padres hispanos de los actuales reguetoneros no se creían latinos ni gringos, sino pachucos o chicanos, los reguetoneros son netamente estadounidenses.

Su pleito con los hiphoperos negros apunta a no ser excluidos de esa nacionalidad y a no ser vistos como ciudadanos de segunda, algo que les recalcan los llamados WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant), ahora envalentonados con los discursos racistas de Donald Trump.

La comunidad negra que pulula en torno a las discográficas de hip hop  es más violenta en la consecución de ese fin: ostenta alto poder adquisitivo (cadenas de oro, lamborghinis, gorras con incrustaciones de diamante) y una agresión defensiva contra la raza blanca. Los reguetoneros hispanos se lucen en Instagram con provocaciones de más baja intensidad, aunque muestren en sus videoclip fajos de billetes y relojes Patek Philippe.

Por otra parte, el hiphopero negro (generalizando) canta en sus letras la supremacía viril sobre la mujer, con frases machistas y altisonantes. Las hembras son para ser sometidas y prácticamente violadas. Los reguetoneros hispanos son más moderados en su referencia a la mujer, aunque utilicen en sus canciones letras igualmente sexistas e instaladas en la misoginia.

Nicky Jam, de origen venezolano, sabe que la vida artística de un reguetonero, como la del boxeador o pelotero, es efímera. Sus glorias se extinguen pronto y pasan a la historia en menos de una década. En el caso del deportista, porque menguan sus fuerzas físicas; en el caso del reguetonero por la ley del mercado: los consumidores de música son caprichosos y no fidelizan largo tiempo con sus ídolos. Se fastidian rápidamente de ellos y los relevan del Top Ten. Ejemplo de esto son El General, Khriz y Ángel, Don Omar y Zion & Lennox.

El caso de Nicky Jam, sin embargo, es paradigmático. Lo apoyó Daddy Yankee en su primera etapa y cantaron a dúo varios éxitos, hasta que Nicky Jam se hundió en una vorágine de cocaína, morfina, LDS, y un cóctel de ansiolíticos y anabólicos para ganar músculo. Su descenso de celebridad como reguetonero de moda al anonimato fue vertiginoso. Acabó mendigando por las calles un buen tiempo hasta que emigró con su familia a Colombia. Ahí resucitó, no al tercer día pero sí al cabo de un par de años. La suerte le dio una nueva oportunidad. Compró jet, yate y mansión en Florida. El derroche como evidencia de escala social.

Nada ejemplar para sus seguidores, pero sí muestra palpable de una descomposición en el mundo artístico que refleja el deshecho moral que inunda una parte de la juventud estadounidense, provenga de cualquier origen étnico o racial. Sin embargo, no se descalifique sin más a los reguetoneros: expresan en sus canciones una experiencia de vida nada fácil. Además, las calles no son para todos, para eso se hicieron las aceras.

 

 

15diario.com