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14 de julio de 2010
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 Martín Calavera, de Jorge Rodríguez

Eligio Coronado

 

croimgMartín Calavera vuelve a su pueblo para morir, no sin antes haber vivido

una aventura de proporciones épicas que enlaza dos periplos: uno geográfico y

otro emocional.

 

Su huída del hogar familiar durante la adolescencia por motivos irracionales y

su retorno veintidós años después, debido a una crisis originada por un

despecho, son apenas el largo preámbulo de la verdadera historia: el tardío

descubrimiento de la misión que la vida le ha deparado.

 

En su pueblo (Las Pozas) lo esperan dos personajes cautivantes: la difunta Maquela y su marido Apolonio. Ella, que no ha querido ser enterrada, se ha quedado a esperar a Martín por petición de la madre de éste. Apolonio, laborioso aún, aunque con los días contados (“Mañana es mi día, la muerte ya me señaló”, p. 163), hará de cronista temporal de la familia del recién llegado a pedido de Maquela.

 

Así se entera Martín de dos detalles fundamentales: el lago del lugar, que llegó a propiciar cierta bonanza turística, se resecó por falta de lluvias, y el deseo de la madre de Martín, revelado a su esposo antes de morir: “el agua, Damián; traigan el agua” (p. 165).

 

La consecuencia lógica será cumplir el deseo materno buscando el río subterráneo que dejó de alimentar al lago y las seis pozas restantes y desbloquear o reorientar su caudal. El resultado será favorable, pero también ocasionará que Martín se vaya de este mundo: “el viento (…) le formó una tolvanera (…) y desapareció su figura (…) borrando las huellas de su estancia en aquel paraje solitario” (p. 193). Casi igual que su madre, según Apolonio: “El día que murió, soplaba un vendaval de marzo. (…) tu madre se fue haciendo polvo” (p. 163).

 

Todos los que vuelven a casa, después de una larga ausencia, experimentan una forma de crecimiento interior pues cierran un ciclo al reencontrarse con sus raíces, sobre todo si el motivo de la partida fue el desprecio: Martín, al marcharse, “escupió en el umbral del tejabán (…) que lo vio nacer” (p. 11), y la huella de esa afrenta permanece allí hasta que logra restituirle el agua al pueblo: “Se dirige (…) al umbral acusatorio, y puede ver que el rastro de su desdén ha desaparecido. (…) su cuenta está saldada” (p. 191-192).

 

De nuevo, como en su anterior novela La nuez vana (UANL / Jus, 2009), Jorge Rodríguez (Monterrey, N.L., 1957) logra crear un universo convincente, apoyándose en un lenguaje trabajado minuciosamente para transmitir todo el viraje emocional y físico, incluyendo la obsesiva fascinación por la luna, de su personaje Martín Calavera.

 

Jorge Rodríguez. Martín Calavera. Monterrey, N.L.; Erre con Erre Editores, 2009. 193 pp.

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