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10 septiembre 2010
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Buchaca de embustes
Nora Carolina Rodríguez

Turbio fondeadero donde van a recalar
barcos que en el muelle para siempre han de quedar
sombras que se alargan en la noche del dolor.
Náufragos del mundo que han perdido el corazón…
“Nieblas del Riachuelo”, tango de Enrique Cadicamo

Me pregunto si aún queda alguien que no esté convencido de que ya nos llevó la fregada. ¿Aún hay alguien inocente? Habrá ingenuos, habrá ignorantes, hasta creo que haya quienes dicen y se escudan en el yo no sé… pero, hoy por hoy, niños, niñas, hombres, mujeres, jóvenes, gente de mediana edad, viejos y viejas, ricos, clasemedieros y pobres, todos, estamos convencidos de que esta guerra no tiene sentido.

Y aunque muchas personas dedicadas al oficio del periodismo han decidido cambiar de tema, han decidido callar, porque les han obligado a callar las circunstancias, es imprescindible dejar constancia de lo que ocurre, la historia no la van a venir a construir los historiadores oficiales, no nos van a llenar de embustes la buchaca, y aunque cada vez sean menos las voces que se atreven a criticar o a denunciar, no debemos entrar en el mutismo ni en la agachonería.

Las noticias se suceden una tras otra a veces sin que podamos identificar si los muertos de hoy son los mismos que mencionaron ayer o son otros. Cada día hay más y más muertos, diré como Vallejo, cuando cuenta cómo pasaban los cadáveres por el río Magdalena con las aves carroñeras sobre ellos: no tiene fin este moridero.

Apenas el domingo el ejército mexicano –de quien un par de jóvenes racistas regios dijeron: mejor vamos a devolverlos a trabajar a La Michoacana- mató despiadadamente y aceptó que por error, a dos miembros de una familia. Tres muertos aquí, dos allá, más de setenta en San Fernando, Tamaulipas. Unos de aquí y otros de más allá, les tocó a migrantes centroamericanos, ni modo. Y creo que son pocos.

El negocio de las drogas, poniendo el ejemplo a los empresarios capitalistas neoliberales, se expande continuamente a otras ramas, es semejante a una metástasis: invade todo. Y entre los muertos matados por el narcoterrorismo, no se distingue ya si fue el ejército o quién, o quiénes, eso ya es lo de menos.

Uno de los últimos muertos fue el ingeniero de Pemex en la refinería de Cadereyta, quien en un sospechoso accidente –una explosión-, pierde la vida en una supuesta fuga de hidrógeno. Mientras El Universal dice que Pemex reporta al menos siete muertos, en noticias locales dicen que fue un muerto y diez heridos.

En el periódico Los Angeles Times, el pasado 6 de septiembre, Tracy Wilkinson, en un amplio reportaje, da cuenta de una problemática presente en la cuenca de Burgos, donde el narcoterrorismo y la narcoviolencia han impedido obras de exploración y extracción de gas y crudo. En mayo fueron secuestrados cinco trabajadores petroleros y otras treinta personas a la fecha están desaparecidas. Parece que los gringos saben mucho más que nosotros en materia de información. En CNN entrevistaron ayer a Alan García, presidente de Perú, donde hizo notar la crueldad de los sicarios en México. El, al igual que el presidente del Salvador, Mauricio Funes y de Hillary Clinton, están cuestionando la efectividad de la guerra emprendida contra el narco.

Tal vez la decisión de no informar, de mal informar o de desinformar sea el sino de la política calderonista; hoy por hoy, es necesario recurrir a la prensa internacional para saber qué es lo que está ocurriendo en nuestro propio estado, en nuestra ciudad.

Cadereyta ya no es un pueblo escobero, ni de locos
Cadereyta es considerada como zona de vida cara, debido al establecimiento de la Refinería de Pemex, motivo por el cual quienes ahí trabajan reciben más salarios mínimos que quienes trabajamos en otras zonas del país. La vida ahí sí es más cara. A pesar de estar a menos de 50 kilómetros de la capital del estado, la telefonía es de larga distancia. El transporte es costoso. Uno de los negocios más jugosos es la construcción de pequeñas casas o cuartos aledaños a las casas pueblerinas para rentarlas a los miles de trabajadores empleados de PEMEX.

Una amiga mía que trabajó en el sector educativo en ese municipio, describe los rangos jerárquicos de los trabajadores de la paraestatal, de acuerdo al color de su casco, ya que la vestimenta es semejante para todos, hombres y mujeres usan el uniforme color caqui. Ella decía que convenía más fijarse en hombres de casco blanco, que son los ingenieros. Población flotante para el municipio. Los contratos son esporádicos, la forma de otorgarlos es mediante pago de coima a los coyotes del sindicato.

Los pobladores originarios del municipio añoran el tiempo en que se podían sentar en la orilla de la calle con sus mecedoras al atardecer a tomar el fresco. Eran tiempos de paz, eran tiempos de tranquilidad. Apenas llegó Pemex y dicen que pasaban los trabajadores de la empresa y se burlaban de ellos por estar sentados en las banquetas, los tildaron de rancheros y los rancheros dejaron de salir a tomar el fresco.

Llegaron los asaltos, los borrachos y la prostitución. La vida tranquila de los columpios en la plaza fue sustituida por un tráfico espeso, tuvieron que instalar semáforos que anteriormente no había e iniciaron todo tipo de negocios para la floreciente sociedad petrolera: restaurantes con comida estilo Veracruz, estilo Tabasco, estilo Tamaulipas, que así se anuncian, ofreciendo cocina semejante a los lugares de origen de los trabajadores, bares, dancing clubes, bancos, escuelas privadas, hospitales, consultorios médicos, lavaderos de automóviles, tiendas de ropa, zapaterías, en fin, todo tipo de negocios propios de una comunidad rica.

Los fraccionamientos se han reproducido como hongos en temporada de lluvias. Hay una empresa que entrega la casa SIN ENGANCHE, miles de familias han contratado la compra de casas, las que en menos de un año son abandonadas por carecer de sueldos fijos para pagar las mensualidades.

Llegaron los levantones y las desapariciones. Al líder sindical de Pemex se lo llevaron hace casi cinco años. Nadie sabe de él. Se podrían contar cientos de situaciones de secuestros con ese tono todavía pueblerino de los habitantes. Todavía se asombran y están muy asustados, ahora el miedo lo comparten los habitantes originarios del pueblo y los que llegaron de otros estados.

Y paulatinamente nos iremos callando, sin remedio.

¿Apoco no nos llevó ya la fregada?

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