Suscribete

 
2226 7 Noviembre 2016

 



Rafael Courtoisie: el caracol que enfrenta tiranos
Eloy Garza González

 

Monterrey.- En 2011, Versus / Posdata Ediciones y la UANL, se confabularon para publicar por primera vez en México, una antología de Rafael Courtoisie, titulada Tiranos Temblad. El volumen de este premiado autor uruguayo, lo componen un poema inédito, titulado precisamente “Tiranos Temblad”, de 2010, “Poesía y Caracol”, de 2008, “Amador”, de 2005 y “Todo es poco”, de 2004.

Son poemas en prosa, o prosa poética. No abordaré las novelas, los cuentos, ni los demás géneros literarios en los que incursiona Courtoisie. La mayoría, infelizmente, no han venido a parar a mis manos. Sí diré que este libro es, como toda antología, un nuevo libro. Al reacomodar sus textos e hilvanarlos en una nueva secuencia, la impresión provoca otra impresión. Son los mismos fractales que seleccionados y armado en diferente orden, forman otro rompecabezas. Seleccionar y discriminar es otra forma de re-crear.

Sus referencias mas evidentes –que más que ansiedad de influencias son evocaciones creativas– apuntan al formato de prosa poética y a la ironía humorística, paradójica, de su paisano Jules Laforgue (de quien también recupera la festividad fúnebre de Pierrot fumista en su notable poemario Parranda, con el que ganó el premio Casa de América de Poesía en 2014), la calculada y certera fantasía del Conde de Lautréamont, el juego lúdico y rebelde de las ovejas negras de Augusto Monterroso, y las Odas Elementales, de Neruda, aunque el chileno toma las cosas no para redefinirlas sino como trampolín para su vasta inspiración. Entre esta pléyade de antecesores o invención de viejos abuelos, menciono otras referencias más soterradas o acaso afinidades electivas como el poema reflexivo de José Gorostiza, “Muerte sin fin”.

Mientras Courtoisie escribe: “el agua y el aire toman la forma del recipiente que las contiene”, el mexicano dice: “por el rigor del vaso que la aclara / el agua toma forma / en el que se asienta, ahonda y edifica”. La literatura, ya se ve, es intertextualidad.   

Con diversos registros literarios, y a pesar de que Tiranos temblad comprende un arco que se estira más de seis años, Courtoisie es fiel a su espejo diario: coherente y persistente. Por un lado es coherente, porque su lírica, trufada de realismo y precisión científica (algo tendrán que ver sus estudios químicos al igual que otros poetas como Jorge Cuesta), relaciona de forma lógica, aunque con química poética, cosas, animales y hasta complexiones humanas. Por otro lado es persistente, porque con todo y su multiplicidad temática, persiste su insobornable afán de levantarle la falda a la realidad, para airear el anverso y reverso de los tenedores y cuchillos, los dientes del peine, las bolsas de plástico vacías que parecen promesas, el perro enterrado vivo en el mundo y que por eso aúlla, el sexo de las piedras, la pulpa de la nuez que parece cerebro, las llaves que quedan cuando las puertas se pudren, el jugo de una roca de palabras, la máxima de que todos los habitantes de un país son (¿somos?) tiranos.

Como poeta, Courtoisie invita al lector a una epifanía de la transfiguración que es transgresión. La mucosidad del caracol nocturno que mancha las páginas de sus poemarios, nos unge de su singular perspectiva para leer la realidad. No nos hurta del mundo; nos instala aquí mismo, pero ubicados desde otro ángulo focal. Las metáforas no operan en el poeta uruguayo para simular sino para revelar. Son un microscopio. El poeta se apega a la raíz etimológica de metáfora: llevar más allá. Un origen que asocio con la palabra milagro: ver más allá. Courtoisie no usa las figuras retóricas para revestir la materia sino para desnudarla, encuerarla, macerarla. Verla y diseccionarla. Metáfora y milagro a un tiempo para crear a partir del retorno al origen de la cosa, una nueva sintaxis.

Nadie sale como entró de la poesía de Courtoise. Nadie queda indemne tras su lectura de relámpagos. Nos transfigura. Nos saca de nuestras casillas. Nos abraza. Recurro a una anécdota. Una amiga española le dijo a una mexicana: “tus pestañas tienen el color de tu castaña”. De inmediato pensé que el chiste era un mal pastiche del peculiar estilo de Courtoise. Humor para descubrir y describir otras caras de la misma cosa, y así ensanchar su conocimiento lírico, que a diferencia del filosófico, aprehende las cosas por instinto o intuición. Así, aventuro la siguiente hipótesis: Courtoisie hace con la poesía, lo que los artistas urbanos, (de los dadaístas a los ready-made de Marcel Duchamp) hacen con el apropiacionismo: se apropian de un animal o de una cosa con significado o identidad bien establecida en la cotidianidad y lo deconstruyen, lo descontextualizan, hasta otorgarle una nueva significación o identidad. Las cosas no son lo que son. Nada que ver con el animismo de los poetas del modernismo; no reaniman, es decir, no regresan el ánima a la materia, que no tiene alma sino gramática. Sin embargo, resalto una diferencia entre Courtoisie y estos artistas: en el autor de Tiranos temblad, la deconstrucción de la cosa o del animal, no funciona para sublimarlo artísticamente; más bien lo despanzurra, le descubre asociaciones libres, inesperadas, no para otorgarle un nuevo significado o identidad, sino para cuestionarlo, meter la duda, la sospecha de si ese es su auténtico significado o su verdadera identidad. La metáfora en Courtoisie es la prolongación de la mayéutica socrática por otros medios.

Decía Rubén Darío: “yo no soy un poeta para las muchedumbres, pero se que indefectiblemente tengo que ir a ellas”. Courtoisie no es un poeta fácil para las muchedumbres, de lectura simple, que suscriba un “pacto con el lector”, hasta atraparlo con sensiblería, o con el juego de espejos emocionales a la manera de su paisano Mario Benedetti, cuyos acólitos no distinguen esa delgada línea que divide lo sensitivo de la hiperestesia vocinglera. Courtoisie no teje una espesa red de compathia, palabra que acuñó Petrarca, combinando el verbo compartir, con el sustantivo empatía.

El proyecto de Courtoisie va más allá: consiste en amotinarse contra el significado o la identidad de las cosas del mundo, un non serviam contra la apariencia de lo ordinario, y hacer de este acto de insurrección un manifiesto en contra de la tiranía de lo establecido y en favor de la íntima libertad. Y todo, bajo la potestad de la palabra. El escudo común de la letra. Así, y solo así, sobre el lago de imágenes aparentemente inofensivas, pero con corrientes violentas, pide la mano del lector y le tiende puentes de complicidad.

Aliados, los caracoles subversivos enfrentan tiranos. Si esta sublevación lírica la extrapolamos al mundo político, si la trasvasamos al umbral umbrío del trono y el altar, donde solo “los militares escriben poesía”, entendemos el saludo que José Jaime Ruiz, uno de los conciliábulos de Posdata Ediciones, y a su vez lúcido poeta regiomontano, le extiende a su colega uruguayo Rafael Courtoisie: “en el follaje de la palabra el tirano deletrea un garabato y los lobos aplauden; el Poeta hace una pausa, mira la parábasis y canta al margen”.

 

 

15diario.com