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29 de julio de 2010
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Réquiem para mi tierra

Tomás Corona

 

¡Ay qué triste experencia

la que´mos recebido

por andarle quitando

lo que Dios le dio al río!

Manuel Neira Barragán

 

Natura se ha regocijado una vez más en sus bajos instintos de madre inmolada. Antes de que sus voraces hijos como cáncer maligno la aniquilen, sacude enardecida entre fétidos líquidos su ya de por sí llagado vientre, dispuesta a sacrificarlos, ahogarlos en el río, como Malintzin. 

 

Aquí no hay ofrendas para ella, ni elogios, ni alabanzas, ni siquiera un árbol hemos sembrado ya. Sólo se escucha, en costosos e impúdicos eventos oficiales, un insípido canto a Nuevo León que nada dice de la auténtica pasión que deberíamos profesarle a nuestra madre tierra.

 

Hemos hecho de un paraíso terrenal, un infierno citadino, en el cual la contaminación y la violencia nos asfixian cada vez más. Balaceras, enajenación, accidentes, amasiatos, injusticias, robos, cadáveres, corrupción y juegos baratos de poder son nuestro modus vivendi.

 

El amor a la tierra es un prodigioso acto que muy pocos valoramos y sentimos. Amar, amar debiera ser nuestro destino, no matar. Matamos la vida, la esperanza, la belleza, la ternura, el amor, hasta quedar convertidos en puros esqueletos de indolencia.

 

La flora y la fauna norestense casi han desaparecido del paisaje. Contaminamos ríos, calles, montañas, valles. Destruimos sin conciencia ecosistemas, en aras de un progreso que sólo es el disfraz de mezquinos intereses económicos. Llegará el día en que vendamos el aire, el fuego, las nubes, el agua de la lluvia.

 

Yo he visto cómo gozan jubilosos los campesinos del sur cuando entregan ofrendas a la tierra que les da sustento y festejan con ella la cosecha de la vida, mientras que acá, en el agringado y sanguinario norte, perdemos cada vez más nuestras ricas tradiciones. Ya nadie se acuerda de echarle un piropo a las rosas tristes de su jardín, o de emocionarse con el trino de un pájaro.

 

Sembramos basura en vez de flores, alimentamos buitres que depredan los pocos espacios vitales que nos quedan en la ciudad. Talamos los árboles de la esperanza. Cercenamos pulmones como el parque La Pastora, que con el paso del tiempo se convertirá en un enajenante espacio mercadológico y baldío. Estamos acabando con el oxígeno que nos permite respirar y vivir.

 

Tiramos a la calle el anhelo de un futuro mejor, al romper el equilibrio ecológico que aseguraba el bienestar de nuestros descendientes. Hemos perdido la vergüenza como sujetos urbanos que han contaminado la tierra que los vio nacer, transformándola en un mundo de plástico, vidrio y cemento donde no caben los sentimientos. Hoy da miedo transitar libremente por las calles.

 

Si hemos perdido el alma y la ternura, ¿cómo pretendemos respetar el entorno natural que nos circunda, si a nadie le interesa protegerlo? Depredadores viles han hecho su fortuna vendiendo diques, represas y arroyos naturales aun a sabiendas del peligro que pone en riesgo la vida de sus semejantes. Ricos y pobres son manipulados por abyectos vendedores de tierra inalienable.

 

Nadie ignora que Natura, nuestra madre tierra, vuelve por sus fueros y recupera sus espacios perdidos arrebatándolos con habitual violencia en un ciclo que la ambición humana transforma en un trágico desastre. El hombre, el animal más contaminante del planeta, incapaz de superar su condición de cucaracha terrestre que todo lo corrompe, no ha cesado nunca en su afán de domeñar a la naturaleza.

 

Ricachones convencidos de que vivir en lo alto de una loma los hace diferentes, se llevaron el chasco de sus vidas al ver destruido su lindo hábitat. Ya pagarán los daños los costosos seguros, ellos seguirán siendo nice, pomposos y plásticos; actitud que tan bien reflejó la pervertida prensa el día que las piedras y el lodo invadieron sus lujosas residencias.

 

Los pobres y jodidos (que sin ser chic, se han posesionado de los cerros) acostumbrados a las grandes calamidades, construirán de nuevo sus “tecuruchos”, no importa que sea junto al río, sonreirán una vez más y a la vuelta de los años festejarán al calor de una cerveza la emoción de la catástrofe y llorarán por sus muertos.

 

Avaros comercializadores llenarán de nuevo el lecho del río con infraestructura que les reditúe el dinero perdido y, nuevamente, un canal que hoy sólo es agua turbia, piedras y desechos, se convertirá en un flamante parque, campo de golf y anexas, y lo más estúpido, vendrá un nuevo huracán para llevárselos, en un eterno toma y daca de pérdidas y ganancias.

 

El lodazal vertido es un crudo reflejo de la inmoralidad de los políticos, arquitectos, fraccionadores, empresarios, vendedores, depredadores viles que por su arrogancia, voracidad, incapacidad, avaricia, maldad y alevosía, después de enriquecerse con sus malsanas obras, provocaron muerte y destrucción.

 

Muchos personajes de historias no contadas fallecieron durante la tragedia, arrastrados por las fuertes corrientes de los ríos y arroyos que crecieron hasta desbordarse. Tampoco faltaron los mirones idiotas que, cautivados por la belleza cruel de la naturaleza, se tomaron la foto del recuerdo frente al poderoso fluir de la corriente.

 

A los pocos días de la catástrofe, en vez de elegir a los más aptos, comités de políticos inexpertos, burocratizarán el proceso de reconstrucción en vez de solucionar el problema y obtendrán con ello jugosas ganancias, ya lo veremos. Arrumbarán a los pobres que lo perdieron todo en cualquier rincón polvoriento y nos restregarán, desde lo mediático, la falsa equidad social de siempre.

 

El pueblo aguanta, se une en la tragedia, se solidariza en la desgracia e inexplicablemente sale adelante, pero ¿quién pagará por el daño ecológico ocasionado? ¿Cómo evitar que la ciudad se reconstruya con los pésimos materiales y los errores de siempre? ¿Quién detendrá a los detractores de Valle de Reyes o del Cerro de la Silla, por ejemplo?

 

¿Quién podrá frenar a las insaciables multinacionales que contaminan y dañan el ambiente? ¿Cuándo dejaremos de tirar basura, de contaminar nuestro entorno? ¿Hasta cuándo enseñaremos a nuestros hijos a respetar el medio ambiente? ¿Qué esperan para incluir en los currícula la educación ambiental como una asignatura obligatoria?

 

Natura, madre inmolada, desfalleciente y desvalida, cobra caro el precio de su despojo y tarde o temprano abrirá una grieta para tragarnos a todos. Los vocifugios de los ecologistas y los enjundiosos discursos de los políticos no podrán detenerla. Las consecuencias del huracán Alex son una minúscula prueba de lo que puede hacer.

 

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