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10 septiembre 2010
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Fraudulencias permitidas
Tomás Corona Rodríguez

En el ámbito escolar acontecen cosas divagantes y absurdas, como las asambleas escolares, en las que se conmemoran fechas cívicas con bailes exóticos de reggaetón o de Lady Gaga. Relaciones extrañas que van más allá de la pura amistad y rayan en la “anormalidad”, como decía aquel amigo que pensaba como los monjes de la Edad Media. Juegos baratos de poder que ejercen regularmente los directivos en contra de los docentes y los docentes en contra de los alumnos y los alumnos contra los propios alumnos, los más débiles, sobre quienes se ejerce una deleznable violencia simbólica y  veces física, dando lugar al acoso escolar o buyling, tan común en estos desventurados días.

Lo peor del caso es que a nadie parece importarle y la escuela, cargada de lastre, vicios y un fatal anquilosamiento, sigue sobreviviendo intacta, como las vísceras de Tántalo, consuetudinariamente renovadas después de haber sido devoradas por los buitres. Sí, también abundan los buitres y las ratas en ese singular gremio magisterial, tan poderoso y enajenado a la vez. 

Pero un rubro por demás interesante, curioso y productivo es el de “los dineros” que cotidianamente circulan en cada uno de los planteles. Si usted sumara las ganancias de los productos que se expenden a través de una mercadotecnia obligatoria y perversa, no le sorprendería tanto el enriquecimiento ilícito de no pocos directores y directoras corruptos, que venden hasta paquetes de “caca seca”, pero con marca, para seguir lucrando con los alumnos, sin importarles que la mayoría de ellos pertenezca a un pueblo por demás jodido. Cuentan de una directora que obtiene un millón de pesos por año para su propio peculio y sin polvo y paja, es decir, netos, sin pagar ni siquiera un solo impuesto.

La educación superior no pudo escapar a ese deleznable negocio permitido en “lo oscurito”, “tras bambalinas” y obviamente, en este nivel los dividendos obtenidos son ultra mayores. Para muestra basta un botón, mire usted: este año se inscribieron miles de alumnos, “bajita la mano”, digamos, 5 mil, aunque fueron muchos más. Para presentar el examen de admisión en una Escuela Normal pública, cada uno de ellos pagó aproximadamente mil pesos constantes y sonantes; multiplique ambas cantidades y se percatará de lo que le estoy hablando, ¡tan sólo de un examen! Cabe señalar que sólo es admitida una ínfima cantidad de estudiantes que con el tiempo se convertirán en flamantes licenciados en educación.

Desconozco el costo del examen de admisión que se aplica en las preparatorias o en las carreras universitarias, pero sucede más o menos lo mismo que en las escuelas oficiales adscritas a la SEP. Igual o peor acontece en las escuelas privadas, cuyo verdadero negocio es vender, lo más caro que se pueda, el papelito que te faculta para ser lo que quieras, aunque no lo seas, amén de tantas otras cosas que se gestan al interior de las honorables instituciones educativas, como la afamada, intocable y a la vez inmolada caja chica, el pago de los exámenes que reprueban los alumnos, la venta de libros u otros materiales, entre muchos otros negocios sucios. Lo relativo a las transacciones concernientes a las cuotas escolares amerita otra disertación que dejaré para otro día.

Bendita educación tan productiva para unos y tan jodida para otros, pero de todas maneras hay que educarse, aunque la auténtica educación se sitúe y se adquiera fuera de la escuela. Qué paradójico.

 

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