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Don Sergio también tuvo influencia en Monterrey y formó parte de la cadena de personas que cambió la vida de muchos de nosotros, aun sin conocerlo. Dos jóvenes curas, Tobías y Salvador, que luego se declaraban sus discípulos, entusiastas y carismáticos, de la Parroquia de Santa Ana, que abarcaba desde la Colonia Central hasta San Jorge y la Unidad Modelo, organizaron talleres para estudiar los acuerdos del Vaticano II en la parroquia y las capillas en las diferentes colonias de la parroquia, con la tolerancia o apoyo de su párrocos. Mientras los jesuitas tenían gran influencia en los integrantes de la Juventud Estudiante Católica (JEC), estos curas diocesanos construían comunidades de base en las colonias obreras del noroeste de Monterrey. Algunos de sus integrantes formarían luego parte de la Juventud Obrera Católica (JOC), algunos hermanos/compañeros de la JEC se unirían luego con la Liga 23 mientras los obreros de la JOC se unirían al Frente Autentico de Trabajo, que en Monterrey y Chihuahua se alejó de sus orígenes casi sinarquistas para volverse socialista radical bajo la influencia de la Teología de la Liberación, de las enseñanzas y sobre todo de la presencia de Don Sergio.

No recuerdo haber leído ni discutido nada especial escrito por él en esas comunidades de base, pero recuerdo lo importante que era para nosotros saber que contábamos con un Obispo, allá lejos, en Cuernavaca. Tal vez mi visión es parcial, desde mi posición de entonces, pero ahora lo recuerdo como compañero y un refugio para los religiosos que no contaban con el apoyo de sus pastores, más que como que teórico.

Yo participé tanto en las comunidades de base de Tobías y Salvador, como en los círculos de estudio de la Facultad de Química aprendiendo de compañeros como Guillermo Lozano (ver Buzón 211/2009-02-04). Después de la huelga de la UANL en el 71, tuve la fortuna de ser adoptado por los obreros católicos radicalizados del FAT. Mientras mis compañeros de la facultad iban, en bolita, a las fábricas (casi siempre Fundidora) a volantear a la luz del día y sus volantes eran hojas tamaño oficio a espacio sencillo por los dos lados, yo iba de noche entre el segundo y tercer turno a repartir volantes de media hoja oficio dobladita hasta que cupiera en la palma de la mano a otras fábricas. Debía cruzarme con los obreros al entrar y salir de la empresa, pasarle el dobladito sin que se notara. Según Socorro, la obrera líder del grupo, no fuera que terminara golpeado por los porros de la CTM, o judiciales. Pero luego, no dejaba de enfatizar que en realidad, más importante que eso, era evitar que corrieran al obrero que vieran extender la mano por un volante (a los obreros de Fundidora no los corrían por eso).

Mientras que con mis compañeros de la FQ-UANL, discutía de la universidad-fábrica y filosofía marxista y metodología de la ciencia, con mis compañeros del FAT organizaba cursos de capacitación sindical. Me costaba algo de esfuerzo sacar más de setenta en la facu, y más esfuerzo mantener el equilibrio entre esas actividades extracurriculares.

Por otro lado, los obreros sostenían que “sólo el pueblo salva al pueblo”, los estudiantes pequeño burgeses radicalizados utilizaban el argumento de la universidad-fábrica para declararse proletarios y luego, en consecuencia, su vanguardia. Cuando unos eran “tradeunionistas”, forma en que la editorial MIR traducía sindicalista, otros padecían la enfermedad del ultraizquierdismo. Y yo ambos defectos.

Ahora me es evidente que a pesar de mis esfuerzos por compartimentalizar, por seguridad, mis actividades político-sindicales, como estudiante y sindicalista, en mi discurso se cruzaban esas influencias. Mientras yo vivía esa contradicción, y a pesar de las tensiones existentes por haber escogido caminos diferentes, el diálogo entre esos hermanos/camaradas de las JEC y JOC nunca se interrumpió.

Con el tiempo dejé la fe y Tobías y Salvador sus votos, pero antes, las comunidades de base de Santa Ana obligaron al Obispo de Monterrey,  Alfonso, a desistir de su intención de cambiar y separar a estos dos curas revoltosos de su parroquia y sus feligreses.

Mucha vida después, mi último contacto, y el más cercano que tuve con Don Sergio fue el día de su sepelio. Sin saber que se trataba de su cortejo fúnebre, me mezclé con una fila de autos en la Avenida Zapata de Cuernavaca, bajando de los cuarteles. En ese momento, sacando un cassette del radio del auto,  escucho una noticia del fallecimiento de Don Sergio y que lo llevarían a misa de cuerpo presente a la Catedral de Cuernavaca. Luego, pasando la Comercial Mexicana de Zapata, los tripulantes del auto que iba detrás de mí, me hacen señas y me preguntan por la catedral; me detengo, les digo cómo llegar y me doy cuenta entonces, que me llevé, siguiéndome, a la mitad del cortejo fúnebre de Don Sergio. Me doy prisa a terminar lo que tengo que hacer y me voy a Catedral, alcanzo a llegar a escuchar la oración “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre…” Veo poco, casi nada, los ojos empañados no dejan ver mucho, pero a mi alrededor nadie lo nota. Muchos, casi todos, cada uno, igual que yo, detrás de su discreta cortina de agua salada.

Igual que ahorita, por Don Sergio, por los que se fueron o llevaron y nunca regresaron, por lo que fuimos y por lo que nos cuesta seguir pareciéndonos un poco a lo que fuimos.

¡Larga vida a la memoria de Don Sergio! Y un saludo a Tobías y Salvador

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