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2247 6 Diciembre 2016

 



Que 40 años no es nada
Carlos Méndez

 

Monterrey.- Me toca a mí hablar del primer concurso de la canción universitaria. Y escogí este tema porque cualquiera de los que participamos en ese certamen tenemos muchos recuerdos que difícilmente los vamos a olvidar y que si no yo, cualquiera de los concursantes nos retacaría de datos, anécdotas y vivencias que nos marcaron en aquel momento para siempre.

Quiero abordar el tema desde una perspectiva muy personal, ya que en lo que ahora transmito no hay ningún rigor historiográfico o periodístico.
Era un anuncio en el periódico El Norte, muy pequeño e insignificante que El Químico (mi hermano) nos mostró a los que “guitarreábamos” y cantábamos en aquel cuarto de la casa familiar. Se convocaba a un festival de la canción universitaria y la cuestión era si le entrábamos o no. No hubo titubeos, los cuatro asentimos de inmediato, sin siquiera tener una composición para participar. Los interfectos éramos Ernesto (El Gallo) Pérez, Armando (El Químico) Méndez, Héctor (Choncho) Méndez y yo mero (El Chimpas); los tres últimos hermanos de la hermandad Méndez. La adolescencia en su apogeo: 15 años, 17, 20 y 16, respectivamente (¿quién detiene a unos muchachos con esa juventud?).

Pues como si fuera un enchílame otra, comenzamos a componer canciones. “El Loco”, “Guitarrras al Viento”, “Una Canción”, fueron los temas que decidimos inscribir como grupo MB-8-15 (por las siglas de las escuelas donde estudiabamos en aquel entonces: Matemáticas, Biología, Prepa 8 y Prepa 15).

Cuando fuimos a hacer los trámites, conocimos al organizador del festival: Pedro A. Magallanes, un personaje bajito, sonriente y algunos años más grande que nosotros. Inmediatamente nos hizo pensar que llegábamos a la entrada de un mundo nuevo y diferente. Magallanes desde ese momento se apoderó de nuestras almas y nos guió hacia donde había otros iguales a nosotros, con esa hambre de crear, discutir, hacer, mover, promover... Sin saberlo, en aquel momento nuestra vida cambió radicalmente y henos aquí todavía marcados desde aquella primavera.

De ser músicos caseros a estar en un auditorio como es el Aula Magna, nos levantó el ánimo hasta los cielos. Como anécdota les comparto que cuando interpretamos una de las canciones en el concurso, el público nos coreó: “¡otra, otra!...”, de tal manera que el organizador nos pidió que cantáramos una canción más, cosa que no se valía, pero así comenzamos a conocer a Magallanes.

Balada, Contenido Social y Folclor, eran las tres divisiones del evento. Nosotros ganamos el primer lugar, con El Loco (en Balada); y segudo lugar y mejor arreglo músical, en Contenido Social, con Guitarras al Viento. No sé los otros, pero yo me sentí más emocionado que los que ganan un “Grammy”, o un Oscar. Jamás he sentido algo que se le parezca... los aplausos que no paraban, las luces que nunca había mirado desde arriba, entrevistas, entrega de trofeos, abrazos, flashazos... todo completamente desconocido hasta ese instante y solo visto en los programas lejanos de televisión.

“¡Qué juego de voces, qué arreglos!, vamos, plátiquenme algo de sus canciones”, palabras más o palabras menos fue con lo que nos abordó un joven periodista de la Tribuna de Monterrey –Alfonso Teja–, quien posteriormente nos invitó a su programa de televisión La Gente Nueva. Después lo veríamos dirigiendo agencias noticiosas de nivel internacional y hoy por hoy gran amigo y pilar del perodismo serio de México.

Los compañeros del concurso nos veíamos, no con recelo, más bien nos apoyábamos, pues había mucho nerviosismo. Recuerdo a Javier Palacios (La Liga), cuando nos explicaba de su apodo –que era por largo y flaco–, quien sacó también un lugar por su canción “Quiero ser libre como el ave”, donde la letra era de un señor de edad y la música de él. Hoy sigue cantándole a la vida y a pesar de vivir en Estado Unidos, nunca nos dejó de buscar y reunir a muchos de los que nos quedamos en Monterrey. Por cierto, es el principal culpable de que hoy nos encontremos aquí.

Lobo –no sé por qué ese apodo– fue una ocurrencia del momento, ya que uno de los requisitos del certamen era registrarnos con un sobrenombre, para que los jueces no nos identificaran, si es que nos conocían. Aunque recién salido de la carrera, él era ya un ingeniero civil, traía carro (un vocho), lo que nadie soñaba en esos tiempos, y su atuendo era serio, con ropa “de vestir”. Su pelo corto (raro en aquella jungla), güero, de ojos verdes, alto y muy campechano. Le fue mal en el concurso: solo sacó dos primeros lugares y sus canciones todavía se cantan en las peñas de Monterrey. Siempre le buscaba el lado espiritual a las cosas y entiendo que aún lo hace. Desde hace casi 40 años lo dejamos de ver, pues su terruño era Saltillo, pero como sus canciones, él siguió presente entre todos nosotros en las charlas y en los recuerdos y este día lo tenemos en persona.

No me acuerdo con qué canción participó, ni si sacó un lugar especial, pero Chema Mendiola estuvo ahí y aparte de que hasta sus últimos días fue nuestro amigo, también fue la persona más culta, exigente, clara y ubicada del grupo que se formó de aquella experiencia. Nunca calló lo que pensaba, ni siquiera en sus últimos días, cuando no permitió que en su homenaje leyeran poemas personas que él consideraba poco preparadas para el evento. Su casa, la casa de todos, ¡no te olvidamos, Chema!

El más extraño espectáculo fue el que nos mostró el grupo de Ricardo Martínez; parecía que venían directo de Woodstock: instrumentos de orquesta junto a requintos metálicos y letras apocalípticas. Si no fumaban mota, parecía que lo hacían. Ricardo sigue en la música y en la vanguardia de la cultura en Monterrey.

Y cómo olvidar a Jorge Segura, quien nos cantó “A la luna venidera”, y nos arrulló con esa canción preciosa, entre tanta locura de aquellos tiempos. Como todos los anteriores, buen amigo y trabajador de las artes.

Ricardo (Sexo) y su hermano Popo Garza, Paty Guerrero, Chelita Salazar (que en paz descanse), Murrieta (que también descanse en paz), Pepe Charango y los Pioneros, y todos los integrantes de rondallas, estudiantinas y grupos corales de la Uni, como tantos que quizá no nombré, son gente que a partir de entonces fuimos conformando un equipo que promovió la cultura en la universidad y en Nuevo León en general. No es la pura nostalgia lo que hoy nos reúne; no es la moda de lo retro lo que nos reagrupa; es más bien el constatar que de aquello que aparentemente era una ocurrencia de algunos, surgió una gran base de trabajadores de la cultura y las artes, que ya todos alrededor de la tercera edad, seguimos en lo mismo y sin ninguna gana de dejarlo.

¡Gracias!

* Texto leído por el autor en el evento conmemorativo de los “40 Años del Frente Cultural Universitario”, Aula Zertuche, Colegio Civil, 3 de diciembre de 2016.

 

 

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