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2260 23 Diciembre 2016

 

 

En defensa de la política
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Para mi amigo Carlos Díaz de León

Mazatlán.- En este año que concluye, la enseñanza de lo que no debe ser la política, dio muestras claras prácticamente todos los días, cada hora, cada minuto. El escándalo político se instaló cómodamente en nuestra vida pública.

El Presidente de la República nunca pudo sacudirse la sombra de corrupción en muchas de sus decisiones públicas y hasta el último de los alcaldes no pudo evitar estar bajo escrutinio público. No se hable de senadores y diputados que frecuentemente fueron señalados de hacer las cosas a modo de manera de beneficiarse con sus propias decisiones, pero también los gobierno de los estados no estuvieron exentos de señalamientos, como fueron los casos de gobernadores que andan a salto de mata o tienen que enfrentar denuncias penales por actos de corrupción y lo mismo en los congresos locales o cabildos.

Aunque no partimos de la idea que la política debería ser pura e impoluta, porque como actividad humana está permeada por los intereses corporativos, de grupo político o económico, pero sobre todo de las miserias humanas, que son las peores y más vulgares porque se venden por un plato de lentejas, una palmada en la espalda y muchas veces por las ganas de sentir ser parte de algo. Así sea, la ignominia política.

Pero, lo que nos enseña la buena política, aquella que dimana de la vieja matriz entre la política real y la política de las instituciones que podemos desprender de la filosofía política, especialmente de aquella confrontación discursiva que el francés Maurice Joly fue capaz de recoger en los Diálogos en el Infierno entre  Maquiavelo y Montesquieu.

Es decir, la iniciativa maquiavélica que señala que en política los “medios justifican los fines”, donde no cabe ningún tipo de prurito moral o ético, con tal de acceder y permanecer en los espacios del poder. El centro de las decisiones públicas. En tanto, la visión montesquievana reivindica por encima de todo el imperio de la ley y así sostiene que esta “debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie”.

En ese vértice donde están los políticos y las instituciones, las ambiciones personales y el poder representado en las instituciones, es donde se encuentra un punto de partida de lo que estamos viviendo en México.

En el México de hoy, llegar al poder se ha vuelto el resorte para acceder rápido a la riqueza y sus privilegios, incluso hoy, como nunca, empresarios combinan sus empresas privadas con la política, como la mejor forma de potenciar sus intereses y engrosar el bolsillo.

Entonces, la máxima maquiavélica alcanza su esplendor pues el medio puede llegar a ser el más espurio; ¿cuántos políticos que hoy están en medio del escándalos de los “bonos”, los desfalcos a las finanzas públicas, el tráfico de influencias, la apropiación privada de lo público o los que todos los días empiezan pensando ahora sí, cómo joder a México, tuvieron que entrar pisando callos, negociando un lugar en las listas partidistas sean de izquierda o derecha, eliminando a sus adversarios o atropellando procedimientos estatutarios? Muchos.

Luego, a eso se deben y no hay más personaje actual que el “profesor” Carlos Hank, quien conocedor de los resortes del alma del político mexicano alguna vez sentenció: “Político pobre, pobre político”. Cuánta profundidad en estas cuatro palabras. Cuánta desgracia dimana desde ellas sobre nuestra vida pública y sobre todo, cuánto afecta a las instituciones. Quizá, en ello radica el sentido profundo de la expresión desesperada de AMLO, cuando luego de las elecciones de 2006, afirmó destempladamente: ¡Al diablo con sus instituciones!

Y, entonces, es cuando muchos mexicanos, al ver el esperpento creado por omisión o acción, o ambas, caen en el pesimismo fatalista de que esto no tiene remedio y mejor hay que esconderse en el espacio privado; pero también los hay quienes se plantean la interrogante leninista de ¿Qué hacer?
Hay quienes, desde una perspectiva revolucionaria, llaman a formar frentes amplios con el fin de acceder al poder y desde ahí empezar a crear el poder popular, para cambiar de raíz el estado de cosas.

Los hay también quienes estando instalados en posturas nacionalistas exploran la posibilidad de volver a los cimientos básicos de una política de salvación nacional o los llamados políticos independientes, que están en una cruzada moral contra la política de siempre, cualquiera cosa que sea esto.
Así también, los que desde posturas institucionalistas, están en una carrera contra el tiempo creando sistemas hasta ahora infructuosos que controlen los excesos en la política o quienes desde las redes las 24 horas del día exhiben, señalan, despotrican, cuestionan y penalizan severamente a los infractores consuetudinarios.

En esta política de lo necesario y lo posible, trasmina con todos sus matices una tenue esperanza, una defensa de la política, muestra que entre los políticos hay diferencias aunque no faltara quien dibuje una sonrisa socarrona, entre las posturas dignas de rechazar privilegios y  las de las mayorías que no solo lo aceptan, sino lo exigen porque han perdido la cabeza con el olor del dinero.

Es la lucha de hoy, la de devolver a la política su lugar como auxilio de lo colectivo, porque estamos en una encrucijada de acechos donde la gravedad de la política es una de ellas y todos ellos ofrecen desafíos inéditos que provocan incertidumbre, malestar, desasosiego.

Y ante este panorama adverso, desestimulante y una carga inmensa de pesimismo, los excesos en la política alcanzan formas insultantes.
Totalmente esquizoides, de gente que vive en otro mundo. Uno creado para su propia reproducción. Nada pareciera que los mueve. O me equivoco, los mueve su ambición desmedida que puede llevar a más. Ese apetito insaciable de acumular, lo que sea y entre más mejor.

Ahí están, como ejemplo vulgar, los 100 taxis del dirigente nacional priista. Los cientos de viajes del líder panista a su jardín de la pureza de Boston, o la riqueza acumulada de la dirigente perredista, quien alguna vez fue una modesta sobrecargo en una empresa aérea.

En definitiva, estamos donde estamos, porque la política se volvió un medio para construir fortunas personales. No hay límites al exceso. Menos recato ante lo ilegal y aprendiendo de la historia, ahí está la semilla que nos puede llevar al paraíso de los buenos arreglos o al infierno del caos.

Para dilucidarlo, es indispensable defender la política.

 

 

 

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