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14 de julio de 2010
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Recuento de daños

Andrés Vela

 

¡Uff!, se acabó por fin ese maremoto de la comunicación masiva que genera masas amalgamadas al unísono de una cantaleta gritona y musical y se apodera de las conciencias y las calles como una marabunta. Afortunadamente, por fin terminó el Mundial.  

 

No se va, sin embargo, la necia hispanofilia, o como se le pueda llamar a ese furibundo entusiasmo por la madre patria: que si la furia por aquí que si la furia por allá, y la estampa del portero que sella con un beso la supremacía de la felicidad gratuita e inocua, como final de telenovela que no se traduce en nada más que apoteosis de chicle.

 

No se negocia con el paroxismo, mas, ¿cómo hacerle desplantes a los estertores, a la bullaranga de la inmensidad global que aplasta con toda su capacidad de ser manipulada? La Fiesta por la Fiesta, porque sí, y no pasa nada. O si pasa, si ocurre que lluvias torrenciales manden al carajo una ciudad que se jacta de poderosa (no somos el Sur, esto no es Chiapas), que presume al municipio más rico del país (nosotros mantenemos al DF y a todo el país), que aún presume de Ciudad Industrial de México (con mayúsculas de necrofilia), fácil: llamamos a las televisoras.

 

Fácil: que se organicen un eventito acá teletón fast track, y que vengan las mejores piernas a echar lágrimas de plástico, igual: fast track. Y no es desestimar la ayuda ni los daños que justifican el sainete, sino la simple y sana distancia, distancia crítica de la futilidad que se maquilla de filantropía. Inventar una frase slogan y adoptar un tema musical: nunca deja de estar presente la manipulación sentimental, que a través de una historia ininterrumpida de telenovelas ha edificado la educación sentimental de todo un pueblo.  

 

Nada de malo o extraño tiene que las televisoras se unan; si es posible dentro de la clase política que quienes son opuestos ideológicamente (por lo menos en teoría) se unan, pragmáticamente, qué se puede esperar de los mercaderes de los mass-media. Si pensamos que las últimas semanas se reducen a tres acontecimientos neurálgicos: Mundial-Huracán-Elecciones, el común denominador es la anulación de posturas firmes, sinceras, definitorias. Camacho Solís habla de pragmatismo estratégico y nos recuerda -con su actitud- aquel, definitivo e históricamente extenso, Abrazo de Acatempan, de que habla Carlos Monsiváis.

 

Pero la voluntaria confusión ideológica y de intereses no es hábito exclusivo de nuestro país, basta con ver las reseñas que la televisión española hace de los festejos futboleros, en las que más de un reportero, al editorializar la nota, exclama con beneplácito: “es una fiesta nacional… aquí no hay divisiones… no hay catalanes, navarros o vascos, sólo españoles”. Y un reporterete local se atreve a decir “el octavo arte… ¿cuál es el octavo arte? ¡Pues el futbol!”

 

No cabe duda, el proyecto político de las clases poderosas en todo el mundo es el de la enajenación más idiota. Y va muy avanzado.

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