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20 octubre 2010
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Correspondencia del hombre invisible
Eligio Coronado

Zacarías Jiménez es un ser extremo porque es un poeta. Los poetas son seres extremos porque siempre están escudriñando la realidad como si fueran pararrayos. Y las descargas suelen ser demoledoras. Por eso no cualquiera puede ser un poeta, hay que tener espíritu de sobreviviente y un lenguaje propio. No se trata de un lenguaje extraño y misterioso, lleno de fórmulas mágicas o pasadizos secretos en que los significados se ocultan y transforman, ni tampoco es un lenguaje volátil e incendiario, propio de terroristas y profetas:
 
“Escribo para que la desesperación no me arrebate la conciencia
en la noche oscura y no nazca la navaja en mi mano, cizaña que
cercena el cuello” (p. 28).
 
Se trata del mismo lenguaje que hablamos todos, pero ejercido desde la inteligencia, la imaginación y la sensibilidad. Por eso mismo su perspectiva es más profunda y universal. Cuando un poeta habla, lo hace en nombre de la humanidad:
 
Vago por la noche en busca de dónde caerme vivo, con una certeza:
estoy de más en el mundo,
sin refrigerio para las cicatrices en el duelo de las miradas.
Si me cortara las venas acabaría con este nudo en la garganta
que taladra el recuerdo como punzada” (p. 17).
 
Cualquier manifestación del espíritu (declaración, exhorto, reclamo, etc.) surge con la clara intención de darle voz a los que no la tienen o no la usan. En este sentido, el hombre invisible al que se refiere Zacarías en su libro (Correspondencia del hombre invisible*), no es él mismo, en realidad, sino todos los hombres del planeta  que se sienten invisibles:
 
“Me levanté de la lona sin saber para qué, porque siempre hay que
levantarse de la lona. La Muerte me había dado golpes de conejo,
ajeno a las reglas elementales del pugilismo. Con sabor a metal en
la boca, sentí rodar el mundo en las neuronas” (p. 30).
 
Zacarías Jiménez (San Rafael Lagunillas, S.L.P., 1959), como todos los poetas, asume todas las voces del mundo para modular el pensamiento de la época y darle forma a la conciencia colectiva que lucha por manifestarse sin lograrlo.
 
Su obra poética no es de ahora. Su intensidad proviene de un oficio largamente trabajado, como el de otros poetas, entre la oscuridad, el silencio y la indiferencia, pero con suficiente luz propia para sobrevivir en la entropía de los tiempos que corren.
 
Me sigue sorprendiendo la profundidad de sus metáforas y el impacto de sus imágenes. Hay en ellas cierta violencia que sacude y empuja a la reflexión:
 
“Lo seguro es el polvo que seremos
cuando la soledad estalle en el cráneo de los moribundos” (p. 21).
 
Cada uno de sus poemas parece ser la síntesis evolucionada de una sensación que trasciende los territorios confusos de nuestro entorno (donde hay tantos falsos valores):
 
“la  / sabiduría es la ausencia de la mano que una vez nos levantó de la
tristeza” (p. 31).
 
Además, no le teme al filo de la autocrítica, según se puede ver en algunos de sus versos lacerados.
 
Él sabe que nos puede llevar a otro nivel de entendimiento y por eso escribe sus deliberaciones y testimonios sobre la fugitiva página del tiempo. Y lo hace de prisa, mientras haya un espíritu que salvar:
 
La vida se refugia
en las líneas como mariposa que escapa de las garras de la lluvia,
divorciada de las fauces de la noche” (p. 28), 
 
“Cuánto pesa la luz cuando la vida de un hombre vale menos que
una paloma” (p.17).
 
Todos hablamos por su voz (la voz del poeta), porque él nos representa a todos. Y no es que él sea más inteligente, imaginativo y sensible que todos nosotros. Es que él afronta su responsabilidad histórica y la acomete como si fuera una feroz batalla contra la barbarie en la cual sólo tiene una limitante: su propio tiempo terrenal:
 
Me he topado con la muerte /
(…) pero sólo sentí las
coordenadas
de la sangre en el ardor de la agonía” (p. 8).
 
Y tal vez la barbarie contra la cual lucha el poeta Zacarías Jiménez seamos, paradójicamente, nosotros mismos, que no afrontamos ninguna responsabilidad histórica de cambiar nuestro tiempo y seguimos yéndonos por la tangente de la insensatez y la desidia.
 
Mientras tanto, él seguirá luchando solo o, como él mismo dice: invisible, ignorado por aquellos a quienes defiende, da voz, representa y pretende elevar a otro nivel de conciencia:
 
Por ti venderé la esperanza por el par de zapatos
que ha de calzar un sentenciado a muerte” (p. 15)
 
y, además, porque:
 
Hay momentos en la vida en que las decisiones se escriben con
vidrios en la piel” (p. 30).
 
Sí, los poetas son seres extremos porque siempre están escudriñando la realidad como si fueran pararrayos. Y Zacarías es uno de ellos.

*Zacarías Jiménez. Correspondencia del hombre invisible. Toluca, Edo. de México: Edit. Conarte, 2010. 57 pp. (Colec. Libros del Bicentenario.)

 

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