Suscribete

 
2220 28 Octubre 2016

 



El corazón es un animal atrapado
Eloy Garza González

 

Monterrey.- –El colmo de una relación sexual es que mi striper sea impotente– dijo mi amiga, la viuda. Bebió de golpe el vaso whiskero y mordió los hielos. El bar estaba cerrado. Era martes. Yo la miré como a un animal herido, metido en la trampa de su decepción. ¿Po qué no suplía al striper? ¿Por qué mantener un contrato comercial sin garantías de buen servicio? Bebí mi whisky derecho y la dejé divagar un rato.

–Siento esta relación mía en el fondo de un pozo, pataleando para salir. ¿O tú qué opinas?– suspiró defraudada mi amiga, en espera de mis palabras de consuelo que nunca solté. El alcohol vuelve sensibles a muchos; a otros nos enfría las entrañas. Me había explicado que su striper no podía tomar Viagra porque sufría de un soplo en el corazón. Problema sin salida.

–Pues opino que ese animal nunca saldrá vivo del pozo– responde el guajiro, del Oriente de Cuba, asomándose a la noria. Sigue lloviendo. Las decenas de vecinos llevan horas mojándose en el monte, buscando una solución. El caballo había resbalado en el zoquetal. Cayó de cabeza en la noria. Desde el fondo de la gruta vertical ascienden los quejidos. El guajiro pide una soga y la gancha en una estaca. Un extremo se lo anuda a la cintura y el otro lo sostienen con las manos. El guajiro desciende por la noria hasta donde está atrapado el animal. Imposible: el caballo está preso boca arriba, pataleando frenético. Hay que matarlo. Sin forma de que sobreviva.

–¿Matarlo y dejarlo en el fondo?– se escandalizó mi amiga, la viuda; y le respondí que todo era figuración. Se trataba de cambiar de amante ocasional. Pero al instante caí en la cuenta de que sus encuentros con el striper impotente iba más allá de lo sexual. Era el alma de mi amiga, no su relación, quien se hundía en una noria de angustia. Había que destazar su alma para salir del pozo.

–Pues claro, destazarlo con un machete hasta sacarlo en pedazos– resuelve el guajiro a los vecinos. Si deja al caballo atrapado, dentro de la noria, emponzoñará las aguas. Tendrían que clausurar la noria. Los vecinos intercambian miradas. Luego, como asamblea resignada, le dicen que lo haga con premura. El guajiro añade que sacará en pedazos al caballo, pero que la mitad de la carne será suya. Es el trato.

–Hazlo ya– le dije a mi amiga. Pero ella despliega sus razones: el poder de la costumbre, los años de convivir con su striper cada martes en la noche. La soledad que no se reduce a satisfacer la libido, el vacío que no se colma con la simplicidad física de la fornicación. El striper no es su servidor sexual, es su guajiro cubano para compartir pedazos de vida. Un recurso de sanación. Le serví más whisky pero mi amiga la viuda lo rechazó. Era martes en la noche y tenía una cita que cumplir. Le pregunté si se marchaba.

–Sí –responde–. No dejé nada en la noria. Saqué hasta el último resto del animal–. El guajiro toma un montículo de vísceras, media cabeza y dos extremidades del caballo. Los envuelve en una sabana de cuero y lo ata con fibras de caña. Se marcha sin decir adiós. Los vecinos se arrebatan la mitad de los despojos. Mi amiga salió del bar, con su mitad de vida para vivir y su corazón completo para compartir con su striper de los martes. Yo tomé, a solas, el resto de la botella de whisky.

 

 

laq151

15diario.com