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2219 27 Octubre 2016

 


Las cenizas peregrinas
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Las cenizas de un ser querido son recuerdos que se tocan con los dedos. Las urnas que guardan el polvo del difunto son semillas de resurrección que brotan a voluntad de la memoria de sus deudos. Las cenizas del amante esparcidas en mar abierto, o en las montañas, o en los montes, son granos como pájaros, como lluvia seca.

Guardo las cenizas de mi padre en la sala de mi casa, dentro de una linda urna de mármol, con una plaquita dorada. No hay fanatismo en ellas. Hay encarnación de sus labios que emitían canciones y de sus manos que rasgaban cuerdas de guitarra. Toco el mármol frío y regresa el ayer como brisa cálida. Bálsamo de paz. Eternidad compacta. Pero ahora este sitio es provisional y mi padre un difunto peregrino.

La Iglesia prescribe que este montoncito de ceniza ya no pertenece a sus familiares sino a Dios. Y yo soy un simple familiar. Pero quien manda en esa arena amorosa es mi madre, católica, y yo amo a mi madre. Pronto reposarán esas cenizas en lugar sagrado, en el nicho de una iglesia, en una capilla, en un cuadrito de cemento como casa sin muebles ni guitarras. Ahí dice la iglesia que estará mi padre como su verdadero hogar.

Yo sí pido a mis familiares, a mis amigos cercanos que cuando muera lentamente o de sopetón, me conviertan en ceniza. Pero que no me encierren en un saquito, dentro de una urna de mármol. Que me echen a volar en mar abierto, en lo alto de una montaña, o en un simple monte donde se asome, liberada, la gracia de vivir. Aunque ya sea pez, rama o nada. ¿Qué más da, si yo estaré presente, a ratitos, en la mente de los míos?

 

 

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