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2247 6 Diciembre 2016

 



Estatolatría
Eloy Garza González

 

Monterrey.- El poder no solo domina: forma conciencia. El poder no solo sojuzga, subordina, relega; también lo interiorizamos y nos moldea como lo que somos: seres a su servicio. Al doblegarnos, el poder se impone no sobre sino dentro de nosotros. Estamos condicionados por las reglas del poder, aun antes de la formación de nuestro yo.

Llegamos incluso a depender de las condiciones del poder para definir nuestra existencia. Terminamos por articular lo que somos, en razón de la sumisión inconsciente al discurso del poder.

Cuando defendemos la tributación al Estado, aunque la casta política utilice ese recurso a su exclusivo servicio, es que hemos interiorizado las reglas del poder y ya no podemos salir de su caja. Cuando nos quejamos de que el Estado rehuye su obligación de suministrarnos lo indispensable para vivir, es que ya nos ha invadido como sujetos: nuestra conciencia sedimentó esta dependencia primigenia. Cuando pagamos impuestos, a sabiendas de que ese recurso será robado por la pirámide de la burocracia, es que nuestra forma písiquica adoptó la estatolatría como eje existencial. Vivimos en un laberinto imaginario del que no queremos escapar. El ogro filantrópico, que ahora incluso ha perdido su adjetivo altruista, lo incorporamos a nuestro yo.

La estatolatría forma la psique de los mexicanos, aunque estemos políticamente en contra del Estado y su generosidad ficticia. Por eso, no se trata de frenar al Estado, se trata de ser ateos del Estado. Hace apenas tres siglos, pensar que no existía Dios era inconcebible. El sujeto del siglo XVII interiorizaba desde su infancia esa entelequia llamada Dios. La rebelión comenzó en forma de herejía (renegar de algunos de los misterios teologales) y acabó por rechazar totalmente la idea de Dios. Lo que quedó, desnudamente, era una clerecía, una curia que medraba de sus fieles mediante el diezmo, el tributo, la sumisión.

Ahora, en pleno siglo XXI, pensar que no existe el Estado es inconcebible. Sin embargo, ontológicamente, no existe. Por eso, no se trata de imponerle límites a esa entelequia, sino de descreer de sus propósitos filantrópicos. El gobierno no existe; existe la burocracia, y dentro de ella, sujetos que merman de la tributación pública.

Comenzar con ser herejes de alguna de las funciones del gobierno (que actúa por el bien de todos, que nos representa a todos, que nos beneficia en mayor o menor medida a todos), es seguir la línea del rechazo total a la idea del Estado. ¿Mejora nuestra percepción del gobierno, si elegimos a sus representantes no a partir de candidatos de un partido político sino de manera independiente? No. El fin no deja de ser el mismo. Quien roba a nombre del Estado, se integra a esa casta burocrática voraz e irrefrenable.

Cuando desaparezca la idea del Estado, quedará, desnuda, la presencia de un hombre fuerte, un mandamás dominante, sin argumentos ni discurso del poder, con los cuales disfrazar sus verdaderas intenciones. Los gobernantes independientes son un anticipo de esa era postapocalíptica.

 

 

15diario.com