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2236 21 Noviembre 2016

 



ANÁLISIS A FONDO
México, los muros de la ignominia
Francisco Gómez Maza

 

Ciudad de México.- De qué se escandalizan los mexicanos de las elites, los de las clases dominantes, los de la corrupta e impune clase política, los de las clases medias acomodadas, si los mexicanos somos prietos para los güeros; los españoles nos dicen los prietos, con desprecio; los anglosajones nos dicen los prietos, con complejo de güeros, y los gringos nos contratan para lavar los trastes de la comida, para recolectar las cosechas, para los trabajos que desprecian los güeros.

Somos los seres más despreciables y más necesarios para las familias estadounidenses, en su mayoría racistas, excluyentes, despreciativas.

Por supuesto que Donald Trump es el primero que nos odia, aunque le haya apretado la mano a Enrique Peña Nieto. No nos quieren en su casa, ahora con el Payaso del Tupé anaranjado, menos. Dice que correrá de su país a dos o tres millones, los que tienen antecedentes penales, aunque a muchos de ellos les hayan fincado responsabilidades siendo inocentes de toda culpa, exactamente como en México donde las mayorías de encarcelados son inocentes, a pesar de las reformas penales.

Yo no sé si al final Trump va a coger los ladrillos, los bloques de cemento, la mezcla, la cuchara y va a levantar el muro que prometió en campaña. Sale carísimo y los contribuyentes no estarán dispuestos a pagar un solo centavo más del que ya pagan al fisco tan solo para construir el muro. Con que los de la Border Patrol estén muy abusados y le tiren con sus rifles a todo lo que se mueva sobre el riachuelo llamado Río Bravo o por el desierto, o suelten miles de víboras de cascabel y ni así pararían la migración de mexicanos y latinos hacia el edén del sueño americano.

Pero los tiempos cambiaron como cuando muere alguien de la familia. En 24 horas –las honras fúnebres, la misa de difuntos, la inhumación o la cremación– todo cambió  para la familia. Y cambiaron para mal, no solamente de nosotros los prietos, sino para el pueblo estadounidense, que votó por el guerejo porque ya estaban hartos de los demócratas, aunque ya empezaron a arrepentirse muchos. Algo así como cuando los conservadores botaron el Brexit para que Inglaterra abandonara la Unión Europea. Ya están arrepintiéndose.  Pero los gringuitos tendrán que aguantar al excéntrico por lo menos cuatro años.

Pero volviendo al muro. Acaso no nos damos cuenta de que los mexicanos siempre hemos vivido entre muros. Hay un muro entre ricos y pobres; hay un muro entre clasemedieros acomplejados y  trabajadores; hay muros que excluyen a los miserables, a los pobres de los pobres, a los pueblos y comunidades indígenas, a los paupérrimos que viven en las calles de la ciudad de México, muy cerca de donde despacha el presidente, muy cerca de donde despacha el jefe de gobierno, muy cerca de donde pasa usted a comprarse unos zapatos de dos mil pesos, o un bolso de cinco mil, o un vestido de superlujo, o de donde se sienta usted a comer opíparamente. Ahí hay muchos muros, muros para los pordioseros, muros para los drogadictos, muros para las bellísimas prostitutas de 15 a 18 añitos, muy bien vestidas, que dan pena y le recuerdan a uno qué dura es la vida del pobre, que tiene que vender su carne para comer, alimentar a sus padres ancianos, o a sus pequeños hijos, muros levantados por la ignorancia y por el egoísmo de los ricos, de las autoridades corruptas, de los delegados, como el de la Cuauhtémoc.

Por qué entonces se escandaliza el mexicano medio de que Trump quiera levantar un muro, si en México hemos levantado muchos muros entre los pretensiosos, los simuladores y los millones de jodidos. Qué hipócritas somos los prietos. Y lo primero que queremos es ser güeritos, aunque nosotros sí tengamos pigmentación y los blancos no puedan ni siquiera protegerse de los rayos de un sol primaveral.

Destruyamos nuestros propios muros y luego podremos reclamarle al Payaso del Tupé la construcción de un muro para que los prietos no puedan entrar al país de las puras ilusiones, que las ilusiones sólo son eso, ilusiones, que pronto se desvaneces con las olas que se estrellan en la arena o en los riscos del litoral.

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